Quería ahorcarte. Rasgarte las venas desde adentro, ver através de tus ojos antes de quebrar sus cristales. Hincar mis colmillos en la punta de cada uno de tus dedos, hasta hacerlos crujir. Lo hubiera dado todo por romperte las cuerdas vocales.
No lo sospechaste, pero tu sombra y yo teníamos un romance. Al dejarla acariciar mi lomo, te rompí las costillas. Cuando restregué mi rostro en sus manos, lamí tu sangre. Y cuando ahogaba mis ojos en su mirada de abismo, entre los dos estábamos partiéndote la espina dorsal.
Entonces pensé en ti, y sentí un cosquilleo en la garganta. Pero no me reí. Este pequeño gatito que soy yo no se atrevió a soltar la carcajada por miedo a delatarse. Porque preferí seguir comiéndome a pedacitos tus orejas dulces, mientras te hacía creer solamente comía, dócil y obediente, las croquetas de pescado que me servías en un sucio plato de metal.
Y lo que me pertuba de este sueño es que al despertar todavía siento en los labios ese sabor a carne dulce, a sangre y a metal.
domingo, 29 de agosto de 2010
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miaus