sábado, 27 de febrero de 2010

Al jovencito del edificio que asoma a la ventana para verme

Si me paro en la puerta de tu edificio, y te miro a lo ojos es para que te fijes en mí. Lo hago porque sé que eres tan inteligente como sensible a mis irresistibles encantos felinos. Pero sólo vienes a ofrecerme comida, no me abres las puertas de tu casa.
Tal vez algo o alguien te lo impide, o tu razón es simplemente reservar algo de espacio para ti mismo. Como quiera que sea, lo entiendo. A veces, por más que me deseen, un gato como yo no encaja del todo en una vida.
Sé que podría quedarme aquí, venir por mi ración de jamón todas las tardes, con la seguridad de que un día, finalmente, derrotaré tu voluntad e ingresaré a tu casa. Pero entonces ya no me importarías tú, sino el hecho de conquistar ese espacio, hasta ahora inaccesible. Como me conozco sé también que una vez estando ahí empezaría a aburrirme, hasta huir al cabo de pocos días.
Mejor dejaré de insistir, porque no es mi intención hacerte eso. Sin embargo seguiré rondando en este barrio, donde tengo mi azotea. (La he ganado después de un par de peleas innecesarias con los gatos de por aquí) A ella no renunciaré, por supuesto. No ahora.
Así que si me encuentras por ahí, y terminas de reconocer que no soy un minino cualquiera, puedes acercarte. Aunque no te insistiré, tampoco opondré resistencia. Eso sí, si me llamas con un buen plato de comida, puedes jurar que iré hacia a ti corriendo. Pero, como dije, no voy a buscarte. Al menos trataré de no hacerlo (el jamón que compras es particularmente sabroso).

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