Tú y tu maldita juventud, púdranse. Tú y tus ganas de amar, de querer. Calcínense en el infierno. Tus ojos son la cueva de entrada, me pierdo. Mordida en la planta de los pies. Perro rabioso. Mariposa negra que intoxica la mente.
¿Qué es? Nada. El maldito insomnio. La noche, que siempre será más joven que nosotros. El sabor a muerte en tu lengua, el veneno en tus palabras. Malditos sean tus dedos, que me tocan. Que me provocan tanto como me hieren. Detrás de cada caricia, una llaga. Después de cada beso viene un nudo en la garganta.
La muerte también es joven, yo le gusto, lo sé. Me mira a veces detrás del humo, oculta en los vasos. Me tienta con un sueño profundo, en el que ya no hay más voces que la mía. Promete que con mi voz será suficiente para sofocar el eterno silencio. Me seduce con la promesa de la nada, total y absoluta. No más vacío, no más dolor. No más ausencia.
Pero no. Porque a pesar de todo, las sombras dejan de serlo sin luz que las proyecte. Y a estos, mis ojos, aún les gusta cuando la luz los hiere.
Por eso nada más voy y me asomo. Un poco, sólo un poco. Nada más la nariz. Nada más la punta de los pelos, sin que toque mi piel. Porque aún me gusta andar por las calles.
Porque a pesar de todos los tropiezos y desencantos, de todas las carencias de la calle, me atrevo a soñar. Veo el sol, desde el basurero inmundo en el que me esfuerzo por conseguir un bocado, y me ilusiono. Tengo la osadía ingenua de creer que puede ser mejor. Cedo a la estúpida tentación de creer.
Y es esta patética tendencia la que me mantiene con vida. De ser un poco más valiente, si pudiera dejar de ser un cobarde, ya me habría lanzado de un puente. He pensado tantas veces que sería mejor estrellarme contra un parabrisas, que no me explico cómo es que no lo he hecho.
Hasta ahora.
viernes, 8 de octubre de 2010
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miaus