Encontré una botellita que decía "bébeme", pero yo me la comí. Primero me sentí un poco mareado, como si hubiera bebido algunas cervezas. Pero estaba contento. Cantaba y bailaba. Después me quedé dormido y me convertí en un niño.
Era niño pero sólo en mi cabeza, no en mi cuerpo. Así que me sentía raro teniendo un cuerpo de gato siendo yo un niño. Pero era divertido.
Es muy lindo ser niño, tomarse los detalles en serio. Pude pensar con una lógica diferente, hablar y sentir así, con esa inocencia y sinceridad adentro.
Siendo niño tenía un nuevo asombro en los ojos. Pasé mucho rato viendo mis patas, mis garritas. Me gustaba su forma, y el que pudiera moverlas con mi cerebro me maravillaba.
Pensé en un amigo que tengo, y me puse un poco triste por él. Él es bueno, pero tiene algo malo adentro. Algo podrido. Mi amigo es como una de esas paletas tusti pop, puro caramelo por fuera, pero por dentro tiene un centro de chicle y su centro es malo.
Pude ver la cosa fea que tiene adentro. En algo como un nido de ramas podridas crece un capullo. Pero no es una mariposa. Está hecho como de hojas verdes, y entre las hojas se asoma una cabeza. Es la cabeza de su mamá.
Yo no sé cómo o por qué está ahí, pero la cosa podrida que tiene adentro es como su mamá. Yo creo que algo pasó entre ellos, y ahora ella está dentro de él, pudriéndose. Impidiendo él se quiera a sí mismo y que los otros lo puedan querer.Yo creo que él tiene que llorar bonito para que se cure. Las lágrimas le escurrirán como lodo, y aunque le va a doler un poco, se va sentir mejor y la cosa va a dejar de lastimarlo.
Después de estas pláticas, un tanto siniestras para una niño, encontré una cosa que decía “cómeme”, pero yo me la bebí. Entonces crecí muy rápido y me convertí en una niño más grande. Mientras eso pasaba, no podía pensar bien. Así que me eché a correr. No sentía el piso bajo mis pies. Grité y me reí mucho. Estaba muy contenta de pronto.
Cuando me detuve un poco a descansar, supe que tenía como trece años y estaba en la secundaria. Sentía el calor húmedo, las casas que pasaban frente a mis ojos. Iba por un camino conocido que lleva a ninguna parte. Es lindo tener esa edad y echarse andar nada más porque sí.
Mi sombra y yo caminamos de vuelta a su casa. Íbamos platicando muy contentos. No nos importaba que nos vieran y pareciéramos extraños. Así, todas sucios y despeinados las dos. A nosotros nos importaba eso.
Ya en su casa, me convertí en este que soy ahora. Mi sombra y yo nos tomamos fotos, porque las fotos de pronto se nos aparecieron. Al estar mirando algo, de la manera más natural, de pronto una foto maravillosa aparecía, se formaba frente a mis ojos. Había que tomarlas apenas descubrirlas. Esas fotos son lindas porque son la evidencia de que todo esto fue real, porque además al verlas podré recordar cómo me sentía en ese momento.
También pensamos acerca de las cosas. Porque de pronto en ese estado no te gustan las cosas. Parecen feas e inútiles. Estar rodeados de tantas cosas. Celular, lentes, televisión, zapatos, ropa. ¿Para qué? Pobre de la gente. Toda su vida transcurre entre las cosas, son ya tantas que no los dejan vivir. Viven para las cosas. Para producirlas, tenerlas y usarlas.
Las personas inventaron las cosas, pero ellas se apoderaron de las personas. Están obligadas a hacer e inventar cada vez más y más cosas. Deben tenerlas, usarlas, cuidarlas, tirarlas y cambiarlas por otras. Humanos van y vienen, y las cosas seguirán aquí, por siempre.
Las cosas no están vivas, y por eso nunca mueren. Son eternas. A algunas parece que les gusta ser hechas para ser usadas una vez, y luego dormir en la tierra por siglos. A algunas cosas les gusta lastimar lo natural, aunque ninguna cosa sería posible sin la naturaleza.
Luego de esta seria revelación, comí sandía. Fue muy divertido partirla aunque me asusté un poco de mí mismo, porque me gustó mucho sentir el filo del cuchillo sobre la tabla de picar. Era tan suave… Me imaginé cortando con él a alguien, pero cuando vi el rojo de la sangre brotando me detuve. La sensación del cuchillo al hundirse era agradable, pero yo no quiero hacerle daño a nadie.
De todas formas, picar la sandía fue divertido. Como el cuchillo era muy bueno, la fruta se partía sin oponer resistencia. Se abría para regalar la intensidad de su rojo, el golpe de su aroma, el brillo de las miles de gotitas en su superficie. Así, la convertí con cariño en cubitos. Cuando probé un pedacito de su corazón, era tan dulce, que pensé así se sentiría si uno pudiera morderle los deditos de los pies a un ángel.
Después jugamos, mi sombra y yo, un juego de mesa con un amigo imaginario. Me divertí mucho con ellos. Pero miré la hora y supe que tendría que salir de ese sueño. Aunque no me puse triste.
De regreso a esta otra realidad, caminé bajo la lluvia. Me sentía muy contento por todas las experiencias del día, de recordar todo lo bonito que fue. Podía escuchar mi propia alegría como música, sentía el agua en mis patas, cómo al caer humedecía mi pelo y escurría fresca por mi cara.
Ahora que ya desperté, estoy aquí tratando de describir mi día. Lo hago porque quiero compartir un poco de todo este bienestar. Porque puedo prolongarlo mientras lo cuento, asir unos segundos más el último tramo de sus efectos.
lindo, muy lindo día. Te quiero hermana.
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