Hace poco, mientras caminaba por la ciudad, encontré un lugar interesante: un centro de rehabilitación canina. Me costó entender lo que ahí hacían, pues tanta generosidad humana es extraña. No cualquiera está dispuesto a ceder tiempo para llevar a cabo la difícil tarea de rescatar, alimentar, cuidar y entrenar perros de la calle. Menos aún si no van a quedárselos o lucrar con ellos; sino llevarlos, una vez capacitados, con personas ciegas para que los ayuden a hacer su vida.
Es una linda simbiosis la que ocurre entre un ciego y el perro que lo acompaña. Precisamente por eso: porque lo acompaña, no le pertenece. Después de la vida ruda en la calle, que a menudo es asesina, los perros van con una persona que los quiere, cuida y necesita. No, no es cursi. La vida entera debería estar llena de relaciones así: sinceras y recíprocas.
Me alegro por ellos. Es una lástima que con nosotros, los gatos, no se pueda hacer algo similar. Hay algo en nuestra naturaleza que nos impide dejar de ser egoístas para volvernos serviciales. Tal vez sea reserva o escepticismo, temor o incredulidad; quién sabe. Como sea, es algo que no voy a averiguar.
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miaus