lunes, 3 de enero de 2011

Estatua en el lodo

Me acuerdo que fui pequeño y dormía. No sabía si era sueño o pesadilla. Eras tú. Tu voz y tus manos me dolían. Pero seguía ahí. Me echaba en tu regazo.
Callejero de mí, me alejé, crecí. No dejé de ser yo. No se detuvo la oscura semilla que me sembraste. Pero pude ver el sol, y amar las flores.
Volví a encontrarte en mi camino. Quise verte. Pobre, pobre de ti. Sigues siendo el mismo. Crees todavía que si me llamas acudiré corriendo a lamer tu sombra. Sientes que aún puedes encadenarme, hacerme daño. Jugar conmigo sin que te rasguñe.
Y yo, la verdad, ya no tengo ganas de devolverte las heridas. Hace tiempo cerraron, y no me molestan las cicatrices. Pasa, nada más, que me das pena. Te idolatré antes, y hoy me pareces un perro miserable.
Nada tienes de aristócrata, de grande. No eres más que un pequeño y vano, vulgar mortal.
Me alejo de ti no porque te tema o me duelas. Me das flojera y asco. Pena.

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