lunes, 26 de abril de 2010

Culpa del interés científico

El interés científico hizo al gato besar al ratón, pero tuvo que suspender las pruebas antes de que todo terminara en un fracaso. Se lo comió para anular el riesgo de enamorarse.
[Esto le pasó a un amigo, a mí no. Juro que a mí no... aunque casi]

Se me antoja

un buen desayuno. Quiero tomar leche y comer migajas de galletas... de los cachetes de algún niño pequeño que se quede dormido después de comer.
Yo no sé por qué, pero aunque es menos sabe mejor que solo las galletas con leche. Las cachetes de bebé son un agradable complemento alimenticio, agregan un sabor dulce, una sensación agradable.

lunes, 19 de abril de 2010

Bueno, sí. Soy yo

Yo soy el que trepa todos los días la barda trasera de tu casa. Desde ahí te observo. Trato de discernir entre lo que redactas para recibir un salario, y lo que escribes para sentirte libre.
Soy yo la sombra que huye en cuanto me adviertes. Los ojos que te vigilan cuando estás dormido. El fantasma que mueve objetos en tu patio.
No busco nada en concreto: no quiero robarte comida, ni objetos [no fue mi intención tirar y ensuciar tu ropa recién lavada]. Lo que quiero es simplemente provocarte. Penetrar en la esfera de tu cotidianeidad, aunque sea como mera perturbación.
En el fondo, sí, lo que quiero es que pienses en mí. Aunque no te des cuenta. Mi mayor conquista sería colarme en tus sueños. Pero no seré tan ambicioso esta vez.
Me basta con darte algunos sustos, cuando llegas tarde a tu casa, y descubres mi mirada relampagueando sobre ti, en medio de la noche cerrada. Me satisface saber que cuando miras a la sombra del árbol que da a tu ventana, intuyes que estoy ahí.

domingo, 18 de abril de 2010

¿Despedirme? No lo haría, aunque pudiera

Aunque tuviera la oportunidad de avisarte antes de irme, no lo haría. Creo que me faltaría valor. No me gustaría decirte adiós.
Cuando me marcho de un lugar lo hago a veces sin querer, sin darme cuenta. Puede que ya no habite el mismo hogar en el que tan amablemente me has recibido, donde eres tan generoso conmigo, pero no termino de irme. En cierta forma sigo aquí, lo sabes.
Me adivinas detrás de las cortinas, o escondido bajo la silla. A veces, por la noche, casi podrías oírme ronrronear. Puede que efectivamente sea yo y no me de cuenta, que por algún secreto recurso mi voluntad me haya llevado hasta ti mientras estoy dormido. Porque aunque no puedo o no quiero confesarlo, te extraño.
No tengas miedo de mí si de pronto sientes mi mirada en la noche. Mis ojos resplandecen, pero no es de odio. Soy incapaz de odiar a nadie, no en serio. Y de entre todos al que menos podría odiar es a ti.
Si tuviera el valor, de todas formas no me despediría. Simplemente te diría cuánto te aprecio, cómo te agradezco todas tus atenciones, y después seguiría mi camino; andaría en línea recta, a sabiendas de que probalmente te vuelva a encontrar un día por la calle, y sabré de ti sin que tú sepas de mí.

Puedo extrañar, pero no arrepentirme.

Hay veces que extraño los mullidos sillones que abandoné, las buenas tardes en que podía echarme cómodamente a ver morir el sol. No pienso mucho en ello, pero sí. Todas esas cosas que tuve y preferí dejar, las manos de las que me alejé, las caricias que no volverán a darme.
Puede tomarse esto como una debilidad, una queja quizá, pero no un arrepiento. Tuve razones para haber actuado como lo hice, todavía las tengo. Aunque consistan en el mero hecho de que procedí así porque se me dio la gana.
No siempre ocurre de esa forma. Hay momentos en los que uno se ve obligado a decidir, y puede no tomarse la mejor opción. A veces ni siquera se tiene la libertad para escoger; las cosas simplemente pasan. De cualquier modo, no tiene ningún caso arrepentirse.
Un gato sabe bien que el hubiera no existe. Se limita a hacer lo que hago ahora: extrañar, simplemente. Ni siquiera desear que no hubiera sido así, sino simplemente recordar cuando antes era ahora.

miércoles, 14 de abril de 2010

Me alegro

Los gatos a veces buscan sin saber qué buscan, por eso les cuesta reconocer lo que encuentran.
Me pasa últimamente que busco algo que no quiero confesarme, que me niego a pronunciar. Lo busco a sabiendas de que no estará, temiendo encontrarlo; no me doy cuenta cómo, ni puedo evitarlo: sólo busco.
Aunque me limite a mirar pasara la gente, sentado sobre la acera, escondido bajo la sobra de un auto; busco. Aunque tenga los ojos cerrados, busco... Y me alegro de no encontrar nada: así puedo creer que no existe (aunque todavía puedo reconocer las huellas y el olor), que desvarío más de la cuenta.
Ya sé que te busco, pero no aparezcas. No lo hagas si no es para ahogarme en la pesadilla que tengo todas las noches, la que no me atrevo a confesar ni a mí mismo.

martes, 6 de abril de 2010

Circo

Anoche asistí en sueños a una función de circo, muy entretenida y muy extraña, por cierto. Las gradas eran de cristal, más bien como un contenedor sobre el cual tomar asiento, dentro del que una criatura, como una bruja o algo así, nadaba envuelta en ropas verdes holgadas, enseñando sus colmillos y mirando con furia a todos. Intimidante, claro, pero pude acostumbrarme.
El espectáculo principal era un malabarista que hacía suertes con unos cuchillos enormes y afilados, mientras recorría la plataforma del circo sobre una bola que hacía girar con los pies. Por un momento pensé que era una cabeza de algo, no sabría decir de qué, pues era muy grande. De todas formas nunca lo pude confirmar, preferí quedarme con la duda. El artista era un muchacho flaco, moreno, de ojos negros, cubierto con telas de un rojo encendido.
Debía ser un mago, porque parecía que los cuchillos que arrojaba al aire le mutilaban las manos y los pies; él permanecía en equilibrio sobre su bola, paseándose frente a todo el público; cuando se le desprendían del cuerpo malabareaba los trozos de su propia carne junto con los cuchillos, usando para esto las partes que aún conservaba, y luego volvía a colocarlas en su lugar. Así hasta mutilarse todas las extremidades, incluso la cabeza, con cada uno de sus cinco cuchillos.
Al final del acto hizo la consabida reverencia de agradecimiento, parecía que nada le había pasado, pero pensé que el traje era rojo para no asustar al público con la sangre derramada.
Después de eso, gato de mí, me distraje con un bicho que pasó volando. Lo perseguí y me alejé, mientras él iba tejiendo una fina telaraña plateada. Confeccionaba algo como un guante. En mi sueño entendí que me lo daría porque algo tenía que atrapar con eso.
Pero no recuerdo qué pasó, ya no sé si me atrapó él a mí y ahora sin saberlo soy parte de ese circo, o si aún tengo pendiente atrapar ese algo que no sé qué es. Tal vez los del circo quieran que les lleve algo del mundo real para montar un nuevo espectáculo en el mundo de los sueños.
¿Me darán otra entrada gratis?

lunes, 5 de abril de 2010

Adiós

Su salud era más bien endeble, pero era una mujer fuerte a pesar de todo. Resistente, más bien. Ahí la llevaba, hasta que un día tuvo un intento de infarto. La llevaron directo al hospital, atravesando la madrugada.
Su familia sabía que era una mujer buena y generosa, quizá demasiado; pero no sospechaban que le hubiera crecido el corazón dentro del pecho. Lo tenía hinchado, tan grande que empezaba a oprimirle el estómago y los pulmones. Ahora sabían por qué comía tan poco, por qué se agitaba tanto últimamente.
La cuidaron unos días, eran dos quienes se quedaban con ella toda la noche. Eran mujeres, porque la anciana no quería que sus hijos o nietos la vieran desnuda, como suele ocurrir en esas situaciones.
Cuando se agravó la enviaron a terapia intermedia. Para entonces la familia que vivía lejos había ido a verla, pero ya no podìan estar con ella todo el tiempo. Las visitas duraban media hora, una en la mañana, otra en la tarde y en la noche. A veces todo el tiempo lo consumía uno solo, pero en una ocasión pasaron cinco a verla.
Todos pasaron a saludarla, a darle ánimos, a decirle cuánto la querían. Ella estaba consciente, despierta. A todos reconocía, y aunque no podía platicar como antes, respondía con los ojos. Al verlos y escucharlos, se sentía acompañada. No quería quedarse sola, pero las enfermeras no podían permitir que las visitas se quedaran más tiempo.
Se le iban las horas esperando ver a sus seres queridos. Enferma y cansada, a ratos el tiempo se alargaba infinitamente. Poco a poco llegaron visitas inesperadas, gente que ya se había ido: su esposo, su madre, sus familiares tanto tiempo no vistos. Éstos también se quedaban solo un ratito, y ella no tuvo miedo al verlos. Al contrario, agradeció que le hicieran compañía.
No se inquietó cuando comprendió que iba a morir. Estaba en paz, había visto a todos los que tenía que ver. La familia estaba bien, y el cuerpo dolía. Tantas horas en la misma posición, tanto trabajo para respirar, aún con el oxígeno.
Su querido esposo vino a buscarla, tomó su mano, dulcemente, y ella lo siguió. Se levantó dejando atrás su cuerpo, el dolor y el cansancio de una semana en el hospital. Tal vez le hubiera gustado despedirse, pero no eran horas de visita y nadie de la familia estaba con ella. Él insistió levemente, y se fueron.
Juntos se fueron, no sé adónde, pero sé que están juntos ahora. Sé que ya no se extrañan y que son de nuevo felices como lo fueron tantos años en esa casa, que tan a menudo soñé cuando era pequeño.