No tenía que subordinarme a los humanos, que desde mi nueva altura se veían más como lo que en realidad son: pequeñas y endebles criaturas, más parecidas a ratones que a sujetos en posición de creerse dueños del mundo.
Cacé a varios. Hice jirones su ropa con mis garras, enterré en sus pechos mis colmillos afilados. Sacié mi hambre y mi sed con sus entrañas sangrantes. Eso me produjo placer y alivio, pero este ímpetu no duró mucho tiempo.
Pronto dejé de cazarlos con furia para simplemente jugar con ellos. Seguían siendo demasiado poca cosa como para mantener mi interés. Rodeado de cadáveres, empecé a aburrirme. Me vi solo, como siempre, y entonces desperté.
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miaus