viernes, 20 de febrero de 2009

Poeta reprimido

Hay algo a lo que llamo Ley de la compensación. Según ella el universo tiende al equilibrio, y una de sus consecuencias es, por ejemplo, que una gran virtud se compensa con un gran defecto. Tiene infinidad de aplicaciones, pero es útil al momento de explicar porqué me gusta convivir con cierto tipo de escritores.
Me gustan los poetas mediocres, los auténticos poetas mediocres, quiero decir. Abunda la gente que escribe tonterías sobre cualquier cosa, más por vanidad que porque realmente tengan algo qué decir. Esos no me agradan. Los que yo busco son aquéllos cuya sensibilidad rebasa su capacidad para escribir, que nunca tienen papel a mano en el momento preciso, que no pueden traducir en palabras lo que ven, lo que sienten.
Como no son buenos escritores tienen muchas otras cualidades. Suelen ser buenos con los gatos, por ejemplo. Un verdadero mediocre no es pretencioso porque sabe que lo que escribe no vale la pena. Sin embargo sigue escribiendo. Hay algo encantador en todo eso, o al menos a mí me entretiene bastante. A veces se me quedan viendo, parecen preguntarme cómo conviene seguir la estrofa. Siento ternura (que no lástima) por ellos, que sin darse por vencidos me acarician.
Recuerdo a uno especialmente curioso. No era oficialmente un poeta, puesto que no escribía. Era un burócrata de vida rutinaria y gris, que se tomaba demasiado en serio su labor. Incluso solía burlarse de quienes eran muy imaginativos, y reprimía todo lo que no fuera estrictamente formal en él. Pero a solas no podía contenerse.
De su boca salían canciones para niños mientras se bañaba. Hacía gestos cómicos frente al espejo, y cuando me hablaba de cómo le había ido en el día, no podía evitar expresarse líricamente de la joven secretaria que le gustaba. Me describía su piel, su cabello, su sonrisa y su voz; lo hacía no sólo con emoción, sino hasta con cierta estética contenida. Mientras dormía, era frecuente que estos lapsus de poesía fluyeran.
Me gustaba mucho vivir con él, pero tuve que abandonarlo porque el imbécil no sólo se casó, sino que la tipa llevó consigo a su perro. Supe que poco tiempo después se divorciaron, y ella le quitó la casa.

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