domingo, 16 de octubre de 2011

El sueño que casi me mata


Fui hombre. Uno maldito. Cuando desperté tenía heridas las palmas de las manos y de los pies, como si me las hubieran abierto con una daga. Podía andar, pero tenía manos y piernas atados con gruesas cadenas.
Tuve que huir por las calles arrastrándome, desnudo. Perdido, buscaba refugio inútilmente en las sombras. No podía detenerme, tenía que avanzar, avanzar siempre. Huir. Me impulsaban los ladridos de los perros que perseguían, furiosos, el olor de mi sangre.
Trepé por el muro que bordea la ciudad y de un brinco salí de ella. Este saco de huesos quedó tirado en el piso un buen rato a causa del golpe. Después el frío me hizo caminar, subir hasta la boca negra de una caverna empotrada en las montañas cercanas.
Quizá hubiera sido mejor dejarme morir congelado a los pies de la ciudad, pues la cueva era el nido de unas brujas. Meneaban sus podridos cuerpos jóvenes a la luz del fuego. Cuando vi a dos de ellas darse una feroz mordida en la boca, sus colmillos sucios chorreando sangre, quise correr. Pero era tarde. Ya me habían olido. Fue mi presencia lo que las excitó y antes de alcanzar la salida ya me tenían entre sus garras.
Mis cadenas fueron un regalo para ellas. Me ultrajaron atado a una piedra. Me ahorcaron varias veces. Picaron mi carne con sus uñas atroces, arrancaron pedazos de mi piel con sus fauces. Dos me hincaron sus colmillos en el cuello mientras la otra se acercaba diabólica para engullir mis testículos.
Entonces desperté. Volví a ser gato, pero quedaron las marcas de todo esto en mi felino cuerpo. Lucho para que no me venza el cansancio. No quisiera volver a dormir.

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