Quiero de nuevo arder en tus ojos, mientras ahorcamos juntos a tu sombra.
Lamer tu sangre, que es mi delirio. Morder tu voz.
Proferir en silencio ese impetuoso grito que le da sentido a ese segundo único en el tiempo, en el que todo lo que no es existe. En el que soy todo lo que no puedo ser.
martes, 7 de diciembre de 2010
miércoles, 1 de diciembre de 2010
Con este clima
Sólo quiero estar echado entre tus piernas, dejar que me acaricies hasta quedarme dormido. Soñar que lamo tu corazón dulce y tibio como la leche, pero de color rojo. Que te muerdo y rasguño el alma para hacerte cosquillas, y eres tan feliz como yo.
martes, 16 de noviembre de 2010
viernes, 29 de octubre de 2010
Pequeña llama
El cariño que siento por ti es como la llama de una vela.
No, no es un incendio. Es más bien es breve, incluso pequeño. Pero bastante intenso y significativo como para producir luz y calor.
Así lo veo: Naranjita, bailando.
Cuando tengo frío, voy ahí a calentarme las manos. Prendo un cigarro, y bebo café.
No, no es un incendio. Es más bien es breve, incluso pequeño. Pero bastante intenso y significativo como para producir luz y calor.
Así lo veo: Naranjita, bailando.
Cuando tengo frío, voy ahí a calentarme las manos. Prendo un cigarro, y bebo café.
domingo, 24 de octubre de 2010
Abría y cerraba la mano
y el cielo se movía.
Las luces se le metían por los ojos, sin crueldad.
Azul cielo giró todo.
Entonces vio el camino,
y las hojas amarillas danzaron en el aire
antes de crujir bajo sus pies.
[No hay miedo ni dolor cuando estoy contigo, aunque no estés aquí]
Las luces se le metían por los ojos, sin crueldad.
Azul cielo giró todo.
Entonces vio el camino,
y las hojas amarillas danzaron en el aire
antes de crujir bajo sus pies.
[No hay miedo ni dolor cuando estoy contigo, aunque no estés aquí]
miércoles, 20 de octubre de 2010
La hoja
Termina el invierno. La hoja latente en el árbol tiene miedo de crecer. Pero crece. Poco a poco el brote se extiende en tierno color verde.
La hoja teme madurar, pero lo hace. Delinea su forma justa; el color exacto, la silueta ideal. Cumple su labor, callada y mansamente, junto con otras muchas hojas que son como ella. Le gusta ser acariciada por el sol, las cosquillas que le causa producen en su interior el alimento que compartirá con todos en el árbol.
Se acerca el otoño. La hoja tiene miedo de morir. Pese a su miedo, envejece. El paso del tiempo hace surgir en su piel colores amarillos y rojos. Un día se despierta y ya no es más verde. Toda ella es de distintos tonos de ocre.
La hoja, cansada, languidece colgada de una rama en el árbol. Es la misma donde ha estado siempre. Ya ni el sol es capaz de alegrarla. Una tarde, mietras duerme, se desprende sin darse cuenta. Mientras cae, el arrullo del viento la hace bailar. Al acercarse al suelo, su lecho de muerte, recuerda las aves de vivos colores que vio pasar junto a ella.
- Ahora yo también puedo volar - piensa.
El viento la arrastra todavía un poco más. Cuando toca el suelo, finalmente, ya no tiene miedo.
La hoja teme madurar, pero lo hace. Delinea su forma justa; el color exacto, la silueta ideal. Cumple su labor, callada y mansamente, junto con otras muchas hojas que son como ella. Le gusta ser acariciada por el sol, las cosquillas que le causa producen en su interior el alimento que compartirá con todos en el árbol.
Se acerca el otoño. La hoja tiene miedo de morir. Pese a su miedo, envejece. El paso del tiempo hace surgir en su piel colores amarillos y rojos. Un día se despierta y ya no es más verde. Toda ella es de distintos tonos de ocre.
La hoja, cansada, languidece colgada de una rama en el árbol. Es la misma donde ha estado siempre. Ya ni el sol es capaz de alegrarla. Una tarde, mietras duerme, se desprende sin darse cuenta. Mientras cae, el arrullo del viento la hace bailar. Al acercarse al suelo, su lecho de muerte, recuerda las aves de vivos colores que vio pasar junto a ella.
- Ahora yo también puedo volar - piensa.
El viento la arrastra todavía un poco más. Cuando toca el suelo, finalmente, ya no tiene miedo.
El sol
Tienes secuestrado al sol tras la pupila de tus ojos. Eso que en ellos brilla no pueden ser más que los pedazos de un astro.
domingo, 17 de octubre de 2010
Lo que me ata a ti
Amo las lágrimas que bebes en silencio. Las amo al punto de arrodillarme y rezar.
viernes, 15 de octubre de 2010
Intento dos
El pájaro carpintero se suicidó cuando entendió que lo suyo no era un oficio redituable, porque ya se producían muebles industriales.
[Podrías hacer que pierda la cabeza]
[Podrías hacer que pierda la cabeza]
martes, 12 de octubre de 2010
El sueño del templo
Templo colgado del cielo, paredes blancas, invisibles entre las nubes.
Un sol sonríe en el centro, sostiene una pecera entre sus manos.
En el agua, de azul intenso, baila un pez.
Agita su cuerpo, movimientos ondulatorios, hipnotizantes;
sus colores cambian,
de amarillo a rojo,
de verde a morado,
de azul a negro.
Sus escamas de colores se han incrustado en mi cerebro.
Las veo mutar cada que cierro los ojos.
Ese templo es lo que todavía me atrevo a creer, a soñar.
Eres tú, mi sol, el que brilla sonriente ahí dentro.
La danza del pez es lo que siento, que cambia todo el tiempo.
Y esto que veo de mis ojos hacia adentro, es todo mi universo.
Un sol sonríe en el centro, sostiene una pecera entre sus manos.
En el agua, de azul intenso, baila un pez.
Agita su cuerpo, movimientos ondulatorios, hipnotizantes;
sus colores cambian,
de amarillo a rojo,
de verde a morado,
de azul a negro.
Sus escamas de colores se han incrustado en mi cerebro.
Las veo mutar cada que cierro los ojos.
Ese templo es lo que todavía me atrevo a creer, a soñar.
Eres tú, mi sol, el que brilla sonriente ahí dentro.
La danza del pez es lo que siento, que cambia todo el tiempo.
Y esto que veo de mis ojos hacia adentro, es todo mi universo.
Yo no soy quién, sólo soy yo.
No soy quién para decirte qué, ni cómo, ni cuándo, ni por qué. Lo que digo, lo digo sólo para mí. Lo que escribo es sólo válido para este gato que soy. No tengo por qué dar explicaciones.
No me interesa desarrollar "ideas profundas". Todas las elucubraciones sobre la "libertad" y la "justicia" me dan flojera. No tengo por qué crear entelequias discursiva: Sé que soy libre cuando deambulo por las calles en la noche, y reconozco en ella a los que son libres como yo. Sé que hay justicia cuando tengo qué comer, cuando nadie interrumpe mis cotidianas y egoístas formas de ser el que soy.
Todo lo que sé sobre la belleza y el dolor lo aprendí viviendo. Lo demás es puro contagio, lecturas con las que tropecé en mi camino. Algunas las hice cuando estaba muy aburrido, otras me las hicieron quienes se creyeron mis dueños, cuando en voz alta cedían a la no por tierna, menos ridícula, tentación de leerme.
No soy nadie, sólo un gato que a veces huye de sí mismo, que a veces se asusta de su voz. El hecho de sufrir intoxicación humana no me autoriza más que a cualquier otro animal para decir nada sobre lo que sea, y encima pretender que tengo razón.
No me interesa desarrollar "ideas profundas". Todas las elucubraciones sobre la "libertad" y la "justicia" me dan flojera. No tengo por qué crear entelequias discursiva: Sé que soy libre cuando deambulo por las calles en la noche, y reconozco en ella a los que son libres como yo. Sé que hay justicia cuando tengo qué comer, cuando nadie interrumpe mis cotidianas y egoístas formas de ser el que soy.
Todo lo que sé sobre la belleza y el dolor lo aprendí viviendo. Lo demás es puro contagio, lecturas con las que tropecé en mi camino. Algunas las hice cuando estaba muy aburrido, otras me las hicieron quienes se creyeron mis dueños, cuando en voz alta cedían a la no por tierna, menos ridícula, tentación de leerme.
No soy nadie, sólo un gato que a veces huye de sí mismo, que a veces se asusta de su voz. El hecho de sufrir intoxicación humana no me autoriza más que a cualquier otro animal para decir nada sobre lo que sea, y encima pretender que tengo razón.
No encuentro
Me busco en otros. Me pierdo.
Puedo encontrarme en otras manos, en otra piel.
Pero siempre estoy detrás de mis ojos.
Pese a mi esquizofrenia visual
(ser ciego o ver en grises,
distinguir sólo un color,
o ver que todos brillan febrilmente
incrustados en mis párpados)
puedo a veces mirarme en los tuyos.
Y aunque me ves tal como soy, no puedes entenderlo,
porque ni yo sé qué se esconde en la oscuridad que llevo dentro.
Puede que un día simplemente huya
y al otro, sin más, regrese.
Intento uno
El muchacho tenía el cabello tan largo, que en la noche, desnudo, sólo se arropaba con él.
[Porque no sé cómo acercarme, y no me importa si aceptas o me haces a un lado; yo sólo quiero jugar]
[Porque no sé cómo acercarme, y no me importa si aceptas o me haces a un lado; yo sólo quiero jugar]
viernes, 8 de octubre de 2010
Hasta ahora
Tú y tu maldita juventud, púdranse. Tú y tus ganas de amar, de querer. Calcínense en el infierno. Tus ojos son la cueva de entrada, me pierdo. Mordida en la planta de los pies. Perro rabioso. Mariposa negra que intoxica la mente.
¿Qué es? Nada. El maldito insomnio. La noche, que siempre será más joven que nosotros. El sabor a muerte en tu lengua, el veneno en tus palabras. Malditos sean tus dedos, que me tocan. Que me provocan tanto como me hieren. Detrás de cada caricia, una llaga. Después de cada beso viene un nudo en la garganta.
La muerte también es joven, yo le gusto, lo sé. Me mira a veces detrás del humo, oculta en los vasos. Me tienta con un sueño profundo, en el que ya no hay más voces que la mía. Promete que con mi voz será suficiente para sofocar el eterno silencio. Me seduce con la promesa de la nada, total y absoluta. No más vacío, no más dolor. No más ausencia.
Pero no. Porque a pesar de todo, las sombras dejan de serlo sin luz que las proyecte. Y a estos, mis ojos, aún les gusta cuando la luz los hiere.
Por eso nada más voy y me asomo. Un poco, sólo un poco. Nada más la nariz. Nada más la punta de los pelos, sin que toque mi piel. Porque aún me gusta andar por las calles.
Porque a pesar de todos los tropiezos y desencantos, de todas las carencias de la calle, me atrevo a soñar. Veo el sol, desde el basurero inmundo en el que me esfuerzo por conseguir un bocado, y me ilusiono. Tengo la osadía ingenua de creer que puede ser mejor. Cedo a la estúpida tentación de creer.
Y es esta patética tendencia la que me mantiene con vida. De ser un poco más valiente, si pudiera dejar de ser un cobarde, ya me habría lanzado de un puente. He pensado tantas veces que sería mejor estrellarme contra un parabrisas, que no me explico cómo es que no lo he hecho.
Hasta ahora.
¿Qué es? Nada. El maldito insomnio. La noche, que siempre será más joven que nosotros. El sabor a muerte en tu lengua, el veneno en tus palabras. Malditos sean tus dedos, que me tocan. Que me provocan tanto como me hieren. Detrás de cada caricia, una llaga. Después de cada beso viene un nudo en la garganta.
La muerte también es joven, yo le gusto, lo sé. Me mira a veces detrás del humo, oculta en los vasos. Me tienta con un sueño profundo, en el que ya no hay más voces que la mía. Promete que con mi voz será suficiente para sofocar el eterno silencio. Me seduce con la promesa de la nada, total y absoluta. No más vacío, no más dolor. No más ausencia.
Pero no. Porque a pesar de todo, las sombras dejan de serlo sin luz que las proyecte. Y a estos, mis ojos, aún les gusta cuando la luz los hiere.
Por eso nada más voy y me asomo. Un poco, sólo un poco. Nada más la nariz. Nada más la punta de los pelos, sin que toque mi piel. Porque aún me gusta andar por las calles.
Porque a pesar de todos los tropiezos y desencantos, de todas las carencias de la calle, me atrevo a soñar. Veo el sol, desde el basurero inmundo en el que me esfuerzo por conseguir un bocado, y me ilusiono. Tengo la osadía ingenua de creer que puede ser mejor. Cedo a la estúpida tentación de creer.
Y es esta patética tendencia la que me mantiene con vida. De ser un poco más valiente, si pudiera dejar de ser un cobarde, ya me habría lanzado de un puente. He pensado tantas veces que sería mejor estrellarme contra un parabrisas, que no me explico cómo es que no lo he hecho.
Hasta ahora.
Secretos de la cueva
La otra noche me perdí para encontrarme. Confié en mi sombra, que me llevó hasta una cueva oscura y desconocida. Me recordó a los escondrijos en los que me ocultaba de cachorro, en donde me construí pedazo a pedazo, pelo por pelo.
Conmigo, dos amigos. Uno viejo y uno nuevo. Ella y él. Nos conocemos mejor ahora que encontramos la forma de ser más sinceros. Pudimos ver nuestra esencia, girando como luces de colores en nuestras manos. Él es amarillo, ella puede ser verde o rosa, y yo ratifiqué que soy morado o azul marino. A veces tengo algo de rojo, pero casi no. Es demasiado intenso y no va conmigo.
Lo simple y lo incomprensible puede tocarse. Las verdades del mundo flotan en una bolsa de plástico que agito con las manos. El Universo es Dios dextro, jugando Cadáver exquisito. Lo sé porque lo vi.
Volví a escuchar el ruido del cristal contra el cristal; el vaso con agua que ponías sobre la mesa para que los espíritus se entretuvieran ahí y no te molestaran. Vi los lunares en tus manos arrugadas, y lloré porque sé perdidas sus caricias. Pero por un momento fui feliz de estar ahí contigo.
Las fotos se aparecen a mis ojos; no necesito cámara, los lentes empotrados en mi cráneo son perfectos. Puedo recuperar recuerdos que creí perdidos, puedo hallar las razones que bajo otra luz se me escapan. Amo la vida y lo natural; todo lo sintético me da náuseas.
He vuelto, y me siento bien. El bienestar se queda, indeleble, aunque después mis pasos por la calle insistan en querer deslavar esa sensación.
Soy el gato que soy, y eso es más que suficiente para ser tranquilamente feliz.
Conmigo, dos amigos. Uno viejo y uno nuevo. Ella y él. Nos conocemos mejor ahora que encontramos la forma de ser más sinceros. Pudimos ver nuestra esencia, girando como luces de colores en nuestras manos. Él es amarillo, ella puede ser verde o rosa, y yo ratifiqué que soy morado o azul marino. A veces tengo algo de rojo, pero casi no. Es demasiado intenso y no va conmigo.
Lo simple y lo incomprensible puede tocarse. Las verdades del mundo flotan en una bolsa de plástico que agito con las manos. El Universo es Dios dextro, jugando Cadáver exquisito. Lo sé porque lo vi.
Volví a escuchar el ruido del cristal contra el cristal; el vaso con agua que ponías sobre la mesa para que los espíritus se entretuvieran ahí y no te molestaran. Vi los lunares en tus manos arrugadas, y lloré porque sé perdidas sus caricias. Pero por un momento fui feliz de estar ahí contigo.
Las fotos se aparecen a mis ojos; no necesito cámara, los lentes empotrados en mi cráneo son perfectos. Puedo recuperar recuerdos que creí perdidos, puedo hallar las razones que bajo otra luz se me escapan. Amo la vida y lo natural; todo lo sintético me da náuseas.
He vuelto, y me siento bien. El bienestar se queda, indeleble, aunque después mis pasos por la calle insistan en querer deslavar esa sensación.
Soy el gato que soy, y eso es más que suficiente para ser tranquilamente feliz.
sábado, 2 de octubre de 2010
Beberme
Quiero y sé que puedo. Lo haré. Voy a disolverme en un cóctel y me beberé a mí mismo. Puedo sentirme atravesando mi garganta; soy un trago largo y aterciopelado, embriagador.
Soy un cosquilleo en mi lengua. Mi sabor es de metal y de noche; de ausencia y frío, con destellos de ansiedad.
En cada trago muero, pero también renazco, ebrio de mí mismo. Un sorbo equivale a un beso muy profundo, tan sincero que hiere.
Beberé de mí hasta la euforia, hasta el dolor. Beberé hasta perderme, olvidarme. Beberé para saber quien soy, para encontrarme al despertar renovado y fresco.
Beberé de mí porque soy lo único suficientemente bueno como para satisfacerme.
Soy un cosquilleo en mi lengua. Mi sabor es de metal y de noche; de ausencia y frío, con destellos de ansiedad.
En cada trago muero, pero también renazco, ebrio de mí mismo. Un sorbo equivale a un beso muy profundo, tan sincero que hiere.
Beberé de mí hasta la euforia, hasta el dolor. Beberé hasta perderme, olvidarme. Beberé para saber quien soy, para encontrarme al despertar renovado y fresco.
Beberé de mí porque soy lo único suficientemente bueno como para satisfacerme.
jueves, 16 de septiembre de 2010
Hambre de amor
Soy pobre y nada puedo darte. Pero si me das la oportunidad de estar contigo, nunca más volverás a pasar hambre.
Te prometo pizzas de amor, con cariño gratinado extra. Todos los besos que quieras entre comidas, y dos litros de comprensión al día, para que no te atragantes.
¿Postre? Diario, mi cielo. A escoger entre caricias glaseadas, fajes con chile y limón, o colchones de naranja y nuez. Tengo otros más elaborados, pero no te los daré sino de vez en cuando, no sea que te empaches.
Eso sí, mi vida, la fidelidad es un lujo que no te puedo dar. Es más cara y difícil de conseguir que el caviar.
Nadie merece mi talento culinario más que tú, mi amor. Pero para ofrecértelo necesito que me des el ingrediente principal. Necesito que me quieras, no ya tanto como yo a ti, sino tan sólo lo suficiente para probar los platillos que te ofrezco.
Te prometo pizzas de amor, con cariño gratinado extra. Todos los besos que quieras entre comidas, y dos litros de comprensión al día, para que no te atragantes.
¿Postre? Diario, mi cielo. A escoger entre caricias glaseadas, fajes con chile y limón, o colchones de naranja y nuez. Tengo otros más elaborados, pero no te los daré sino de vez en cuando, no sea que te empaches.
Eso sí, mi vida, la fidelidad es un lujo que no te puedo dar. Es más cara y difícil de conseguir que el caviar.
Nadie merece mi talento culinario más que tú, mi amor. Pero para ofrecértelo necesito que me des el ingrediente principal. Necesito que me quieras, no ya tanto como yo a ti, sino tan sólo lo suficiente para probar los platillos que te ofrezco.
domingo, 29 de agosto de 2010
Quise renunciar, pero no pude.
Me propuse firmemente dejar de temer a las voces que escucho cuando duermo. A no engendrar más pesadillas y dejar huérfanas las que ya tengo.
Pero no pude, porque por esa pequeña ventana en mi cerebro emergen también, a veces, mariposas azules y plateadas. Mariposas que nadan (no vuelan) en mí y me hacen cosquillas.
No pude, porque ahí también puedo cosechar los frutos dulces y luminosos de la selva que hay en mí, que maduran cuando tengo esperanza.
Renunciar a todo ello era dispararme en la cabeza, sepultar los recuerdos de mi infancia, dejar a mis anhelos ciegos.
Así que tendré que soportarme todavía, con todos mis mitos y creaturas, sin importar cuán terribles o maravillosos sean. Porque no puedo extirpar unos sin asesinar a los otros. Y sin ellos no puedo sobrevivir a la noche insondable.
Mis maullidos se escuchan porque son sus voces las que suenan en mi voz. Si puedo ver en la oscuridad, es porque en mis ojos destellan sus miradas.Y yo no quiero quedarme ciego ni sin voz.
Soy el gato que soy porque ellos bullen dentro de mí, y si hay algo que no me puedo permitir perder, es mi felinidad.
Pero no pude, porque por esa pequeña ventana en mi cerebro emergen también, a veces, mariposas azules y plateadas. Mariposas que nadan (no vuelan) en mí y me hacen cosquillas.
No pude, porque ahí también puedo cosechar los frutos dulces y luminosos de la selva que hay en mí, que maduran cuando tengo esperanza.
Renunciar a todo ello era dispararme en la cabeza, sepultar los recuerdos de mi infancia, dejar a mis anhelos ciegos.
Así que tendré que soportarme todavía, con todos mis mitos y creaturas, sin importar cuán terribles o maravillosos sean. Porque no puedo extirpar unos sin asesinar a los otros. Y sin ellos no puedo sobrevivir a la noche insondable.
Mis maullidos se escuchan porque son sus voces las que suenan en mi voz. Si puedo ver en la oscuridad, es porque en mis ojos destellan sus miradas.Y yo no quiero quedarme ciego ni sin voz.
Soy el gato que soy porque ellos bullen dentro de mí, y si hay algo que no me puedo permitir perder, es mi felinidad.
Pero tú no.
Tú eres otro, ajeno a esas pesadillas. A ti debo alejarte del agujero negro que guardo en el pecho, que sólo atrae sueños de muerte, de caos, de perfidia.
Estás ahí, colgado en la pared blanca del cuarto donde guardo bajo llave las cosas buenas que tengo. Eres los limones amarillos que crecen en el árbol del jardín de mi refugio.
Todo lo demás no es cierto. A parte de ti, lo único que me resta de verdad son las patas que tengo para echarme a andar, mis garras para defenderme y luchar, y ese jardín en donde está esa mecedora de de mimbre a donde volveré el día que me canse de errar.
El problema es que todavía no me canso...
Estás ahí, colgado en la pared blanca del cuarto donde guardo bajo llave las cosas buenas que tengo. Eres los limones amarillos que crecen en el árbol del jardín de mi refugio.
Todo lo demás no es cierto. A parte de ti, lo único que me resta de verdad son las patas que tengo para echarme a andar, mis garras para defenderme y luchar, y ese jardín en donde está esa mecedora de de mimbre a donde volveré el día que me canse de errar.
El problema es que todavía no me canso...
Sueño del día en que quise ser otro que no soy
Quería ahorcarte. Rasgarte las venas desde adentro, ver através de tus ojos antes de quebrar sus cristales. Hincar mis colmillos en la punta de cada uno de tus dedos, hasta hacerlos crujir. Lo hubiera dado todo por romperte las cuerdas vocales.
No lo sospechaste, pero tu sombra y yo teníamos un romance. Al dejarla acariciar mi lomo, te rompí las costillas. Cuando restregué mi rostro en sus manos, lamí tu sangre. Y cuando ahogaba mis ojos en su mirada de abismo, entre los dos estábamos partiéndote la espina dorsal.
Entonces pensé en ti, y sentí un cosquilleo en la garganta. Pero no me reí. Este pequeño gatito que soy yo no se atrevió a soltar la carcajada por miedo a delatarse. Porque preferí seguir comiéndome a pedacitos tus orejas dulces, mientras te hacía creer solamente comía, dócil y obediente, las croquetas de pescado que me servías en un sucio plato de metal.
Y lo que me pertuba de este sueño es que al despertar todavía siento en los labios ese sabor a carne dulce, a sangre y a metal.
No lo sospechaste, pero tu sombra y yo teníamos un romance. Al dejarla acariciar mi lomo, te rompí las costillas. Cuando restregué mi rostro en sus manos, lamí tu sangre. Y cuando ahogaba mis ojos en su mirada de abismo, entre los dos estábamos partiéndote la espina dorsal.
Entonces pensé en ti, y sentí un cosquilleo en la garganta. Pero no me reí. Este pequeño gatito que soy yo no se atrevió a soltar la carcajada por miedo a delatarse. Porque preferí seguir comiéndome a pedacitos tus orejas dulces, mientras te hacía creer solamente comía, dócil y obediente, las croquetas de pescado que me servías en un sucio plato de metal.
Y lo que me pertuba de este sueño es que al despertar todavía siento en los labios ese sabor a carne dulce, a sangre y a metal.
sábado, 21 de agosto de 2010
Fui débil
Volví. En un descuido, mis pasos me llevaron hacia ti. Yo no quería... Bueno, tal vez sí, pero lo evitaba. Y un día en que me eché a andar, sin reconocer las calles de antes, sin saber a dónde iba a parar, me encontraste al pie de la escalera de tu casa.
Cuando te vi, tuve el impulso de salir corriendo, pero las patas no me respondieron. Al ver tu reflejo en mis ojos, te acercaste con emoción contenida (lo sé porque podía escuchar tus latidos), confiando en que sería dócil, y me tomaste entre tus brazos.
En ese momento supe que todo era una reverenda estupidez, y no me importó.
Al ir contigo me arriesgo a que me despedacen los perros que escondes en el patio. Aunque los pérfidos ni siquera ladran, para no delatarse, sé que están ahí. Ese par de demonios me huele, están ansiosos por atraparme... y tú nunca los encierras bajo llave.
Me arriesgo también, no a quererte (un gato no quiere a nadie más que a sí mismo, pero aprecia a los demás en la medida en que lo quieren a él), sino a acostumbrarme de nuevo. A ver la luna desde la azotea de tu casa. A comer en tu mesa, con mi plato junto al tuyo; que me dejes robar de tu comida, a sabiendas de que jamás hurtarías una sola croqueta de la mía.
A tus caricias. A hacerte saber con un movimiento de la cola que quiero que me ames con las manos, y sentir tus dedos entre mi pelaje. La manera que tienes de envolverme me asusta, porque me obligas a perder la cabeza a causa de las sensaciones, de forma tal que sin saber cómo, termino humillándome un poco lamiéndote los dedos.
En esos instantes olvido por completo lo mucho o poco gato que soy. Y para ellos, que arden en deseos de arrancarme la cabeza, es la oportunidad para vengarse de mí, que soy perfecto.
Por eso, y por mi fuerte vocación de huir, escapé de ti. Pero estoy herido en mi felino orgullo, porque sé que voy a regresar. Me conozco y sé que una vez que cedo, la debilidad se me hace vicio.
Con todo y los malditos perros, acechando. Con todo y que a veces sospecho que tú también quiseras que ellos lamieran mi sangre de tus dedos, después de dejarlos matarme y recoger mi cadáver del suelo.
Cuando te vi, tuve el impulso de salir corriendo, pero las patas no me respondieron. Al ver tu reflejo en mis ojos, te acercaste con emoción contenida (lo sé porque podía escuchar tus latidos), confiando en que sería dócil, y me tomaste entre tus brazos.
En ese momento supe que todo era una reverenda estupidez, y no me importó.
Al ir contigo me arriesgo a que me despedacen los perros que escondes en el patio. Aunque los pérfidos ni siquera ladran, para no delatarse, sé que están ahí. Ese par de demonios me huele, están ansiosos por atraparme... y tú nunca los encierras bajo llave.
Me arriesgo también, no a quererte (un gato no quiere a nadie más que a sí mismo, pero aprecia a los demás en la medida en que lo quieren a él), sino a acostumbrarme de nuevo. A ver la luna desde la azotea de tu casa. A comer en tu mesa, con mi plato junto al tuyo; que me dejes robar de tu comida, a sabiendas de que jamás hurtarías una sola croqueta de la mía.
A tus caricias. A hacerte saber con un movimiento de la cola que quiero que me ames con las manos, y sentir tus dedos entre mi pelaje. La manera que tienes de envolverme me asusta, porque me obligas a perder la cabeza a causa de las sensaciones, de forma tal que sin saber cómo, termino humillándome un poco lamiéndote los dedos.
En esos instantes olvido por completo lo mucho o poco gato que soy. Y para ellos, que arden en deseos de arrancarme la cabeza, es la oportunidad para vengarse de mí, que soy perfecto.
Por eso, y por mi fuerte vocación de huir, escapé de ti. Pero estoy herido en mi felino orgullo, porque sé que voy a regresar. Me conozco y sé que una vez que cedo, la debilidad se me hace vicio.
Con todo y los malditos perros, acechando. Con todo y que a veces sospecho que tú también quiseras que ellos lamieran mi sangre de tus dedos, después de dejarlos matarme y recoger mi cadáver del suelo.
martes, 27 de julio de 2010
Anoche fui hombre
Desperté en medio de la selva, antes del atardecer. Confundido, me costó trabajo ponerme en pie y echarme a andar con sólo dos patas. Caminé varios metros hasta la orilla de un río. Ahí bebí agua y vi ocultarse el sol.
Seguí caminando, y llovió. Sobre mi nueva piel, casi sin pelo, sentí el aire de la tormenta y el agua escurriendo. Era placentero sentir el pasto mojado en las plantas de los pies. Así llegué a las ruinas de una ciudad antigua. Era de noche, y la luna se asomaba entre las atribuladas nubes en el cielo.
La selva se adueñaba los restos de las pirámides. Aún así se distinguían calles, calzadas y edificios. Me cobijé en uno de ellos, pero no podía dormir. Empecé a escuchar ruidos, a ver sombras, pero no tenía miedo.
De pronto los vi. Primero una pequeña silueta recortada por la luz de la luna, después un par de centellas viéndome. Un gato me observaba. Así como llegó, se fue. Entonces vino otro, y otro más. Más de veinte gatos estaban ahí, observando. No me aceptaban, pero tampoco me rechazaban. Simplemente me permitían estar, haciéndome saber que ellos eran, desde hacía siglos, los dueños de ese misterioso lugar perdido entre la selva.
Seguí caminando, y llovió. Sobre mi nueva piel, casi sin pelo, sentí el aire de la tormenta y el agua escurriendo. Era placentero sentir el pasto mojado en las plantas de los pies. Así llegué a las ruinas de una ciudad antigua. Era de noche, y la luna se asomaba entre las atribuladas nubes en el cielo.
La selva se adueñaba los restos de las pirámides. Aún así se distinguían calles, calzadas y edificios. Me cobijé en uno de ellos, pero no podía dormir. Empecé a escuchar ruidos, a ver sombras, pero no tenía miedo.
De pronto los vi. Primero una pequeña silueta recortada por la luz de la luna, después un par de centellas viéndome. Un gato me observaba. Así como llegó, se fue. Entonces vino otro, y otro más. Más de veinte gatos estaban ahí, observando. No me aceptaban, pero tampoco me rechazaban. Simplemente me permitían estar, haciéndome saber que ellos eran, desde hacía siglos, los dueños de ese misterioso lugar perdido entre la selva.
sábado, 10 de julio de 2010
Tamaños
El ego de un gato es tan grande, que es realmente increíble que quepa en un cuerpo tan pequeño.
viernes, 9 de julio de 2010
Alterado - Día feliz
Encontré una botellita que decía "bébeme", pero yo me la comí. Primero me sentí un poco mareado, como si hubiera bebido algunas cervezas. Pero estaba contento. Cantaba y bailaba. Después me quedé dormido y me convertí en un niño.
Era niño pero sólo en mi cabeza, no en mi cuerpo. Así que me sentía raro teniendo un cuerpo de gato siendo yo un niño. Pero era divertido.
Es muy lindo ser niño, tomarse los detalles en serio. Pude pensar con una lógica diferente, hablar y sentir así, con esa inocencia y sinceridad adentro.
miércoles, 30 de junio de 2010
Correr bajo la lluvia
Llueve. No necesito decir que no me gusta el agua, soy un gato. Al caer sobre mí, las gotas frías me arruinan el pelaje, que paso gran parte del día acicalando. Mis patas salen sucias de los charcos. Estoy lleno de lodo.
No soy quisquilloso. La tierra seca no está mal, se sacude. Pero el lodo se pega.
Cuando llueve me dan ganas de huir. De esconderme en un lugar que sienta seguro. Hay que evitar el agua, el lodo, los perros, los autos que pasan salpicando todo, el viento frío...
Mientras me echo a andar buscando refugio, quisiera por un momento no estar solo. Voy por ahí sin fijarme, pero la memoria de mis pasos me lleva a rutas conocidas, cerca de personas que he abandonado. Me oculto en un rincón más o menos seco, y pienso en su cómoda oscuridad: ¿Volveré con alguno de quienes he dejado atrás? No, bien sé que no tiene caso. Aunque por un segundo tengo ganas, no funcionará.
De todas maneras, cuando pasa lo peor de la lluvia, me acerco. Puedo cerciorarme de que todavía viven ahí, ver qué tanto han cambiado. Tal vez han movido los muebles. Quizá ya tiraron el plato donde me daban de comer.
Siempre me fijo en cosas así. Aunque pretendo que no me importan, en el fondo sé que sí. No tardo mucho tiempo. Lo último que quiero es que alguien me reconozca. Que me llamen por el nombre que me habían puesto. No quiero escuchar que esas voces conocidas se dirijan de nuevo hacia mí. Igual que antes, me daría la espalda y seguiría mi camino. Pero prefiero huir antes, porque sé que me costaría más trabajo hacerlo. Y no quiero.
No soy quisquilloso. La tierra seca no está mal, se sacude. Pero el lodo se pega.
Cuando llueve me dan ganas de huir. De esconderme en un lugar que sienta seguro. Hay que evitar el agua, el lodo, los perros, los autos que pasan salpicando todo, el viento frío...
Mientras me echo a andar buscando refugio, quisiera por un momento no estar solo. Voy por ahí sin fijarme, pero la memoria de mis pasos me lleva a rutas conocidas, cerca de personas que he abandonado. Me oculto en un rincón más o menos seco, y pienso en su cómoda oscuridad: ¿Volveré con alguno de quienes he dejado atrás? No, bien sé que no tiene caso. Aunque por un segundo tengo ganas, no funcionará.
De todas maneras, cuando pasa lo peor de la lluvia, me acerco. Puedo cerciorarme de que todavía viven ahí, ver qué tanto han cambiado. Tal vez han movido los muebles. Quizá ya tiraron el plato donde me daban de comer.
Siempre me fijo en cosas así. Aunque pretendo que no me importan, en el fondo sé que sí. No tardo mucho tiempo. Lo último que quiero es que alguien me reconozca. Que me llamen por el nombre que me habían puesto. No quiero escuchar que esas voces conocidas se dirijan de nuevo hacia mí. Igual que antes, me daría la espalda y seguiría mi camino. Pero prefiero huir antes, porque sé que me costaría más trabajo hacerlo. Y no quiero.
domingo, 13 de junio de 2010
Y eso será suficiente
Busco tu sombra, guiado por tu voz en esta noche, tan oscura y cerrada que no puedo andar en ella sin tropezarme, sin temer. Pero lo que sigo no es tu voz. El eco de ese sonido hace mucho que desapareció. Su fantasma se confunde con los ladridos de los perros.
Estoy solo, perdido, empecinado en hallarte. Aturdido y exasperado por esta búsqueda que a mí mismo me parece absurda, pero que no puedo eludir.
Encuentro a alguien que no eres tú. Sus manos no son las tuyas, ni sus sueños son los que habitan en tu mente. Pero está aquí, ahora. Puede darme lo que tú no pudiste o no quisiste. Sirve para lo que tú no, al menos nunca has podido probarlo.
Tal vez no deje de temerle yo a él, ni él a mí. Tal vez no pueda olvidarte todavía, y siga condenado a buscarte.
Pero al menos sé que en este instante, este extraño es más real de lo que tú fuiste.
Si alguna vez te encuentro, no lo olvidaré. Si todavía es posible saldar nuestras cuentas, al vernos sabrás, sabré... y eso será suficiente.
Estoy solo, perdido, empecinado en hallarte. Aturdido y exasperado por esta búsqueda que a mí mismo me parece absurda, pero que no puedo eludir.
Encuentro a alguien que no eres tú. Sus manos no son las tuyas, ni sus sueños son los que habitan en tu mente. Pero está aquí, ahora. Puede darme lo que tú no pudiste o no quisiste. Sirve para lo que tú no, al menos nunca has podido probarlo.
Tal vez no deje de temerle yo a él, ni él a mí. Tal vez no pueda olvidarte todavía, y siga condenado a buscarte.
Pero al menos sé que en este instante, este extraño es más real de lo que tú fuiste.
Si alguna vez te encuentro, no lo olvidaré. Si todavía es posible saldar nuestras cuentas, al vernos sabrás, sabré... y eso será suficiente.
miércoles, 9 de junio de 2010
Planes
A los gatos nos encanta urdir planes. Planes perfectos, secretos, que no pueden fallar. Planes tan meticulosamente diseñados, con fines tan ocultos y perversos que ni siquiera nosotros podemos conocerlos: sólo los ejecutamos.
Yo no sé cómo, pero funcionan. Parece que es al azar, pero no. Todo pasa cuando tiene que pasar.
A veces me da miedo, pero es más lo que me emocionan. Me encanta sentir que mientras camino tranquilamente, con total naturalidad e indiferencia, voy ejecutando un plan perfecto, cuyo desarrollo y efectos no son conocidos por nadie. Ni siquiera por mí.
Los errores de siempre; los aciertos de siempre. En cada plan se cuelan miles de posibilidades de éxito o fracaso. Pero nada está perdido y todo va conforme a lo planeado mientras se logre el objetivo supremo:
Vivir
sábado, 5 de junio de 2010
No me olvido de ti
Regresaré a que tus manos me acaricien, me alimenten, me den paz. A veces busco unas extraordinarias, pero olvido que están las tuyas ahí: que siempre están ahí para mí. Y olvido que en su humilde y modesta forma, son extraordinarias.
Tú, que me esperas con ansias. Que crees en mí. Tú que de lejos piensas en mí, rezas por mí, tú que me quieres... no te daré la espalda. Volveré, como siempre lo hago. Estaré contigo unos días, dejaré que me quieras... y me dejaré quererte.
Pero también me iré. Porque no puedo quedarme. Pero sé que en esta vida de nómada que he elegido, en este camino de idas y vueltas que debo seguir, nunca has dejado de estar tú. Ni dejarás de estarlo.
Sólo tengo que recordarlo más a menudo.
Trataré de entenderte, y de que me entiendas. Aunque sea difícil a veces.
Empecinado como estoy en seguir mi camino, no me detendré. Quizá no lo sepas, o ni yo mismo me de cuenta, pero buena parte de mi impulso eres tú. Tú y tu resignación. Tu espera. Cuando te sientas todas las tardes en la mecedora del patio, y piensas en mí.
Ese regazo al que sé que puedo acudir. Al que tengo que acudir de vez en cuando. Al que me he prometido volver, para seguir adelante, con la promesa de que un día, espero que pronto, pueda llegar con un regalo digno de ti.
Algo de la paz y el cariño que me das. A pesar de las diferencias, la incomprensión, el silencio y la distancia.
Voy a encontrarlo, ya verás. Estoy trabajando en eso. Sólo espérame el tiempo suficiente.
Porque así como me necesitas, te necesito yo a ti.
Tú, que me esperas con ansias. Que crees en mí. Tú que de lejos piensas en mí, rezas por mí, tú que me quieres... no te daré la espalda. Volveré, como siempre lo hago. Estaré contigo unos días, dejaré que me quieras... y me dejaré quererte.
Pero también me iré. Porque no puedo quedarme. Pero sé que en esta vida de nómada que he elegido, en este camino de idas y vueltas que debo seguir, nunca has dejado de estar tú. Ni dejarás de estarlo.
Sólo tengo que recordarlo más a menudo.
Trataré de entenderte, y de que me entiendas. Aunque sea difícil a veces.
Empecinado como estoy en seguir mi camino, no me detendré. Quizá no lo sepas, o ni yo mismo me de cuenta, pero buena parte de mi impulso eres tú. Tú y tu resignación. Tu espera. Cuando te sientas todas las tardes en la mecedora del patio, y piensas en mí.
Ese regazo al que sé que puedo acudir. Al que tengo que acudir de vez en cuando. Al que me he prometido volver, para seguir adelante, con la promesa de que un día, espero que pronto, pueda llegar con un regalo digno de ti.
Algo de la paz y el cariño que me das. A pesar de las diferencias, la incomprensión, el silencio y la distancia.
Voy a encontrarlo, ya verás. Estoy trabajando en eso. Sólo espérame el tiempo suficiente.
Porque así como me necesitas, te necesito yo a ti.
domingo, 23 de mayo de 2010
Voz
Tu voz aterciopelada aún me acaricia por dentro, aunque hace ya mucho que no la oigo. No puedo evitar buscarla en otras voces, intuirla, extrañarla. La he olvidado un poco. No recuerdo del todo bien su volumen y textura, las vibraciones que deja en el aire, como ondas que yo casi podía ver...
En cambio sé muy bien qué es lo que todavía me provoca. Buscaba estar cerca de ti porque al oírte me entraba como una euforia difícil de disimular, me daban ganas de morderte y rasguñarte un poco, sólo un poco, porque no sabía de qué otra forma decirte que me ponías muy contento.
Esa voz tuya es como un ronrroneo que me acaricia, que me hace cosquillas, y me dan ganas de correr, de brincar, de romper; de enterrarle las uñas para que suene más fuerte, de morderla un poco para que grite. De aferrarme a ella para no soltarla jamás.
Pero no. Aunque algunas veces le imaginé un cuerpo de color y forma cambiantes, nunca la pude tocar.
¿La habré perdido para siempre?
Tal vez no, quizá aún quede un eco de ella atrapado entre los pliegues de mis orejas. Tal vez uno de sus destellos se atoró en mis oídos. Es cierto que ya no la escucho, pero siempre la recuerdo, la imagino.
A veces en sueños se me aparece, la sujeto entre mis manos, y la lamo.
En cambio sé muy bien qué es lo que todavía me provoca. Buscaba estar cerca de ti porque al oírte me entraba como una euforia difícil de disimular, me daban ganas de morderte y rasguñarte un poco, sólo un poco, porque no sabía de qué otra forma decirte que me ponías muy contento.
Esa voz tuya es como un ronrroneo que me acaricia, que me hace cosquillas, y me dan ganas de correr, de brincar, de romper; de enterrarle las uñas para que suene más fuerte, de morderla un poco para que grite. De aferrarme a ella para no soltarla jamás.
Pero no. Aunque algunas veces le imaginé un cuerpo de color y forma cambiantes, nunca la pude tocar.
¿La habré perdido para siempre?
Tal vez no, quizá aún quede un eco de ella atrapado entre los pliegues de mis orejas. Tal vez uno de sus destellos se atoró en mis oídos. Es cierto que ya no la escucho, pero siempre la recuerdo, la imagino.
A veces en sueños se me aparece, la sujeto entre mis manos, y la lamo.
sábado, 15 de mayo de 2010
Confesión
Siempre, desde cachorro, he soñado cosas raras. Pueden ser desde muy fantásticas hasta muy reales. A veces sólo es desconcertante, y en general me ufano de eso. Lo considero una virtud.
Pero cuando destruye mi precaria estabilidad interna, deja de ser divertido.
Angustia onírica
Me pasa que he soñado contigo un par de veces. Ya no quiero, me da miedo.
Es la primera vez que alteras mi esfera, luego de muchos años. Desde aquélla época en la que eras un joven impetuoso, con muchos sueños, y yo nada más un pequeño cachorro con el que compartías el techo.
Ahora te sueño como el que eres, pero son sueños de angustia. En ellos, de alguna extraña forma, se cuela la muerte.
De pronto miro a ese que tenemos en común.
- ¿Tú no lo ves? - te pregunto, pero es obvio que no, porque ya no está. No le temo a su visión, pero su presencia me inquieta. Tal vez tenga algo que decirme, o que decirte a través de mí.
No recuerdo bien por qué, pero abrazas su sombra y no lo sientes.
Lo demás no lo sé explicar. Tiene qué ver más conmigo que contigo. De él, o de su sombra, viene un reproche. Tal vez debería dejar de pensar en todo esto. Tal vez lo estoy molestando.
Lo único que sé es que no quiero soñar nada parecido otra vez.
lunes, 10 de mayo de 2010
Echarse a andar
Me gusta salir a caminar, pero sólo de noche. No hace calor, no hay demasiada gente. Todo parece un misterio por descubrir, y las cosas que encuentro parecen irreales, pero más sinceras.
Me voy así como soy, sin nada más que mis patas, mis ojos y pelaje. Duermo en los rincones de siempre; uno nunca sabe, a veces he encontrado agujeros más tranquilos y plácidos que las mansiones.
Se requieren ciertos conocimientos: comer de los botes de basura es siempre una buena opción, sólo hay que cuidarse de los perros. Tampoco es recomendable hacerlo en donde hay muchas ratas: suelen ser lugares demasiado sucios, donde sólo quedan despojos. Bien usados, son un recurso de valor turístico: por las sobras de la comida se saben muchas cosas de la gente del lugar.
A veces me he ido lejos. Puedo irme unos dos días, unos cuantos meses, o mejor no regresar. Me puedo presumir como amplio conocedor de algunas ciudades. Varios apreciarían mis dotes de guía turístico.
Así que a veces me voy para huir de la rutina. Busco en los oscuros rincones de ciudades desconocidas lo que soy, y tomo de ellos lo que me pertenece.
miércoles, 5 de mayo de 2010
Cuando hace calor
Estoy todo el día echado en la sombra, bajo cualquier automóvil.
Veo pies. Zapatos. Patas. Veo carros y llantas. Veo las tripas de metal, sucias y grasosas de los autos. Veo piernas. Veo asfalto caliente.
Y no, no me atrevo a moverme, porque hace demasiado calor. Entrecierro los ojos y muevo la cola como para ahuyentar este instante, como para llamar a la noche y alejarme de esto. Para ir detrás de las cosas dignas de llamar mi atención, las que no están en esta cotidianidad absurda. Más absurda por calurosa.
Entonces me duermo. Ya no estoy. Ya no veo. Sólo escucho. No vaya a venir un perro a fastidiar. No vayan a arrancar el motor y aplastarme la cola, las patas o la cabeza.
Pero... qué flojera me da todo esto.
lunes, 26 de abril de 2010
Culpa del interés científico
El interés científico hizo al gato besar al ratón, pero tuvo que suspender las pruebas antes de que todo terminara en un fracaso. Se lo comió para anular el riesgo de enamorarse.
[Esto le pasó a un amigo, a mí no. Juro que a mí no... aunque casi]
Se me antoja
un buen desayuno. Quiero tomar leche y comer migajas de galletas... de los cachetes de algún niño pequeño que se quede dormido después de comer.
Yo no sé por qué, pero aunque es menos sabe mejor que solo las galletas con leche. Las cachetes de bebé son un agradable complemento alimenticio, agregan un sabor dulce, una sensación agradable.
lunes, 19 de abril de 2010
Bueno, sí. Soy yo
Yo soy el que trepa todos los días la barda trasera de tu casa. Desde ahí te observo. Trato de discernir entre lo que redactas para recibir un salario, y lo que escribes para sentirte libre.
Soy yo la sombra que huye en cuanto me adviertes. Los ojos que te vigilan cuando estás dormido. El fantasma que mueve objetos en tu patio.
No busco nada en concreto: no quiero robarte comida, ni objetos [no fue mi intención tirar y ensuciar tu ropa recién lavada]. Lo que quiero es simplemente provocarte. Penetrar en la esfera de tu cotidianeidad, aunque sea como mera perturbación.
En el fondo, sí, lo que quiero es que pienses en mí. Aunque no te des cuenta. Mi mayor conquista sería colarme en tus sueños. Pero no seré tan ambicioso esta vez.
Me basta con darte algunos sustos, cuando llegas tarde a tu casa, y descubres mi mirada relampagueando sobre ti, en medio de la noche cerrada. Me satisface saber que cuando miras a la sombra del árbol que da a tu ventana, intuyes que estoy ahí.
Soy yo la sombra que huye en cuanto me adviertes. Los ojos que te vigilan cuando estás dormido. El fantasma que mueve objetos en tu patio.
No busco nada en concreto: no quiero robarte comida, ni objetos [no fue mi intención tirar y ensuciar tu ropa recién lavada]. Lo que quiero es simplemente provocarte. Penetrar en la esfera de tu cotidianeidad, aunque sea como mera perturbación.
En el fondo, sí, lo que quiero es que pienses en mí. Aunque no te des cuenta. Mi mayor conquista sería colarme en tus sueños. Pero no seré tan ambicioso esta vez.
Me basta con darte algunos sustos, cuando llegas tarde a tu casa, y descubres mi mirada relampagueando sobre ti, en medio de la noche cerrada. Me satisface saber que cuando miras a la sombra del árbol que da a tu ventana, intuyes que estoy ahí.
domingo, 18 de abril de 2010
¿Despedirme? No lo haría, aunque pudiera
Aunque tuviera la oportunidad de avisarte antes de irme, no lo haría. Creo que me faltaría valor. No me gustaría decirte adiós.
Cuando me marcho de un lugar lo hago a veces sin querer, sin darme cuenta. Puede que ya no habite el mismo hogar en el que tan amablemente me has recibido, donde eres tan generoso conmigo, pero no termino de irme. En cierta forma sigo aquí, lo sabes.
Me adivinas detrás de las cortinas, o escondido bajo la silla. A veces, por la noche, casi podrías oírme ronrronear. Puede que efectivamente sea yo y no me de cuenta, que por algún secreto recurso mi voluntad me haya llevado hasta ti mientras estoy dormido. Porque aunque no puedo o no quiero confesarlo, te extraño.
No tengas miedo de mí si de pronto sientes mi mirada en la noche. Mis ojos resplandecen, pero no es de odio. Soy incapaz de odiar a nadie, no en serio. Y de entre todos al que menos podría odiar es a ti.
Si tuviera el valor, de todas formas no me despediría. Simplemente te diría cuánto te aprecio, cómo te agradezco todas tus atenciones, y después seguiría mi camino; andaría en línea recta, a sabiendas de que probalmente te vuelva a encontrar un día por la calle, y sabré de ti sin que tú sepas de mí.
Cuando me marcho de un lugar lo hago a veces sin querer, sin darme cuenta. Puede que ya no habite el mismo hogar en el que tan amablemente me has recibido, donde eres tan generoso conmigo, pero no termino de irme. En cierta forma sigo aquí, lo sabes.
Me adivinas detrás de las cortinas, o escondido bajo la silla. A veces, por la noche, casi podrías oírme ronrronear. Puede que efectivamente sea yo y no me de cuenta, que por algún secreto recurso mi voluntad me haya llevado hasta ti mientras estoy dormido. Porque aunque no puedo o no quiero confesarlo, te extraño.
No tengas miedo de mí si de pronto sientes mi mirada en la noche. Mis ojos resplandecen, pero no es de odio. Soy incapaz de odiar a nadie, no en serio. Y de entre todos al que menos podría odiar es a ti.
Si tuviera el valor, de todas formas no me despediría. Simplemente te diría cuánto te aprecio, cómo te agradezco todas tus atenciones, y después seguiría mi camino; andaría en línea recta, a sabiendas de que probalmente te vuelva a encontrar un día por la calle, y sabré de ti sin que tú sepas de mí.
Puedo extrañar, pero no arrepentirme.
Hay veces que extraño los mullidos sillones que abandoné, las buenas tardes en que podía echarme cómodamente a ver morir el sol. No pienso mucho en ello, pero sí. Todas esas cosas que tuve y preferí dejar, las manos de las que me alejé, las caricias que no volverán a darme.
Puede tomarse esto como una debilidad, una queja quizá, pero no un arrepiento. Tuve razones para haber actuado como lo hice, todavía las tengo. Aunque consistan en el mero hecho de que procedí así porque se me dio la gana.
No siempre ocurre de esa forma. Hay momentos en los que uno se ve obligado a decidir, y puede no tomarse la mejor opción. A veces ni siquera se tiene la libertad para escoger; las cosas simplemente pasan. De cualquier modo, no tiene ningún caso arrepentirse.
Un gato sabe bien que el hubiera no existe. Se limita a hacer lo que hago ahora: extrañar, simplemente. Ni siquiera desear que no hubiera sido así, sino simplemente recordar cuando antes era ahora.
Puede tomarse esto como una debilidad, una queja quizá, pero no un arrepiento. Tuve razones para haber actuado como lo hice, todavía las tengo. Aunque consistan en el mero hecho de que procedí así porque se me dio la gana.
No siempre ocurre de esa forma. Hay momentos en los que uno se ve obligado a decidir, y puede no tomarse la mejor opción. A veces ni siquera se tiene la libertad para escoger; las cosas simplemente pasan. De cualquier modo, no tiene ningún caso arrepentirse.
Un gato sabe bien que el hubiera no existe. Se limita a hacer lo que hago ahora: extrañar, simplemente. Ni siquiera desear que no hubiera sido así, sino simplemente recordar cuando antes era ahora.
miércoles, 14 de abril de 2010
Me alegro
Los gatos a veces buscan sin saber qué buscan, por eso les cuesta reconocer lo que encuentran.
Me pasa últimamente que busco algo que no quiero confesarme, que me niego a pronunciar. Lo busco a sabiendas de que no estará, temiendo encontrarlo; no me doy cuenta cómo, ni puedo evitarlo: sólo busco.
Aunque me limite a mirar pasara la gente, sentado sobre la acera, escondido bajo la sobra de un auto; busco. Aunque tenga los ojos cerrados, busco... Y me alegro de no encontrar nada: así puedo creer que no existe (aunque todavía puedo reconocer las huellas y el olor), que desvarío más de la cuenta.
Ya sé que te busco, pero no aparezcas. No lo hagas si no es para ahogarme en la pesadilla que tengo todas las noches, la que no me atrevo a confesar ni a mí mismo.
martes, 6 de abril de 2010
Circo
Anoche asistí en sueños a una función de circo, muy entretenida y muy extraña, por cierto. Las gradas eran de cristal, más bien como un contenedor sobre el cual tomar asiento, dentro del que una criatura, como una bruja o algo así, nadaba envuelta en ropas verdes holgadas, enseñando sus colmillos y mirando con furia a todos. Intimidante, claro, pero pude acostumbrarme.
El espectáculo principal era un malabarista que hacía suertes con unos cuchillos enormes y afilados, mientras recorría la plataforma del circo sobre una bola que hacía girar con los pies. Por un momento pensé que era una cabeza de algo, no sabría decir de qué, pues era muy grande. De todas formas nunca lo pude confirmar, preferí quedarme con la duda. El artista era un muchacho flaco, moreno, de ojos negros, cubierto con telas de un rojo encendido.
Debía ser un mago, porque parecía que los cuchillos que arrojaba al aire le mutilaban las manos y los pies; él permanecía en equilibrio sobre su bola, paseándose frente a todo el público; cuando se le desprendían del cuerpo malabareaba los trozos de su propia carne junto con los cuchillos, usando para esto las partes que aún conservaba, y luego volvía a colocarlas en su lugar. Así hasta mutilarse todas las extremidades, incluso la cabeza, con cada uno de sus cinco cuchillos.
Al final del acto hizo la consabida reverencia de agradecimiento, parecía que nada le había pasado, pero pensé que el traje era rojo para no asustar al público con la sangre derramada.
Después de eso, gato de mí, me distraje con un bicho que pasó volando. Lo perseguí y me alejé, mientras él iba tejiendo una fina telaraña plateada. Confeccionaba algo como un guante. En mi sueño entendí que me lo daría porque algo tenía que atrapar con eso.
Pero no recuerdo qué pasó, ya no sé si me atrapó él a mí y ahora sin saberlo soy parte de ese circo, o si aún tengo pendiente atrapar ese algo que no sé qué es. Tal vez los del circo quieran que les lleve algo del mundo real para montar un nuevo espectáculo en el mundo de los sueños.
¿Me darán otra entrada gratis?
lunes, 5 de abril de 2010
Adiós
Su salud era más bien endeble, pero era una mujer fuerte a pesar de todo. Resistente, más bien. Ahí la llevaba, hasta que un día tuvo un intento de infarto. La llevaron directo al hospital, atravesando la madrugada.
Su familia sabía que era una mujer buena y generosa, quizá demasiado; pero no sospechaban que le hubiera crecido el corazón dentro del pecho. Lo tenía hinchado, tan grande que empezaba a oprimirle el estómago y los pulmones. Ahora sabían por qué comía tan poco, por qué se agitaba tanto últimamente.
La cuidaron unos días, eran dos quienes se quedaban con ella toda la noche. Eran mujeres, porque la anciana no quería que sus hijos o nietos la vieran desnuda, como suele ocurrir en esas situaciones.
Cuando se agravó la enviaron a terapia intermedia. Para entonces la familia que vivía lejos había ido a verla, pero ya no podìan estar con ella todo el tiempo. Las visitas duraban media hora, una en la mañana, otra en la tarde y en la noche. A veces todo el tiempo lo consumía uno solo, pero en una ocasión pasaron cinco a verla.
Todos pasaron a saludarla, a darle ánimos, a decirle cuánto la querían. Ella estaba consciente, despierta. A todos reconocía, y aunque no podía platicar como antes, respondía con los ojos. Al verlos y escucharlos, se sentía acompañada. No quería quedarse sola, pero las enfermeras no podían permitir que las visitas se quedaran más tiempo.
Todos pasaron a saludarla, a darle ánimos, a decirle cuánto la querían. Ella estaba consciente, despierta. A todos reconocía, y aunque no podía platicar como antes, respondía con los ojos. Al verlos y escucharlos, se sentía acompañada. No quería quedarse sola, pero las enfermeras no podían permitir que las visitas se quedaran más tiempo.
Se le iban las horas esperando ver a sus seres queridos. Enferma y cansada, a ratos el tiempo se alargaba infinitamente. Poco a poco llegaron visitas inesperadas, gente que ya se había ido: su esposo, su madre, sus familiares tanto tiempo no vistos. Éstos también se quedaban solo un ratito, y ella no tuvo miedo al verlos. Al contrario, agradeció que le hicieran compañía.
No se inquietó cuando comprendió que iba a morir. Estaba en paz, había visto a todos los que tenía que ver. La familia estaba bien, y el cuerpo dolía. Tantas horas en la misma posición, tanto trabajo para respirar, aún con el oxígeno.
Su querido esposo vino a buscarla, tomó su mano, dulcemente, y ella lo siguió. Se levantó dejando atrás su cuerpo, el dolor y el cansancio de una semana en el hospital. Tal vez le hubiera gustado despedirse, pero no eran horas de visita y nadie de la familia estaba con ella. Él insistió levemente, y se fueron.
Juntos se fueron, no sé adónde, pero sé que están juntos ahora. Sé que ya no se extrañan y que son de nuevo felices como lo fueron tantos años en esa casa, que tan a menudo soñé cuando era pequeño.
lunes, 22 de marzo de 2010
¿Qué hace un gato...
si encuentra algo precioso?
Lo entierra en algún lugar secreto, que sólo el conozca, e irá a visitar su tesoro sólo cuando sepa que nadie lo vigila. Su deber es conseguir que nadie sospeche siquiera que él tiene algo que le importe. Lo cual, por supuesto, es muy raro.
¿Qué hace un gato si logra deshacerse de algo que detesta?
Igual lo entierra, con tanta urgencia que no se fija si alguien lo mira. Sabe que nadie se atreve a mirar algo que un gato oculta de sí mismo, porque no quiere ni verlo, y no soporta tenerlo cerca. Lo pone ahí para olvidarlo en el acto, para sepultarlo con la esperanza de que no resurja nunca más.
¿Y cuál de estas dos situaciones ocurre más a menudo?
Me rapo el pelaje si lo digo, pero puedo afirmar que pienses lo que pienses, estarás equivocado al respecto.
domingo, 21 de marzo de 2010
Conflictos con el espejo
En momentos como ahora me ahogo en el silencio. Te recuerdo a ti y a todos, fantasmas construidos a punta de aburrimiento, y me entran ganas de huir, de llorar, de gritar o matar a alguien.
Y si intento algo para que el silencio no me rompa los oídos, pronto me doy cuenta de que es igual; detrás de cualquier sonido, de cualquier ruido insignificante, el silencio se impone. Sólo consigo cubrirlo, pero no esconderlo: ahí está.
Me detengo en mi afán de huir ¿Hacia dónde? ¿De qué, si ya estoy lejos de todo? Tal vez el problema sea que mis ganas de escapar son, en el fondo, ganas de volver. Pero no puedo. No puedo porque no estoy en ningún lugar, ni vengo de ninguna parte. Aquí es igual que en cualquier lugar.
No me atrevo a llorar ni a gritar, por miedo. No me preocupa lo que digan los demás [no existe nadie más], lo que temo es que si me dejo llevar por ese arrebato descubra que soy ridículo a mí mismo. Que tal vez me odio y me desprecio. Y prefiero no intentarlo siquiera, porque no sabría que hacer ante esa situación.
En el fondo sé muy bien que haga lo que haga, esto no tiene remedio. El problema es que no puedo huir de mí mismo, por más que lo he intentado.
Mi cuerpo se cansa de dormir, y mi cabeza de pensar. Ideas deformes o incompletas discurren, insoportables, sobre cosas que no existen. Que no deberían existir. No puedo detenerlas, ni desmantelar la fábrica que produce semejantes engendros. Sólo puedo aspirar a creer que un día todo tendrá sentido.
Será el día en que deje querer de huir, cuando decida encontrarme y hacer las paces conmigo. Cuando pueda dejar de detestarme a ratos. Podré entonces dejar de pretender para empezar a ser ese que yo sé que soy, pero que todavía no encuentro.
Te soñé
El otro día, entre los pliegues confusos de mis sueños, apareciste. Vi tu rostro como no lo había visto nunca, al menos no así; tan joven y fresco, alegre.
Lamento decir que no entendí lo que me dijiste, sigo sin saber qué hacer con la bolsa de tu encargo. Olvidé las personas a las que debía entregar su contenido, que por otro lado no sé dónde quedó. Creo que nunca he sido bueno para este tipo de cosas.
Sólo me quedó claro que estabas bien: te vi sonriente, lejos de toda clase de problemas, sin arrastrar siquiera la sombra de esa oscura enfermedad que carcomía tu cuerpo.
Sí, definitivamente te veías bien; tanto, que olvidé por completo que habías muerto. Fue un gusto saludarte, aunque no fuimos, precisamente, muy cercanos. No te preocupes, le haré saber a todos los interesados en ti que te he visto, y que estás bien.
martes, 16 de marzo de 2010
Entre paredes de porcelana
La habitación es redonda y blanca, muy pequeña. Restriego mi piel contra la suavidad de las paredes, construidas en porcelana pulida, perfecta, intacta. Este cuarto no es muy alto, cerrado por todas partes, menos por el techo. Puedo asomarme a la orilla, un breve espacio me separa del borde.
Soy distinto. Líquido, caliente y oscuro. Mi consistencia es particular, no como la del agua, tan simple y escurridiza. No, yo tengo un cuerpo más espeso, en mi interior puedo sentir esencias casi místicas, destellos de sol que quedaron atrapados en la tierra de la que nací.
Desde esta habitación, diseñada sólo para mí, puedo asomarme para ver tus labios. Veo con detalle como los mojas, mi presencia desata tu deseo. Inundo tu pecho con mi aroma, tus ojos se emlebesan con mi cuerpo.
Eres tú quien inicia el encuentro. En nuestro ritual, tan íntimo, usas un instrumento. Alargado, de metal pulido y suave, lo sujetas entre tus dedos. Introduces un extremo cóncavo en mí. El contraste es un poco brusco, está demasiado frío, pero me acostumbro. Con paciencia me acaricias con él, remueves mi ser, hasta las más ínfimas partículas del fondo. Me gusta; me haces bailar al ritmo que deseas. Miras elevarse el vapor que desprendo, las luces de la alegría que atraviesan mi piel oscura.
No me añades nada, no cambias mi color, más oscuro que el de la tierra, ni me arrojas polvos que endulcen mi alma. Amargo soy, lo sabes; pero sincero y puro como no encontrarás a nadie.
Gigante, tomas entre tus manos este recinto circular que habito. Me inclinas hacia ti. Siento tu aliento sobre mí, sé que me hueles. Te gusto, me gustas.
Tómame ahora. Bébeme con paciencia, despacio, suave y dulcemente. Disfrútame como yo te disfruto a ti. Entro finalmente en tu cuerpo, por esta puerta que se abre para recibirme: suave, cálida, húmeda.
Cumplo en ti mi razón de ser, al deslizarme por tu interior, desaparezco.
miércoles, 10 de marzo de 2010
Desperté asustado
Por alguna razón que no entiendo, porque no hay ninguna razón. Ningún sueño turbador me poseyó, ni he tenido sobresalto alguno.
Pero hoy por la tarde tuve miedo de abrir los ojos luego de dormir, no quise moverme. No quise ni siquiera decir "miau" para tranquilizarme...
No quise arriesgarme a escuchar mi propio miedo absurdo en mi voz.
martes, 9 de marzo de 2010
Breves obsesiones
Cuando un gato encuentra un juguete nuevo enloquece unos momentos por él. Por un lapso de tiempo nada más importa, salvo jugar. No nos preocupa hacer el ridículo, parecer demasiado tiernos, o provocar las risas de los humanos: Toda la atención se centra sobre el juguete.
Esta actitud tiene que ver la curiosidad, supongo, pero también con cierta voracidad. Al nuevo juguete hay que conocerlo, destriparlo, agotar todo su interés: es el impulso de obtener todo lo que puede ofrecer en el menor tiempo posible.
Pocas cosas resisten los embates de un gato. Aún cuando el objeto o la persona sobreviven, no logran permanecer en el interés del felino: Si algo no sucumbe a nosotros, pronto nos aburre.
domingo, 28 de febrero de 2010
Me dormí molesto con el mundo...
y soñé que no era un pequeño gato, sino un monstruo felino: gigante de cuatro patas con la fuerza suficiente para arrasar la ciudad.
No tenía que subordinarme a los humanos, que desde mi nueva altura se veían más como lo que en realidad son: pequeñas y endebles criaturas, más parecidas a ratones que a sujetos en posición de creerse dueños del mundo.
Cacé a varios. Hice jirones su ropa con mis garras, enterré en sus pechos mis colmillos afilados. Sacié mi hambre y mi sed con sus entrañas sangrantes. Eso me produjo placer y alivio, pero este ímpetu no duró mucho tiempo.
Pronto dejé de cazarlos con furia para simplemente jugar con ellos. Seguían siendo demasiado poca cosa como para mantener mi interés. Rodeado de cadáveres, empecé a aburrirme. Me vi solo, como siempre, y entonces desperté.
Desde esta barda en que vigilo
En días como hoy rondo tu casa [No la anterior, ésta otra]. Doy vueltas desde las azoteas contiguas, pero no me atrevo a pisar la tuya. Trato de adivinar a través de las cortinas lo que haces, la manera en la que has acomodado tus escasos pero muy personales muebles.
Por como te comportas creo que tienes a uno de esos perros estúpidos contigo, pero no. Ayer te seguí unos cinco pasos, y no hueles como si tuvieras uno de esos animales.
Me acuerdo de esa vez que regresabas a tu casa en un estado anímico extraño. Yo veía la luna, sentado sobre la barda de la callejuela solitaria donde doblas todos los días, cuando tus pasos me sorprendieron. No sabía que ibas a pasar por ahí a esa hora, cuando la noche es más oscura.
Me miré en tus ojos y tú en los míos. Te parecerá extraño, pero quien más se asustó fui yo. Quedé clavado en el muro, sin atinar a presentir lo que pensabas, lo que sentías o podías querer. Había algo demasiado inquietante en esa situación como para soportarlo sin dar un grito, pero ni eso pude. Varios minutos después de que te fuiste continué confundido.
Ahora me atormento pensando en si te acuerdas de mí cada que pasas por ese lugar. A veces creo que sí, otras estoy seguro que no. En ocasiones paso rápidamente por ahí, en horas en las que sé que no estás. Temo tanto encontrarte de nuevo...
Odio buscar en el ambiente las ideas y sensaciones que dejas impregnadas al pasar. Espero un día encontrar el valor para enfrentarte, dejar que me acaricies, y mientras deslizas tu mano sobre mi lomo descifrarte, como siento que ya debería haber hecho. Y encontrar entonces que no eres nada, que todas estas sensaciones extrañas son un invento de mi mente para jugar conmigo. Que puedo despreciarte o ser condescendiente contigo, porque en realidad no me importas.
sábado, 27 de febrero de 2010
Al jovencito del edificio que asoma a la ventana para verme
Si me paro en la puerta de tu edificio, y te miro a lo ojos es para que te fijes en mí. Lo hago porque sé que eres tan inteligente como sensible a mis irresistibles encantos felinos. Pero sólo vienes a ofrecerme comida, no me abres las puertas de tu casa.
Tal vez algo o alguien te lo impide, o tu razón es simplemente reservar algo de espacio para ti mismo. Como quiera que sea, lo entiendo. A veces, por más que me deseen, un gato como yo no encaja del todo en una vida.
Sé que podría quedarme aquí, venir por mi ración de jamón todas las tardes, con la seguridad de que un día, finalmente, derrotaré tu voluntad e ingresaré a tu casa. Pero entonces ya no me importarías tú, sino el hecho de conquistar ese espacio, hasta ahora inaccesible. Como me conozco sé también que una vez estando ahí empezaría a aburrirme, hasta huir al cabo de pocos días.
Mejor dejaré de insistir, porque no es mi intención hacerte eso. Sin embargo seguiré rondando en este barrio, donde tengo mi azotea. (La he ganado después de un par de peleas innecesarias con los gatos de por aquí) A ella no renunciaré, por supuesto. No ahora.
Así que si me encuentras por ahí, y terminas de reconocer que no soy un minino cualquiera, puedes acercarte. Aunque no te insistiré, tampoco opondré resistencia. Eso sí, si me llamas con un buen plato de comida, puedes jurar que iré hacia a ti corriendo. Pero, como dije, no voy a buscarte. Al menos trataré de no hacerlo (el jamón que compras es particularmente sabroso).
No me pasa a menudo, pero...
a veces me tienta la idea de volver a alguna de esas muchas casas que tuve, en las que fui dueño y señor, pero me frena la convicción de que no sería igual. Sobre todo no regreso porque, pese a lo difícil que a veces puede ser la calle, siempre queda el margen suficiente para que pueda hacer lo que quiero, lo que me gusta.
Y a los gatos como yo eso nos importa mucho más que estar cómodos y bien alimentados.
Mientras este rincón de mi azotea se mantenga seco, estaré bien. Ya me encargaré de generar calor para sobrevivir en la noche, si acaso hiciera mucho frío.
miércoles, 24 de febrero de 2010
La curiosidad
Es difícil fijar la atención de un felino. Tiene a menudo intereses muy específicos, y sólo eso es capaz de atraparlo. En estas circunstancias el gato busca, intenta e insiste, incansable.
La curiosidad no existe sólo para descubrir el mundo, beneficiarse y maravillarse con él; sirve sobre todo para explorarse a uno mismo.
Tiene sus riesgos, por supuesto. Contrario a lo que dice el dicho, la curiosidad no mató al gato. El gato murió cuando, en su curiosidad, se encontró a sí mismo de frente.
Hasta ahora no se sabe si lo mató el susto, la sorpresa o el gusto. Si esta muerte fue una venganza o un favor.
Sentidos
Queme cierren los ojos con uvas(Diáfana, honda plenitud de curvas.)Que me envuelva un incendio de manzanas.Que me envuelvan - presagio de pulpa-en ciruelas de tacto perfumado...Inundadmeen pleamar de pétalos y trinos.Que me ciñan - ¡Cenidme!- de eclípticas azules
[Me encantaría decir que estos versos son míos, pero hasta para un ego como el mío resulta difícil adjudicarse algo tan bueno que no le pertenece. El autor es Emilio Ballagas, poeta cubano, y puede leer más de él acá. La referencia original es esta: Antología de poesía moderna en lengua española, Editorial Trillas, México, 1986.]
sábado, 20 de febrero de 2010
Las andadas
A este gato le gusta mucho andar por ahí, husmear. Ver y escuchar sin ser percibido, hacerse el invisible. Cuando me abordan [Un niño que insiste en cargarme, una jovencita que me quiere acariciar] no sé cómo reaccionar. A menos que me den algo de comer, usualmente me escabullo. No me agrada meterme en situaciones donde no tengo control, mucho menos cuando me echan a perder el juego de espía y me bajan de las nubes.
El caso es que hoy he andado mucho sin encontrar nada muy interesante o extraordinario ¿Será momento de cobijarme en la comodidad de un nuevo hogar? Tal vez. Lo pensaré. Por lo pronto me duelen mis patitas. Y un gato como yo nunca avanza más allá de esta molestia, a menos que, por supuesto, busque/quiera/necesite algo.
viernes, 12 de febrero de 2010
Una dicha un poco extraña
Mientras duermo en la mañana sueño que soy una mujer joven. Este día me siento linda y satisfecha, contenta de salir en la mañana fría pero soleada; llena de asombro infantil al ver el amanecer cuando camino hacia una escuela rodeada de pinos.
Sueño luego que en mi felicidad, no muy intensa pero sí muy profunda, voy por las calles sonriendo sin darme cuenta, sintiéndome muy bien mientras escucho jazz.
Ando tan feliz de estar viva que por un instante los demás se dan cuenta, y contagiados se alegran un poquito también.
Después, en casa, miro con gusto la luz del sol colarse por la ventana. Canturreo bajito preparándome algo sencillo de comer, y soy dichosa al sentarme con calma a saborearlo.
Luego me baño. Disfruto mucho el agua; yo juego con ella, y ella con la luz de la tarde que deja pasar el cristal en la ventana. Me gusta también frotarme el cuerpo con jabón, hacer espuma y quitarla.
Al secarme con la toalla, pienso: Esta es la vida... ¡Qué bello vivirla!
Y estoy tan feliz de darme cuenta, que por un instante tengo el impulso de llorar.
Entonces despierto, y me arrepiento de ello. No he sabido de ningún otro pequeño felino, que, como yo, haya tenido alguna vez un sueño tan extrañamente dichoso como este.
jueves, 11 de febrero de 2010
Los perros buenos
A los animales, como a los humanos, los malos tratos nos pueden hacer huraños y agresivos. Muchos perros tratan de atacarnos, no tanto por el odio "natural" que nos tienen [natural entre comillas, porque he convivido muy bien con algunos], sino como forma de sacar sus frustraciones: Nos agreden en venganza por las agresiones que han recibido.
Hace poco, mientras caminaba por la ciudad, encontré un lugar interesante: un centro de rehabilitación canina. Me costó entender lo que ahí hacían, pues tanta generosidad humana es extraña. No cualquiera está dispuesto a ceder tiempo para llevar a cabo la difícil tarea de rescatar, alimentar, cuidar y entrenar perros de la calle. Menos aún si no van a quedárselos o lucrar con ellos; sino llevarlos, una vez capacitados, con personas ciegas para que los ayuden a hacer su vida.
Es una linda simbiosis la que ocurre entre un ciego y el perro que lo acompaña. Precisamente por eso: porque lo acompaña, no le pertenece. Después de la vida ruda en la calle, que a menudo es asesina, los perros van con una persona que los quiere, cuida y necesita. No, no es cursi. La vida entera debería estar llena de relaciones así: sinceras y recíprocas.
Me alegro por ellos. Es una lástima que con nosotros, los gatos, no se pueda hacer algo similar. Hay algo en nuestra naturaleza que nos impide dejar de ser egoístas para volvernos serviciales. Tal vez sea reserva o escepticismo, temor o incredulidad; quién sabe. Como sea, es algo que no voy a averiguar.
jueves, 28 de enero de 2010
Las voces
Tengo cierta debilidad por los barrios sórdidos. Me gusta encontrar algunos poetas mediocres y alcohólicos por ahí. Las prostitutas pueden ser encantadoras desde lejos. Sin embargo no volveré a dormir en este maldito callejón. No me molesta que sea sucio, hay suficiente comida para mí. El problema es que los vecinos no dejan dormir nada.
Algunos se molestan cuando nosotros, los felinos, armamos garulla con nuestros rituales amorosos, pero si tuvieran el oído tan agudo como nosotros y tuviesen que soportar oírse entre ustedes a través de las paredes ya se habrían cortado unos a otros las cuerdas vocales con todo y garganta.
Te descubrí, descubrí lo que tenías escondidoNo, ya no, el corazón se me va a salir del pechoAsí, eso es. Juega conmigo. Juega que para eso estoy.No son muchas las personas que se puedan tocar con las palabrasTe gusta el dolor ¿eh?- Así, como te gustaría morir: Cogiendo- No, morir no- Bueno, vivir. Vivir cogiendo- Sí...- ¿Tú crees?- Sí, claroTe transformas, vuelas hacia mí...Para que aprendas¡Qué cogida, Beatriz! ¡Qué cogida!No tuve que preguntártelo, me di cuentaAhh, me vas a matar
No se imaginen los cuerpos jadeantes y sudados, sólo pónganse en mi lugar. Si pudieran escuchar todo eso tan claramente como yo desearían poder hacer algo, tal vez lanzar un zapato, para que esos escandalosos los dejaran dormir.
viernes, 15 de enero de 2010
Paciencia
Algunos animales esperan sin saber que lo hacen, pero lo hacen. Se especializan en ser pacientes y lentos, o sobrevivir con naderías. Los seres humanos son los únicos que han atrofiado tanto sus instintos que son capaces de esperar a sabiendas de que lo hacen, y soportarlo. Cualquiera que sea consciente del tiempo y de la muerte se volvería loco de desesperación con sólo obligarlo a esperar durante un largo periodo. Pero los humanos no, y eso es algo que no entiendo; me produce mucho asco semejante patetismo, pero no lo entiendo.
De todos los animales del orbe los menos capacitados para esperar, mucho menos de manera consciente, somos los gatos. Los gatos así como llegan, desaparecen; así como arrebatan, se van. Así como conquistan, abandonan.
Por eso no puedo esperarte, ni a ti ni a nadie: Mi vida se arma con coincidencias; resultado de encontrar, aparecer o desaparecer en el momento indicado. Mis búsquedas y persistencias, mis aciertos y errores nunca consumen demasiado tiempo.
Lo único constante en mi vida son la inconstancia, la indecisión y el eclecticismo. Sin embargo soy capaz de cierto grado de determinación y compromiso: procuro no traicionar mi naturaleza gatuna.
jueves, 14 de enero de 2010
Querer creer
No es fácil engañar a un gato: somos taimados, astutos, desconfiados. Cuesta mucho trabajo atraparnos, ganarse nuestra confianza. Hacer que un gato salte al regazo de alguien sin intención de molestarlo o de encontrar alimento es casi un milagro.
Pero a veces se pueden tener ganas de creer, de confiar. Pese a toda la evidencia que señala lo peligroso de esta actitud, a veces así sucede. Y aunque un gato casi nunca es engañado sin su consentimiento, no deja de sentirse traicionado cuando eso ocurre.
[Lo inexplicable es por qué, por qué sigue habiendo esa secreta necesidad de tener fe en los demás]
lunes, 11 de enero de 2010
El pasado
Independientemente de que sea dulce o amargo, el pasado no debe comerse en exceso; puede uno intoxicarse. Si bien es necesaria cierta dosis para saber quienes somos, si se empecina en aproximarse demasiado sólo hay una cosa que un gato puede hacer:
Repelerlo a zarpazos; no para matarlo, sino para hacer que tome la debida distancia. No conviene aniquilarlo, sólo hay que hacerle saber cuál es su lugar.
Les tengo una noticia
La paternidad no quita lo imbécil, los sujetos siguen siendo tan idiotas como antes de convertirse en padres. Así que no sufran en vano: ese no es el remedio.
[Lo mismo aplica para la maternidad, cabe decir]
sábado, 9 de enero de 2010
Los espejos no me gustan
Por una sencilla razón: No soporto ver a nadie tan perfecto como yo.
Narciso fue dichoso; pudo caerse enamorado en su reflejo. En cambio a mí no me queda sino declararle la guerra al mío.
En el fondo me asusta el combate. Mi contrincante es, aparentemente, tan bueno (y tan malo) como yo.
[Al menos sé cuáles son sus debilidades; más vale que él no conozca las mías]
sábado, 2 de enero de 2010
El secreto está en...
Tener todo fríamente calculado y hacer que parezca espontáneo
o
Hacer parecer todo como parte de un plan cuando la espontaneidad se impone.
Conserva la calma todo lo que puedas, no sea que pierdas la elegancia; si no puedes responde con tu primer impulso, ataca o defiéndete sin reparar en los demás.
Haz lo que tengas que hacer. Pero hazlo bien.
Determinación, es la palabra. Aún cuando no sepas qué hacer o cómo reaccionar, sea cual sea la actitud que tomes, que sea con determinación.
[Nada personal, lo juro]
viernes, 1 de enero de 2010
No es egoísmo
Nos tachan de egoístas, pero no lo somos. No tanto.
Es triste y doloroso cuando uno cree que ha encontrado un hogar, un nicho con personas con las cuales se puede compartir todo lo que se es, todo lo que se hace o tiene, y un día, no se sabe cómo, la magia se agota: Aparentemente no pasa nada, pero sí pasa y mucho; aunque todos fingen que no, que se puede seguir así. Sé que no queda claro, pero la verdad no sé cómo explicarlo. Algo pasa, algo se rompe o interrumpe.
Nos tachan de egoístas porque nos vamos sin decir adiós: la verdad es que hacemos así porque nos falta valor para despedirnos de aquello que queremos o quisimos.
De todos modos es lo mejor: Así como es importante saber comenzar una historia es necesario aprender a terminarla antes de que se eche a perder.
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