lunes, 5 de abril de 2010

Adiós

Su salud era más bien endeble, pero era una mujer fuerte a pesar de todo. Resistente, más bien. Ahí la llevaba, hasta que un día tuvo un intento de infarto. La llevaron directo al hospital, atravesando la madrugada.
Su familia sabía que era una mujer buena y generosa, quizá demasiado; pero no sospechaban que le hubiera crecido el corazón dentro del pecho. Lo tenía hinchado, tan grande que empezaba a oprimirle el estómago y los pulmones. Ahora sabían por qué comía tan poco, por qué se agitaba tanto últimamente.
La cuidaron unos días, eran dos quienes se quedaban con ella toda la noche. Eran mujeres, porque la anciana no quería que sus hijos o nietos la vieran desnuda, como suele ocurrir en esas situaciones.
Cuando se agravó la enviaron a terapia intermedia. Para entonces la familia que vivía lejos había ido a verla, pero ya no podìan estar con ella todo el tiempo. Las visitas duraban media hora, una en la mañana, otra en la tarde y en la noche. A veces todo el tiempo lo consumía uno solo, pero en una ocasión pasaron cinco a verla.
Todos pasaron a saludarla, a darle ánimos, a decirle cuánto la querían. Ella estaba consciente, despierta. A todos reconocía, y aunque no podía platicar como antes, respondía con los ojos. Al verlos y escucharlos, se sentía acompañada. No quería quedarse sola, pero las enfermeras no podían permitir que las visitas se quedaran más tiempo.
Se le iban las horas esperando ver a sus seres queridos. Enferma y cansada, a ratos el tiempo se alargaba infinitamente. Poco a poco llegaron visitas inesperadas, gente que ya se había ido: su esposo, su madre, sus familiares tanto tiempo no vistos. Éstos también se quedaban solo un ratito, y ella no tuvo miedo al verlos. Al contrario, agradeció que le hicieran compañía.
No se inquietó cuando comprendió que iba a morir. Estaba en paz, había visto a todos los que tenía que ver. La familia estaba bien, y el cuerpo dolía. Tantas horas en la misma posición, tanto trabajo para respirar, aún con el oxígeno.
Su querido esposo vino a buscarla, tomó su mano, dulcemente, y ella lo siguió. Se levantó dejando atrás su cuerpo, el dolor y el cansancio de una semana en el hospital. Tal vez le hubiera gustado despedirse, pero no eran horas de visita y nadie de la familia estaba con ella. Él insistió levemente, y se fueron.
Juntos se fueron, no sé adónde, pero sé que están juntos ahora. Sé que ya no se extrañan y que son de nuevo felices como lo fueron tantos años en esa casa, que tan a menudo soñé cuando era pequeño.

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