domingo, 18 de abril de 2010

Puedo extrañar, pero no arrepentirme.

Hay veces que extraño los mullidos sillones que abandoné, las buenas tardes en que podía echarme cómodamente a ver morir el sol. No pienso mucho en ello, pero sí. Todas esas cosas que tuve y preferí dejar, las manos de las que me alejé, las caricias que no volverán a darme.
Puede tomarse esto como una debilidad, una queja quizá, pero no un arrepiento. Tuve razones para haber actuado como lo hice, todavía las tengo. Aunque consistan en el mero hecho de que procedí así porque se me dio la gana.
No siempre ocurre de esa forma. Hay momentos en los que uno se ve obligado a decidir, y puede no tomarse la mejor opción. A veces ni siquera se tiene la libertad para escoger; las cosas simplemente pasan. De cualquier modo, no tiene ningún caso arrepentirse.
Un gato sabe bien que el hubiera no existe. Se limita a hacer lo que hago ahora: extrañar, simplemente. Ni siquiera desear que no hubiera sido así, sino simplemente recordar cuando antes era ahora.

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