domingo, 29 de agosto de 2010

Quise renunciar, pero no pude.

Me propuse firmemente dejar de temer a las voces que escucho cuando duermo. A no engendrar más pesadillas y dejar huérfanas las que ya tengo.
Pero no pude, porque por esa pequeña ventana en mi cerebro emergen también, a veces, mariposas azules y plateadas. Mariposas que nadan (no vuelan) en mí y me hacen cosquillas.
No pude, porque ahí también puedo cosechar los frutos dulces y luminosos de la selva que hay en mí, que maduran cuando tengo esperanza.
Renunciar a todo ello era dispararme en la cabeza, sepultar los recuerdos de mi infancia, dejar a mis anhelos ciegos.

Así que tendré que soportarme todavía, con todos mis mitos y creaturas, sin importar cuán terribles o maravillosos sean. Porque no puedo extirpar unos sin asesinar a los otros. Y sin ellos no puedo sobrevivir a la noche insondable.
Mis maullidos se escuchan porque son sus voces las que suenan en mi voz. Si puedo ver en la oscuridad, es porque en mis ojos destellan sus miradas.Y yo no quiero quedarme ciego ni sin voz.
Soy el gato que soy porque ellos bullen dentro de mí, y si hay algo que no me puedo permitir perder, es mi felinidad.

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