viernes, 30 de diciembre de 2011

Los Lumbre

De niño, el señor Lumbre incendió una ardilla al intentar acariciarla. Por eso, cuando tuvo una hija, no le extrañó que achicharrara las hormigas con las que pretendía jugar. Hasta el final de sus días duró en su mirada el brillo del par de soles rojos que Dios sembró en sus ojos.
Al morir, su expresión se parecía a la de un toro que vio sacrificar en los lejanos años de su juventud: inmovilizado, maldecía con la mirada suplicante a sus matadores.
Ahora su nieto cocina a fuego lento con las manos el cuerpo de las muchachas que seduce con la misma facilidad con la que, de niño, su tío sacaba chapulines de sus hoyitos/casa en la tierra, atrayéndolos con una varita embarrada con un poco de saliva.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Soñé que huía de ti

Supe que volvías por mí cuando escuché tu rugido furioso a mis espaldas. Caminaba en una calle desierta sobre el pavimento mojado. El grito que desgarraba tu garganta me erizó la piel y me eché a correr. Intenté, desesperado, esconderme en los escombros de la fábrica abandonada, pero al brincar algo me impidió colarme por la ventana.
Una enredadera me atrapó. Salía de mi pecho. Caí en la cuenta de que la oscura semilla que me sembraste en la pasada vida pasada germinó al escucharte y ahora me ponía a tu merced. Vaya. De modo que la sensación de algo rompiéndome el pecho al correr no era mi corazón aterrado ante la posibilidad de verte de nuevo.
Pero ya no soy el que fui y no iba a dejar que tu ponzoña me venciera. Me liberé de mis ataduras, aunque tuve que romperlas con mis garras y dientes. Me costó mucho dolor y sangre hacerlo porque al parecer eran como extensiones de mi propia carne, de mis nervios.
Trataba de volver a respirar cuando te escuché de nuevo. Más atroz. Más cerca. Supe en mi cabeza que no me podría esconder de ti porque nunca me ibas a olvidar, pero no podía rendirme. No iba a dejar que me devoraras.
Así que me colé en la fábrica. Entre sus escombros encontré un mecanismo que aún funcionaba. Las pinzas estaban oxidadas, pero el filo de las navajas era suficiente. Logré despellejarme de la cara a la cola sin gritar. Ahora, con los músculos expuestos, me dedico a inventar la piel que me pondré. Aunque tengo prisa porque aparecerás en cualquier momento, debo tomarme el trabajo de imaginar con cuidado sus detalles, porque será la que tenga cuando me despierte.
Si lo logro, no podrás encontrarme. Ya no estaré condenado a ser uno como tú.