viernes, 30 de diciembre de 2011

Los Lumbre

De niño, el señor Lumbre incendió una ardilla al intentar acariciarla. Por eso, cuando tuvo una hija, no le extrañó que achicharrara las hormigas con las que pretendía jugar. Hasta el final de sus días duró en su mirada el brillo del par de soles rojos que Dios sembró en sus ojos.
Al morir, su expresión se parecía a la de un toro que vio sacrificar en los lejanos años de su juventud: inmovilizado, maldecía con la mirada suplicante a sus matadores.
Ahora su nieto cocina a fuego lento con las manos el cuerpo de las muchachas que seduce con la misma facilidad con la que, de niño, su tío sacaba chapulines de sus hoyitos/casa en la tierra, atrayéndolos con una varita embarrada con un poco de saliva.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Soñé que huía de ti

Supe que volvías por mí cuando escuché tu rugido furioso a mis espaldas. Caminaba en una calle desierta sobre el pavimento mojado. El grito que desgarraba tu garganta me erizó la piel y me eché a correr. Intenté, desesperado, esconderme en los escombros de la fábrica abandonada, pero al brincar algo me impidió colarme por la ventana.
Una enredadera me atrapó. Salía de mi pecho. Caí en la cuenta de que la oscura semilla que me sembraste en la pasada vida pasada germinó al escucharte y ahora me ponía a tu merced. Vaya. De modo que la sensación de algo rompiéndome el pecho al correr no era mi corazón aterrado ante la posibilidad de verte de nuevo.
Pero ya no soy el que fui y no iba a dejar que tu ponzoña me venciera. Me liberé de mis ataduras, aunque tuve que romperlas con mis garras y dientes. Me costó mucho dolor y sangre hacerlo porque al parecer eran como extensiones de mi propia carne, de mis nervios.
Trataba de volver a respirar cuando te escuché de nuevo. Más atroz. Más cerca. Supe en mi cabeza que no me podría esconder de ti porque nunca me ibas a olvidar, pero no podía rendirme. No iba a dejar que me devoraras.
Así que me colé en la fábrica. Entre sus escombros encontré un mecanismo que aún funcionaba. Las pinzas estaban oxidadas, pero el filo de las navajas era suficiente. Logré despellejarme de la cara a la cola sin gritar. Ahora, con los músculos expuestos, me dedico a inventar la piel que me pondré. Aunque tengo prisa porque aparecerás en cualquier momento, debo tomarme el trabajo de imaginar con cuidado sus detalles, porque será la que tenga cuando me despierte.
Si lo logro, no podrás encontrarme. Ya no estaré condenado a ser uno como tú.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Amarrarte

Voy a descubrir tu nombre oculto, desconocido. Lo voy a pronunciar con la voz más gutural que salga de mis entrañas: entonces vas a estremecerte y te venceré, porque serás mía. Me pertenecerás en un maullido, querida.
Será como tomarte la medida y atarla a mi cintura, como hacían antes las abuelas/brujas, cuando eran señoras de los montes y las selvas y volaban (vuelan) sobre las estrellas de la madrugada.
Yo no te atormentaré como ellas (aunque puedo hacerlo, pues también tengo garras). A la muñeca de barro que de ti hice no será necesario amarrarle uno de tus largos y oscuros cabellos: bastará colgarle el sonido del nombre tuyo, que hasta tú ignoras, para que te quedes aquí conmigo.
No es culpa mía, corazón. Fuiste tú quien lo empezó todo. Es como si en mí enterraras algo cada vez que me siembras la piel con tu tacto. Lo que me dejas son recuerdos, pedacitos sueltos del alma tuya que, a fuerza de juntarlos, me revelarán tu nombre secreto. Tu nombre del sol, de estrella; el sonido que nombra el firmamento oculto en tu pecho.
Voy adivinándolo. Voy imaginándolo. Voy... Cuídate porque ahí voy.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Vamos a hacer un trato

Sí, tus dedos son hábiles para enredarle caricias a mi pelaje, pero no aguantaré el hambre todos los días hasta que me des de comer. Me gusta oírte canturrear cuando te bañas, pero me rehusaré a acudir si me llamas por un nombre ridículo.
Soy libre, ámame así.
Deja abierta la ventana. Si escapo por varios días, ten fe: tal vez regrese.
Los juguetes son un buen incentivo, las latas de atún, también.
El jazz nocturno. El vino en la cava.
La gracia está en que no me atosigues, no me exijas. No me esperes en las noches siquiera...
Mejor sal a cazar historias tú también. Yo sé que lo haces con frecuencia. Así, tal vez regresemos juntos de la juerga y cuando te mire ebrio de piel de mujeres, la camisa embarrada de besos secretos, sabré que vivo contigo porque eres igual a mí, y podré dormir tranquilo, amparado por el compás de los tangos y danzones que marca tu corazón.

viernes, 18 de noviembre de 2011

El derrumbe

Apenas agito la cola esta tarde nublada, casi fría. Pero bajo mi piel, algo sucede.
Las palabras que escuché de cachorro, las primeras caricias que modelaron mi ego, los fragmentos externos que he tomado para construirme: todo se derrumba. Todo cae hacia adentro, al profundo abismo de mí.
La demolición es un caos, pero afuera apenas llega el eco de lo que parece un ronrroneo tranquilo. Acá adentro, sin embargo, mis murciélagos ya no saben a dónde mudarse: todo se cae, todo muta, todo se mueve... y ellos están ciegos.
No me duele. Es natural. Incluso, ahora lo disfruto. Es remover las costras que me dejaron por dentro las cicatrices que por fuera son visibles. Después podré poner ahí otras cosas: algunas luces, un par de estrellas.
Por lo pronto en este temblor se desprende un iceberg lejano, enclavado tan profundo que ya ni lo recordaba. Se derretirá, espero, o explotaré y me atravesarán sus fragmentos como astillas.
La tarde está muy linda. El clima está tan bueno que no vale la pena preocuparme por eso.

martes, 15 de noviembre de 2011

Mientras te miro entrar a casa bajo la lluvia

Bueno, sí. Correré bajo tu resguardo sólo porque (aunque me humille al decirlo) tengo hambre.
Pero no esperes que me quede encerrado en casa, no me pidas que respete a los vecinos, no trates de acariciarme mientras duermo soñando con otras manos que no son las tuyas.
Sé que está de más. Que esa clase de obediencia ya te la dan los pajarillos que amas y que de mí no esperas nada, o casi nada. Sabes bien que yo sólo estaré para vigilarte, furtivo, cuando escribes en las noches. Para mirarte beber ciertos días y acercarme a ti entonces porque, cuando estás ebrio y solo, me parece que nos complementamos mejor. Tu sombra larga junto a la mía, sin otra cosa entre nosotros que el silencio.
Esa es la única clase de pacto que te puedo ofrecer: no amor, no compañía incondicional, tan sólo que nuestras presencias se conjuguen en los momentos más oscuros de los dos. Inventarnos luces entre ambos, para poder volver con más ímpetu a nuestros mutuos egoísmos.
Porque en eso eres tan gato como yo.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Bola de pelo

De tanto lamer la vanidad de mi cuerpo perfecto, tengo el estómago lleno de ideas falsas. Me da asco sentirlas pasar por mi garganta, cierto, pero no puedo evitar vomitarlas. Sólo así podré continuar acicalando mi ego con el amor y cuidado que merezco.
Ya no te hagas, que tú también lo haces.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Reflejo en la ventana rota

Quiero ver morir la tarde echado en tu regazo. Jugar con los aros de espeso humo que salen de tu boca.
Crear y destruir mundos absurdos mientras te sigo los pasos desde las azoteas. Cansarme de perseguirte. Huir.
Regresar a que me acaricies como si no hubiera sido yo quien te hirió los dedos de las manos clavándote los dientes. Hacerte creer, otra vez, que me quedaré en casa cuando salgas y cierres la puerta. Como si no fuera a escaparme por el resquicio de la ventana, para fugarme feliz y libre a mis otras vidas, tan sólo para buscarte en ellas.

martes, 1 de noviembre de 2011

De niños y muertos

Una mujer dio a luz a su primer hijo. Era la esposa de un campesino que labraba la tierra. Aunque eran muy pobres y sólo poseían una hamaca para dormir cuando se casaron, gracias a su trabajo pocos meses después ya habían comprado una casita de adobe.
Para mudarse debían atravesar un río y llevar en un cayuco o canoa todas sus pertenencias. No eran muchas, pero no podían llevarlo todo y hacerse cargo del niño. Por eso la mujer se lo encargó a su cuñada.
La hermana de su esposo era pobre también, tenía diez hijos, todos pequeños. Lavaba, bordaba, planchaba; ningún trabajo era poca cosa para darle de comer a su familia.
En el trajín del diario se descuidó y el bebé escapó hacia el río. Había visto a sus padres alejarse hacia el horizonte hasta desaparecer, por eso los persiguió llorando a gatas. De regreso lo encontraron flotando en el agua, ahogado.
La mujer le lloró durante tanto tiempo, que la Virgen se le apareció en un sueño para devolverle a su hijo. Ella se consoló pensando que al fin lo tendría de regreso. Pero cuando lo tuvo en su regazo y lo abrazó, el bebé apestaba a muerto.
La mujer despertó aterrada, pero halló al fin resignación. Tuvo muchos más hijos. Aunque no todos sobrevivieron, los que sí procuraron hacerla feliz hasta que murió de vieja.
[Yo no quiero que se mueran contigo las historias que me contaste. Por eso pongo ésta aquí. Disculpa lo pobre de mi ofrenda]

miércoles, 26 de octubre de 2011

Desperté de mis pesadillas, pero no sentí alivio

Estoy aquí, en el mismo parque en el que me eché a descansar no sé desde hace cuánto. Sé que no ha sido siempre, pero se siente como si fuera así. Aunque ahora tengo pereza de buscar a dónde ir, sé que pronto empezaré a desesperarme.
Estoy harto de dormir alterado de miedo, de temerle a las criaturas reptantes de mis sueños. No quiero esas imágenes acechándome. Estoy cansado de huir, de vagar por las calles en las noches de lluvia hasta que las patas se rinden al peso de mi cuerpo herido de frío. Pero tampoco me quiero quedar aquí. Quiero buscar otros rostros, escuchar otras voces. Esta monotonía de anónimos en la que al único que nombro eres tú, me asfixia.
Si tan sólo abrieras las puertas de tu casa...
Si dejaras que me quedara bajo el sillón, sin provocar a los perros ni amenazar a los pájaros...
Pero no. No porque tus perros no te dejarían en paz mientras huelan mi sangre. No, porque nunca he podido resistirme al impulso de atrapar a un pajarito y llenarme de plumas la garganta.
Además, sé que los gatos como yo no son bienvenidos en el calor de tu hogar. Que para ti sólo soy un buen compañero de calle. Estamos bien así, supongo, viéndonos de vez en cuando en el parque, cuando comienzas a hablar solo y yo me siento a escuchar tus historias, en parte porque me gustan, pero también porque estás loco.
A mí me atraen los locos como tú, precisamente porque les brotan las historias. Sé que pierden la razón  porque ya no saben qué hacer con ellas de tantas que son. Y sé también que con los dementes las cosas sólo pueden ser mágicas o desastrosas; trágicas en cualquier caso.
Junto a la banca en la que espero a que vengas a leer, pienso. Espero no quedarme dormido de nuevo. Prefiero que una decisión insensata me arrebate antes de que lo haga una de mis pesadillas recurrentes.

sábado, 22 de octubre de 2011

Sueño de despedida

Iban los viajeros volando, ilusionados con encontrarse a sí mismos en la orilla del paisaje. Querían llegar a la cima nevada del pico que se erguía sobre el horizonte. Sentían vértigo y nervios al acercarse con el viento rugiendo entre sus caras, alborotándoles el cabello y las emociones.
De pronto se estrellaron contra la barrera maciza de lo imprevisible: indiferencia dura, como el concreto; hierros retorcidos, como el egoísmo. No se escucharon sus gritos, ni el crepitar de las llamas. La explosión sólo añadió un par de luces anaranjadas y rojas al ya de por sí colorido atardecer.
[Este es un adiós al amigo que fuiste. Gracias por echarlo todo a perder]

domingo, 16 de octubre de 2011

El sueño que casi me mata


Fui hombre. Uno maldito. Cuando desperté tenía heridas las palmas de las manos y de los pies, como si me las hubieran abierto con una daga. Podía andar, pero tenía manos y piernas atados con gruesas cadenas.
Tuve que huir por las calles arrastrándome, desnudo. Perdido, buscaba refugio inútilmente en las sombras. No podía detenerme, tenía que avanzar, avanzar siempre. Huir. Me impulsaban los ladridos de los perros que perseguían, furiosos, el olor de mi sangre.
Trepé por el muro que bordea la ciudad y de un brinco salí de ella. Este saco de huesos quedó tirado en el piso un buen rato a causa del golpe. Después el frío me hizo caminar, subir hasta la boca negra de una caverna empotrada en las montañas cercanas.
Quizá hubiera sido mejor dejarme morir congelado a los pies de la ciudad, pues la cueva era el nido de unas brujas. Meneaban sus podridos cuerpos jóvenes a la luz del fuego. Cuando vi a dos de ellas darse una feroz mordida en la boca, sus colmillos sucios chorreando sangre, quise correr. Pero era tarde. Ya me habían olido. Fue mi presencia lo que las excitó y antes de alcanzar la salida ya me tenían entre sus garras.
Mis cadenas fueron un regalo para ellas. Me ultrajaron atado a una piedra. Me ahorcaron varias veces. Picaron mi carne con sus uñas atroces, arrancaron pedazos de mi piel con sus fauces. Dos me hincaron sus colmillos en el cuello mientras la otra se acercaba diabólica para engullir mis testículos.
Entonces desperté. Volví a ser gato, pero quedaron las marcas de todo esto en mi felino cuerpo. Lucho para que no me venza el cansancio. No quisiera volver a dormir.

martes, 11 de octubre de 2011

Tantas ganas de arrancarte la cabeza

Me dan tantas ganas, a veces, de arrancarte la cabeza. De meterla en una jaula y ver si se queda hablando, si aún arma ese alboroto de periquito australiano, tan estúpidamente apetitoso y tierno.
Tengo tanto antojo de cortarte la voz a rebanadas y ponerla en vez de queso en un sándwich de moras, para que me sepa dulce, morada y roja. Seca. Para que te calles y ya no suenes en mi cabeza aturdida de café y cigarros y noche.
Quiero remojarme la tristeza en té con miel, a ver si se me endulza. Atragantarme de tierra y nieve, a ver si se me enfría esto que siento por ti. Coserme los ojos para remendarme la ceguera del corazón. Crucificarte y dejarte colgando de un cielo de espejos.
A veces tengo tantas ganas de ser otro que no sea yo. De ser uno que tenga alas y corazón de manzana. De reventarme los recuerdos en un alud de silencio y piedras azules.
A veces quisiera, maldita sea, dejar de pensar estupideces.

sábado, 1 de octubre de 2011

Tres monitos

Dos monos y una mona se encuentran en la jungla. Uno no ve, el otro no habla, ella no oye; pero los tres escriben. Piensan.
Luego de la inicial desconfianza, y tras un par de tropiezos, aprenden a conversar entre sí. Entonces desgajan a carcajadas las ramas de los árboles, porque la risa los tumba de las alturas.
Mientras los otros monos permanecen inconscientes de sus autismos, ellos se complementan. Por eso comparten gustosos en la garulla de media tarde su festín de plátanos y cocos.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Costra

Ya me cansé de ti, te voy a arrancar. No me importa que sangre, no me importa que quede cicatriz. Te odio. Quítate de aquí. Te odio. Me has hecho mucho daño. Me molestas, me estorbas. Te odio.
Me voy a deshacer de ti. Mi piel cerrará, te lo juro. Te voy a arrancar y voy a crecer.

martes, 6 de septiembre de 2011

Conocí a una bruja en sueños

Luego de un rito tumultuario, me reveló que mi destino era viajar hasta encontrar el lugar del mundo donde quisiera vivir. Ahora debo entrenarme, explorar más caminos, ver más parajes, comer con los ojos grandes extensiones de tierra.
Mientras, mantendré la esperanza de que una madrugada la bruja venga de nuevo y me enseñe a volar.

domingo, 28 de agosto de 2011

Sueña que eres árbol y creces hacia el cielo

Tengo varios hijos. Uno de ellos se llama como tú. ¿Cómo olvidar la noche en que los hicimos, cobijados bajo el cielo cuajado de estrellas? Por ti subí, de la humedad y el frío, al calor.
Al amanecer corrí cuesta abajo, deseando con furia tener alas. Donde hollé la tierra, crecieron hongos rojos.
No volé, sólo atine a chocar de frente contigo: ojos de tierra mordida de sol, manos de ave que elevan tu cuerpo de arriero. Las cicatrices de las historias que se te pegan como cadillos cuando vas al monte. El peso de los sueños que afirman tu paso.
Vaya golpe. Aún estoy aturdido. En mi cabeza suenan monos aulladores, gritos de guerra. Pero callarán mañana, cuando averigüe quiénes somos.


lunes, 22 de agosto de 2011

Mi cabeza hierve, fértil

En vez de cerebro, tengo tierra en mi cabeza. Es oscura, granulosa; caliente, húmeda y fértil.
Siento mi maceta hervir de flores y mariposas.
Voy a ponerme bajo el sol, bajo la lluvia. Quiero sembrarle palabras e historias. Enterrarle uno de esos ojos tuyos.
Ojalá que me crezcan ideas grandes y coloridas. Aves de canto claro y plumaje brillante. Árboles cuyos frutos sepan a sueño, pero también a razón.
Mientras, cuidaré este jardín feliz, latente, que me ha sido dado. Espero, no sin cierta impaciencia, la cosecha.

domingo, 7 de agosto de 2011

Aventura de verano

Cansado del gris de las calles, vagué hasta llegar a un pueblo caliente y húmedo, junto al mar. Ahora sé que odio más a los moscos que a los perros. Al andar en la orilla del mar descubrí que no soporto la arena en mis patas, pero no me importó sentirla con tal de atestiguar la épica muerte del sol, sobre las aguas, al atardecer.
     Quise dormir al amparo de una palmera. A medio sueño se desató una tormenta. Me despertó el atronador rugido de un trueno, el más fuerte que haya oído en todas mis vidas. Un torrente de agua fría, arrastrada con furia por un viento que también traía sal y arena, me azotó. La luz se fue en todo el pueblo. Yo, que estoy acostumbrado a mirar de noche, en aquella oscuridad sin luna me quedé ciego. Entonces vino la luz del rayo, tan potente que por un instante pude ver como si fuera día: la melena de las palmeras zarandeadas por el viento, el mar embravecido que parecía querer tragarse toda la ribera, el cielo iluminado de nubes siniestras. Luego de verme solo en la inmensidad, volvió la noche, más cerrada y negra que la garganta de un muerto. Aterrado, huí a ciegas del vendaval.
     A la mañana siguiente el mar estaba mansito y me lamió las patas con su lengua salada. Había vacas echadas en la orilla. Desayuné medio pescado, lo encontré lejos del agua. Seguramente lo arrojó hasta ahí la tormenta. No me lo terminé porque una jauría de perros vino a perseguirme y lo solté mientras corría. No pude recorrer el pueblo de techo en techo, porque eran de lámina, ardientes de sol. Si bien pude desplazarme sobre algunas bardas, tuve que caminar en las calles lodosas, rebajándome al nivel de las personas.
     En el patio de una casita pobre, vi a una niña desnudita, bañándose sentada sobre una batea de madera. Parecía feliz. Su risa me puso de buen humor, y la seguí cuando salió de su casa al poco rato. Tendría como seis años. Acostumbrada a los animales, me acarició sin efusión excesiva, pero estaba contenta de que la acompañara. No tenía comida para mí, en cambió me dio un secreto: en un lugar cerca del río que pasaba junto a la población, dentro de un tronco hueco, guardaba unas ollitas que hizo de barro. Eran sus juguetes. Como ya no llovía las sacó al sol. Quería que secaran en lo que ella iba a hacer un mandado.
     Cuando ya nos íbamos, la niña resbaló y cayó al río. No supe como ayudarla. Se ahogaba. Por fortuna hizo un esfuerzo y pudo salir, pero corrió muerta de susto, llorando, hacia su casa. Las ollitas quedaron sobre el tronco, tristes y huérfanas.

sábado, 6 de agosto de 2011

La "especie superior"

La humanidad es soberbia y torpe. Se sienten divinos, tanto que crearon un Dios a su imagen y semejanza. Son listos, sí; pero no se dan cuenta de que su exceso de autoestima los hace más propensos a la estupidez. No pueden reconocer los límites que le impusieron a su propia inteligencia porque ya casi han terminado de obstruirla.
Además, son feos. Feos como un mono desnudo, parado en dos patas, con melena y vello en pubis y axilas. No sé si se den cuenta de que más bien parecen changoleones, seguro no son más que el resultado de los experimentos genéticos que algunos alienígenas ociosos hicieron con esas dos especies: monos y leones del África.
Me da risa cuando, en su cegera, se sienten bellos. Si son tan hermosos, ¿por qué se avergüenzan de sus cuerpos? Otra cosa sería, por ejemplo, si fuesen alguna especie de pulpo que, además de ocho utilísimas manos, tuviera una piel capaz de cambiar de colores. No usarían ropa y, tal vez, sus orgasmos serían una colorida y alegre fiesta: harían el amor volando en el agua.

216/308

Soñé que alguien se caía y se abría la cabeza. Del huequito escapaba, no la sangre, sino las ideas.
Algunas eran líquidas, de ésas que adoptan la forma del molde que las contiene. Otras, más abstractas, como pelotitas que rodaban por el suelo. Había unas más, como nubes, que se fueron volando y se diluyeron en el cielo.

[Advertencia: este sueño es robado. No se aceptan reclamaciones]

lunes, 30 de mayo de 2011

A ver cuánto puedo insistir

Que me ves y te veo. Que a veces me das de comer. Nos conocemos, cordial convivencia. Pero quiero más. Tengo ganas de irme contigo, ver tu casa por dentro. Dormir bajo tu cama. Me disgusta pedir, pero quiero.
Espero que no seas de los que ama más a los perros, porque no puedo fingir ser uno de ellos para agradarte. Soy el que soy. Duermo de día, vivo de noche. Me escapo a buscar aventuras por ahí, o simplemente para disfrutar la privacidad conmigo. Ronroneo y corro dormido. Debes amarme así.
Me lanzaré a la aventura de cazador, aunque sé que quizá falle. Porque estoy cansado de jugar por ahí, haciendo como que atrapo ratones. Quiero que tu corazón golpee con fuerza por mí. El asunto es que no sé qué tan duro estoy dispuesto a intentar. ¿Resistirá mi orgullo el rechazo? ¿Me aburriré pronto si no cedes a mí?
Sé que insistiré, pero ¿cuánto?

domingo, 15 de mayo de 2011

Rojo

Creo que el otro día, cuando cerré los ojos debido al placer que me producías al acariciar la sensible piel de mi barriga, te ví por dentro. Y ví que eres rojo.
No, no era el rojo de adentro de mis párpados. Eras tú. Rojo como el vino en el que te mojas los labios. Como el que adquieren algunas hojas en otoño. Rojo intenso, más que el del más violento atardecer.

domingo, 6 de marzo de 2011

No cabe duda

No hay duda; mi peor enemigo soy yo. El único capaz de atormentarme. El que sabe cómo herirme. Yo y solo yo. Aunque ya lo sabía, me lo recuerdo de vez en cuando, no se me vaya a olvidar. Sobre todo, debo mantenerme contento conmigo mismo.
La guerra empieza cuando algo de lo que hago o pasa no me gusta. Hay dos causas: Yo, o los otros. Cuando se trata de mí, generalmente es porque alguna distracción me impidió estar a la altura de mis expectativas. En tal caso soy complaciente, después de unas cuantas lágrimas de auténtico arrepentimiento, me perdono. ¿Qué creían, que ser perfecto es fácil? ¡Claro que no! Debo satisfacerme a mí, que soy el más duro juez.
En otras ocasiones la causa está fuera de mi control. Algo externo me perturba. Puedo pasar días y noches torturándome, repasando incansable una acción o un detalle que no me agrada o que, al contrario, me gusta más de lo que es conveniente. Busco entender por qué. Quiero atrapar ese por qué. Cazarlo y al tenerlo en mis manos decidir si matarlo a mordidas o lamerlo suavemente...
Mientras desde afuera no se ve más que al gato moviendo apaciblemente la cola al atardecer, bajo mi piel lucho ferozmente conmigo. Me muerdo, rasguño y desangro. Me clavo las garras y los dientes.
Al final, como es obvio, sólo puedo vencer yo. Pero es muy diferente rendirme a mí mismo que asumir, glorioso, la victoria.

sábado, 12 de febrero de 2011

Fabricio

Tiene siete años, es muy listo y me cae bien.
Lo vi afuera de su escuela, un lunes. Iba vestido de blanco. Al principio era tímido. Me dejó acercarme, y terminamos jugando a las escondidas.
Le gusta mucho tomar fotos, lo hace muy bien. Toma Coca con mucho agrado, y piensa en sus hermanos cuando come. Les guarda un poco.
Dice que tiene un perro de cinco colores distintos (entre ellos el verde agua), y un juguete más pequeño que una hormiga que se le pierde a menudo.
Me encanta porque es puro. Si se emociona, enoja o entristece, siente todo eso con mucha fuerza. No le importa lo que piensen los demás. No se ha contaminado con eso.
Fabricio está en el hospital. Rondé por ahí y dicen que está más bien delicado. Vi a su familia, preocupada.
Quiero que esté bien. Quiero jugar con él de nuevo porque me contagia de su alegría infantil.
Fabricio, mejórate. Por favor mejórate.

lunes, 3 de enero de 2011

Estatua en el lodo

Me acuerdo que fui pequeño y dormía. No sabía si era sueño o pesadilla. Eras tú. Tu voz y tus manos me dolían. Pero seguía ahí. Me echaba en tu regazo.
Callejero de mí, me alejé, crecí. No dejé de ser yo. No se detuvo la oscura semilla que me sembraste. Pero pude ver el sol, y amar las flores.
Volví a encontrarte en mi camino. Quise verte. Pobre, pobre de ti. Sigues siendo el mismo. Crees todavía que si me llamas acudiré corriendo a lamer tu sombra. Sientes que aún puedes encadenarme, hacerme daño. Jugar conmigo sin que te rasguñe.
Y yo, la verdad, ya no tengo ganas de devolverte las heridas. Hace tiempo cerraron, y no me molestan las cicatrices. Pasa, nada más, que me das pena. Te idolatré antes, y hoy me pareces un perro miserable.
Nada tienes de aristócrata, de grande. No eres más que un pequeño y vano, vulgar mortal.
Me alejo de ti no porque te tema o me duelas. Me das flojera y asco. Pena.