martes, 11 de octubre de 2011

Tantas ganas de arrancarte la cabeza

Me dan tantas ganas, a veces, de arrancarte la cabeza. De meterla en una jaula y ver si se queda hablando, si aún arma ese alboroto de periquito australiano, tan estúpidamente apetitoso y tierno.
Tengo tanto antojo de cortarte la voz a rebanadas y ponerla en vez de queso en un sándwich de moras, para que me sepa dulce, morada y roja. Seca. Para que te calles y ya no suenes en mi cabeza aturdida de café y cigarros y noche.
Quiero remojarme la tristeza en té con miel, a ver si se me endulza. Atragantarme de tierra y nieve, a ver si se me enfría esto que siento por ti. Coserme los ojos para remendarme la ceguera del corazón. Crucificarte y dejarte colgando de un cielo de espejos.
A veces tengo tantas ganas de ser otro que no sea yo. De ser uno que tenga alas y corazón de manzana. De reventarme los recuerdos en un alud de silencio y piedras azules.
A veces quisiera, maldita sea, dejar de pensar estupideces.

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