viernes, 12 de febrero de 2010

Una dicha un poco extraña

Mientras duermo en la mañana sueño que soy una mujer joven. Este día me siento linda y satisfecha, contenta de salir en la mañana fría pero soleada; llena de asombro infantil al ver el amanecer cuando camino hacia una escuela rodeada de pinos.
Sueño luego que en mi felicidad, no muy intensa pero sí muy profunda, voy por las calles sonriendo sin darme cuenta, sintiéndome muy bien mientras escucho jazz.
Ando tan feliz de estar viva que por un instante los demás se dan cuenta, y contagiados se alegran un poquito también.
Después, en casa, miro con gusto la luz del sol colarse por la ventana. Canturreo bajito preparándome algo sencillo de comer, y soy dichosa al sentarme con calma a saborearlo.
Luego me baño. Disfruto mucho el agua; yo juego con ella, y ella con la luz de la tarde que deja pasar el cristal en la ventana. Me gusta también frotarme el cuerpo con jabón, hacer espuma y quitarla.
Al secarme con la toalla, pienso: Esta es la vida... ¡Qué bello vivirla!
Y estoy tan feliz de darme cuenta, que por un instante tengo el impulso de llorar.

Entonces despierto, y me arrepiento de ello. No he sabido de ningún otro pequeño felino, que, como yo, haya tenido alguna vez un sueño tan extrañamente dichoso como este.

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