martes, 1 de noviembre de 2011

De niños y muertos

Una mujer dio a luz a su primer hijo. Era la esposa de un campesino que labraba la tierra. Aunque eran muy pobres y sólo poseían una hamaca para dormir cuando se casaron, gracias a su trabajo pocos meses después ya habían comprado una casita de adobe.
Para mudarse debían atravesar un río y llevar en un cayuco o canoa todas sus pertenencias. No eran muchas, pero no podían llevarlo todo y hacerse cargo del niño. Por eso la mujer se lo encargó a su cuñada.
La hermana de su esposo era pobre también, tenía diez hijos, todos pequeños. Lavaba, bordaba, planchaba; ningún trabajo era poca cosa para darle de comer a su familia.
En el trajín del diario se descuidó y el bebé escapó hacia el río. Había visto a sus padres alejarse hacia el horizonte hasta desaparecer, por eso los persiguió llorando a gatas. De regreso lo encontraron flotando en el agua, ahogado.
La mujer le lloró durante tanto tiempo, que la Virgen se le apareció en un sueño para devolverle a su hijo. Ella se consoló pensando que al fin lo tendría de regreso. Pero cuando lo tuvo en su regazo y lo abrazó, el bebé apestaba a muerto.
La mujer despertó aterrada, pero halló al fin resignación. Tuvo muchos más hijos. Aunque no todos sobrevivieron, los que sí procuraron hacerla feliz hasta que murió de vieja.
[Yo no quiero que se mueran contigo las historias que me contaste. Por eso pongo ésta aquí. Disculpa lo pobre de mi ofrenda]

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