domingo, 28 de febrero de 2010

Me dormí molesto con el mundo...

y soñé que no era un pequeño gato, sino un monstruo felino: gigante de cuatro patas con la fuerza suficiente para arrasar la ciudad.
No tenía que subordinarme a los humanos, que desde mi nueva altura se veían más como lo que en realidad son: pequeñas y endebles criaturas, más parecidas a ratones que a sujetos en posición de creerse dueños del mundo.
Cacé a varios. Hice jirones su ropa con mis garras, enterré en sus pechos mis colmillos afilados. Sacié mi hambre y mi sed con sus entrañas sangrantes. Eso me produjo placer y alivio, pero este ímpetu no duró mucho tiempo.
Pronto dejé de cazarlos con furia para simplemente jugar con ellos. Seguían siendo demasiado poca cosa como para mantener mi interés. Rodeado de cadáveres, empecé a aburrirme. Me vi solo, como siempre, y entonces desperté.

Desde esta barda en que vigilo

En días como hoy rondo tu casa [No la anterior, ésta otra]. Doy vueltas desde las azoteas contiguas, pero no me atrevo a pisar la tuya. Trato de adivinar a través de las cortinas lo que haces, la manera en la que has acomodado tus escasos pero muy personales muebles.
Por como te comportas creo que tienes a uno de esos perros estúpidos contigo, pero no. Ayer te seguí unos cinco pasos, y no hueles como si tuvieras uno de esos animales.
Me acuerdo de esa vez que regresabas a tu casa en un estado anímico extraño. Yo veía la luna, sentado sobre la barda de la callejuela solitaria donde doblas todos los días, cuando tus pasos me sorprendieron. No sabía que ibas a pasar por ahí a esa hora, cuando la noche es más oscura.
Me miré en tus ojos y tú en los míos. Te parecerá extraño, pero quien más se asustó fui yo. Quedé clavado en el muro, sin atinar a presentir lo que pensabas, lo que sentías o podías querer. Había algo demasiado inquietante en esa situación como para soportarlo sin dar un grito, pero ni eso pude. Varios minutos después de que te fuiste continué confundido.
Ahora me atormento pensando en si te acuerdas de mí cada que pasas por ese lugar. A veces creo que sí, otras estoy seguro que no. En ocasiones paso rápidamente por ahí, en horas en las que sé que no estás. Temo tanto encontrarte de nuevo...
Odio buscar en el ambiente las ideas y sensaciones que dejas impregnadas al pasar. Espero un día encontrar el valor para enfrentarte, dejar que me acaricies, y mientras deslizas tu mano sobre mi lomo descifrarte, como siento que ya debería haber hecho. Y encontrar entonces que no eres nada, que todas estas sensaciones extrañas son un invento de mi mente para jugar conmigo. Que puedo despreciarte o ser condescendiente contigo, porque en realidad no me importas.

sábado, 27 de febrero de 2010

Al jovencito del edificio que asoma a la ventana para verme

Si me paro en la puerta de tu edificio, y te miro a lo ojos es para que te fijes en mí. Lo hago porque sé que eres tan inteligente como sensible a mis irresistibles encantos felinos. Pero sólo vienes a ofrecerme comida, no me abres las puertas de tu casa.
Tal vez algo o alguien te lo impide, o tu razón es simplemente reservar algo de espacio para ti mismo. Como quiera que sea, lo entiendo. A veces, por más que me deseen, un gato como yo no encaja del todo en una vida.
Sé que podría quedarme aquí, venir por mi ración de jamón todas las tardes, con la seguridad de que un día, finalmente, derrotaré tu voluntad e ingresaré a tu casa. Pero entonces ya no me importarías tú, sino el hecho de conquistar ese espacio, hasta ahora inaccesible. Como me conozco sé también que una vez estando ahí empezaría a aburrirme, hasta huir al cabo de pocos días.
Mejor dejaré de insistir, porque no es mi intención hacerte eso. Sin embargo seguiré rondando en este barrio, donde tengo mi azotea. (La he ganado después de un par de peleas innecesarias con los gatos de por aquí) A ella no renunciaré, por supuesto. No ahora.
Así que si me encuentras por ahí, y terminas de reconocer que no soy un minino cualquiera, puedes acercarte. Aunque no te insistiré, tampoco opondré resistencia. Eso sí, si me llamas con un buen plato de comida, puedes jurar que iré hacia a ti corriendo. Pero, como dije, no voy a buscarte. Al menos trataré de no hacerlo (el jamón que compras es particularmente sabroso).

No me pasa a menudo, pero...

a veces me tienta la idea de volver a alguna de esas muchas casas que tuve, en las que fui dueño y señor, pero me frena la convicción de que no sería igual. Sobre todo no regreso porque, pese a lo difícil que a veces puede ser la calle, siempre queda el margen suficiente para que pueda hacer lo que quiero, lo que me gusta.
Y a los gatos como yo eso nos importa mucho más que estar cómodos y bien alimentados.
Mientras este rincón de mi azotea se mantenga seco, estaré bien. Ya me encargaré de generar calor para sobrevivir en la noche, si acaso hiciera mucho frío.

miércoles, 24 de febrero de 2010

La curiosidad

Es difícil fijar la atención de un felino. Tiene a menudo intereses muy específicos, y sólo eso es capaz de atraparlo. En estas circunstancias el gato busca, intenta e insiste, incansable.
La curiosidad no existe sólo para descubrir el mundo, beneficiarse y maravillarse con él; sirve sobre todo para explorarse a uno mismo.
Tiene sus riesgos, por supuesto. Contrario a lo que dice el dicho, la curiosidad no mató al gato. El gato murió cuando, en su curiosidad, se encontró a sí mismo de frente.
Hasta ahora no se sabe si lo mató el susto, la sorpresa o el gusto. Si esta muerte fue una venganza o un favor.

Sentidos


Queme cierren los ojos con uvas
(Diáfana, honda plenitud de curvas.)
Que me envuelva un incendio de manzanas.
Que me envuelvan - presagio de pulpa-
en ciruelas de tacto perfumado...
Inundadme
en pleamar de pétalos y trinos.
Que me ciñan - ¡Cenidme!- de eclípticas azules

[Me encantaría decir que estos versos son míos, pero hasta para un ego como el mío resulta difícil adjudicarse algo tan bueno que no le pertenece. El autor es Emilio Ballagas, poeta cubano, y puede leer más de él acá. La referencia original es esta: Antología de poesía moderna en lengua española, Editorial Trillas, México, 1986.]

sábado, 20 de febrero de 2010

Las andadas

A este gato le gusta mucho andar por ahí, husmear. Ver y escuchar sin ser percibido, hacerse el invisible. Cuando me abordan [Un niño que insiste en cargarme, una jovencita que me quiere acariciar] no sé cómo reaccionar. A menos que me den algo de comer, usualmente me escabullo. No me agrada meterme en situaciones donde no tengo control, mucho menos cuando me echan a perder el juego de espía y me bajan de las nubes.
El caso es que hoy he andado mucho sin encontrar nada muy interesante o extraordinario ¿Será momento de cobijarme en la comodidad de un nuevo hogar? Tal vez. Lo pensaré. Por lo pronto me duelen mis patitas. Y un gato como yo nunca avanza más allá de esta molestia, a menos que, por supuesto, busque/quiera/necesite algo.

viernes, 12 de febrero de 2010

Una dicha un poco extraña

Mientras duermo en la mañana sueño que soy una mujer joven. Este día me siento linda y satisfecha, contenta de salir en la mañana fría pero soleada; llena de asombro infantil al ver el amanecer cuando camino hacia una escuela rodeada de pinos.
Sueño luego que en mi felicidad, no muy intensa pero sí muy profunda, voy por las calles sonriendo sin darme cuenta, sintiéndome muy bien mientras escucho jazz.
Ando tan feliz de estar viva que por un instante los demás se dan cuenta, y contagiados se alegran un poquito también.
Después, en casa, miro con gusto la luz del sol colarse por la ventana. Canturreo bajito preparándome algo sencillo de comer, y soy dichosa al sentarme con calma a saborearlo.
Luego me baño. Disfruto mucho el agua; yo juego con ella, y ella con la luz de la tarde que deja pasar el cristal en la ventana. Me gusta también frotarme el cuerpo con jabón, hacer espuma y quitarla.
Al secarme con la toalla, pienso: Esta es la vida... ¡Qué bello vivirla!
Y estoy tan feliz de darme cuenta, que por un instante tengo el impulso de llorar.

Entonces despierto, y me arrepiento de ello. No he sabido de ningún otro pequeño felino, que, como yo, haya tenido alguna vez un sueño tan extrañamente dichoso como este.

jueves, 11 de febrero de 2010

Los perros buenos

A los animales, como a los humanos, los malos tratos nos pueden hacer huraños y agresivos. Muchos perros tratan de atacarnos, no tanto por el odio "natural" que nos tienen [natural entre comillas, porque he convivido muy bien con algunos], sino como forma de sacar sus frustraciones: Nos agreden en venganza por las agresiones que han recibido.
Hace poco, mientras caminaba por la ciudad, encontré un lugar interesante: un centro de rehabilitación canina. Me costó entender lo que ahí hacían, pues tanta generosidad humana es extraña. No cualquiera está dispuesto a ceder tiempo para llevar a cabo la difícil tarea de rescatar, alimentar, cuidar y entrenar perros de la calle. Menos aún si no van a quedárselos o lucrar con ellos; sino llevarlos, una vez capacitados, con personas ciegas para que los ayuden a hacer su vida.
Es una linda simbiosis la que ocurre entre un ciego y el perro que lo acompaña. Precisamente por eso: porque lo acompaña, no le pertenece. Después de la vida ruda en la calle, que a menudo es asesina, los perros van con una persona que los quiere, cuida y necesita. No, no es cursi. La vida entera debería estar llena de relaciones así: sinceras y recíprocas.
Me alegro por ellos. Es una lástima que con nosotros, los gatos, no se pueda hacer algo similar. Hay algo en nuestra naturaleza que nos impide dejar de ser egoístas para volvernos serviciales. Tal vez sea reserva o escepticismo, temor o incredulidad; quién sabe. Como sea, es algo que no voy a averiguar.