sábado, 21 de agosto de 2010

Fui débil

Volví. En un descuido, mis pasos me llevaron hacia ti. Yo no quería... Bueno, tal vez sí, pero lo evitaba. Y un día en que me eché a andar, sin reconocer las calles de antes, sin saber a dónde iba a parar, me encontraste al pie de la escalera de tu casa.
Cuando te vi, tuve el impulso de salir corriendo, pero las patas no me respondieron. Al ver tu reflejo en mis ojos, te acercaste con emoción contenida (lo sé porque podía escuchar tus latidos), confiando en que sería dócil, y me tomaste entre tus brazos.
En ese momento supe que todo era una reverenda estupidez, y no me importó.
Al ir contigo me arriesgo a que me despedacen los perros que escondes en el patio. Aunque los pérfidos ni siquera ladran, para no delatarse, sé que están ahí. Ese par de demonios me huele, están ansiosos por atraparme... y tú nunca los encierras bajo llave.
Me arriesgo también, no a quererte (un gato no quiere a nadie más que a sí mismo, pero aprecia a los demás en la medida en que lo quieren a él), sino a acostumbrarme de nuevo.  A ver la luna desde la azotea de tu casa. A comer en tu mesa, con mi plato junto al tuyo; que me dejes robar de tu comida, a sabiendas de que jamás hurtarías una sola croqueta de la mía.
A tus caricias. A hacerte saber con un movimiento de la cola que quiero que me ames con las manos, y sentir tus dedos entre mi pelaje. La manera que tienes de envolverme me asusta, porque me obligas a perder la cabeza a causa de las sensaciones, de forma tal que sin saber cómo, termino humillándome un poco lamiéndote los dedos.
En esos instantes olvido por completo lo mucho o poco gato que soy. Y para ellos, que arden en deseos de arrancarme la cabeza, es la oportunidad para vengarse de mí, que soy perfecto.
Por eso, y por mi fuerte vocación de huir, escapé de ti. Pero estoy herido en mi felino orgullo, porque sé que voy a regresar. Me conozco y sé que una vez que cedo, la debilidad se me hace vicio.
Con todo y los malditos perros, acechando. Con todo y que a veces sospecho que tú también quiseras que ellos lamieran mi sangre de tus dedos, después de dejarlos matarme y recoger mi cadáver del suelo.

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