martes, 27 de julio de 2010

Anoche fui hombre

Desperté en medio de la selva, antes del atardecer. Confundido, me costó trabajo ponerme en pie y echarme a andar con sólo dos patas. Caminé varios metros hasta la orilla de un río. Ahí bebí agua y vi ocultarse el sol.
Seguí caminando, y llovió. Sobre mi nueva piel, casi sin pelo, sentí el aire de la tormenta y el agua escurriendo. Era placentero sentir el pasto mojado en las plantas de los pies. Así llegué a las ruinas de una ciudad antigua. Era de noche, y la luna se asomaba entre las atribuladas nubes en el cielo.
La selva se adueñaba los restos de las pirámides. Aún así se distinguían calles, calzadas y edificios. Me cobijé en uno de ellos, pero no podía dormir. Empecé a escuchar ruidos, a ver sombras, pero no tenía miedo.
De pronto los vi. Primero una pequeña silueta recortada por la luz de la luna, después un par de centellas viéndome. Un gato me observaba. Así como llegó, se fue. Entonces vino otro, y otro más. Más de veinte gatos estaban ahí, observando. No me aceptaban, pero tampoco me rechazaban. Simplemente me permitían estar, haciéndome saber que ellos eran, desde hacía siglos, los dueños de ese misterioso lugar perdido entre la selva.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

miaus