miércoles, 26 de octubre de 2011

Desperté de mis pesadillas, pero no sentí alivio

Estoy aquí, en el mismo parque en el que me eché a descansar no sé desde hace cuánto. Sé que no ha sido siempre, pero se siente como si fuera así. Aunque ahora tengo pereza de buscar a dónde ir, sé que pronto empezaré a desesperarme.
Estoy harto de dormir alterado de miedo, de temerle a las criaturas reptantes de mis sueños. No quiero esas imágenes acechándome. Estoy cansado de huir, de vagar por las calles en las noches de lluvia hasta que las patas se rinden al peso de mi cuerpo herido de frío. Pero tampoco me quiero quedar aquí. Quiero buscar otros rostros, escuchar otras voces. Esta monotonía de anónimos en la que al único que nombro eres tú, me asfixia.
Si tan sólo abrieras las puertas de tu casa...
Si dejaras que me quedara bajo el sillón, sin provocar a los perros ni amenazar a los pájaros...
Pero no. No porque tus perros no te dejarían en paz mientras huelan mi sangre. No, porque nunca he podido resistirme al impulso de atrapar a un pajarito y llenarme de plumas la garganta.
Además, sé que los gatos como yo no son bienvenidos en el calor de tu hogar. Que para ti sólo soy un buen compañero de calle. Estamos bien así, supongo, viéndonos de vez en cuando en el parque, cuando comienzas a hablar solo y yo me siento a escuchar tus historias, en parte porque me gustan, pero también porque estás loco.
A mí me atraen los locos como tú, precisamente porque les brotan las historias. Sé que pierden la razón  porque ya no saben qué hacer con ellas de tantas que son. Y sé también que con los dementes las cosas sólo pueden ser mágicas o desastrosas; trágicas en cualquier caso.
Junto a la banca en la que espero a que vengas a leer, pienso. Espero no quedarme dormido de nuevo. Prefiero que una decisión insensata me arrebate antes de que lo haga una de mis pesadillas recurrentes.

sábado, 22 de octubre de 2011

Sueño de despedida

Iban los viajeros volando, ilusionados con encontrarse a sí mismos en la orilla del paisaje. Querían llegar a la cima nevada del pico que se erguía sobre el horizonte. Sentían vértigo y nervios al acercarse con el viento rugiendo entre sus caras, alborotándoles el cabello y las emociones.
De pronto se estrellaron contra la barrera maciza de lo imprevisible: indiferencia dura, como el concreto; hierros retorcidos, como el egoísmo. No se escucharon sus gritos, ni el crepitar de las llamas. La explosión sólo añadió un par de luces anaranjadas y rojas al ya de por sí colorido atardecer.
[Este es un adiós al amigo que fuiste. Gracias por echarlo todo a perder]

domingo, 16 de octubre de 2011

El sueño que casi me mata


Fui hombre. Uno maldito. Cuando desperté tenía heridas las palmas de las manos y de los pies, como si me las hubieran abierto con una daga. Podía andar, pero tenía manos y piernas atados con gruesas cadenas.
Tuve que huir por las calles arrastrándome, desnudo. Perdido, buscaba refugio inútilmente en las sombras. No podía detenerme, tenía que avanzar, avanzar siempre. Huir. Me impulsaban los ladridos de los perros que perseguían, furiosos, el olor de mi sangre.
Trepé por el muro que bordea la ciudad y de un brinco salí de ella. Este saco de huesos quedó tirado en el piso un buen rato a causa del golpe. Después el frío me hizo caminar, subir hasta la boca negra de una caverna empotrada en las montañas cercanas.
Quizá hubiera sido mejor dejarme morir congelado a los pies de la ciudad, pues la cueva era el nido de unas brujas. Meneaban sus podridos cuerpos jóvenes a la luz del fuego. Cuando vi a dos de ellas darse una feroz mordida en la boca, sus colmillos sucios chorreando sangre, quise correr. Pero era tarde. Ya me habían olido. Fue mi presencia lo que las excitó y antes de alcanzar la salida ya me tenían entre sus garras.
Mis cadenas fueron un regalo para ellas. Me ultrajaron atado a una piedra. Me ahorcaron varias veces. Picaron mi carne con sus uñas atroces, arrancaron pedazos de mi piel con sus fauces. Dos me hincaron sus colmillos en el cuello mientras la otra se acercaba diabólica para engullir mis testículos.
Entonces desperté. Volví a ser gato, pero quedaron las marcas de todo esto en mi felino cuerpo. Lucho para que no me venza el cansancio. No quisiera volver a dormir.

martes, 11 de octubre de 2011

Tantas ganas de arrancarte la cabeza

Me dan tantas ganas, a veces, de arrancarte la cabeza. De meterla en una jaula y ver si se queda hablando, si aún arma ese alboroto de periquito australiano, tan estúpidamente apetitoso y tierno.
Tengo tanto antojo de cortarte la voz a rebanadas y ponerla en vez de queso en un sándwich de moras, para que me sepa dulce, morada y roja. Seca. Para que te calles y ya no suenes en mi cabeza aturdida de café y cigarros y noche.
Quiero remojarme la tristeza en té con miel, a ver si se me endulza. Atragantarme de tierra y nieve, a ver si se me enfría esto que siento por ti. Coserme los ojos para remendarme la ceguera del corazón. Crucificarte y dejarte colgando de un cielo de espejos.
A veces tengo tantas ganas de ser otro que no sea yo. De ser uno que tenga alas y corazón de manzana. De reventarme los recuerdos en un alud de silencio y piedras azules.
A veces quisiera, maldita sea, dejar de pensar estupideces.

sábado, 1 de octubre de 2011

Tres monitos

Dos monos y una mona se encuentran en la jungla. Uno no ve, el otro no habla, ella no oye; pero los tres escriben. Piensan.
Luego de la inicial desconfianza, y tras un par de tropiezos, aprenden a conversar entre sí. Entonces desgajan a carcajadas las ramas de los árboles, porque la risa los tumba de las alturas.
Mientras los otros monos permanecen inconscientes de sus autismos, ellos se complementan. Por eso comparten gustosos en la garulla de media tarde su festín de plátanos y cocos.