A veces dudo de mi identidad de gato. Charlar con una rata ya era suficiente, pero ahora resulta que salgo con una perra. No la estoy nombrando de manera peyorativa, ella es una perra, una pequeña canina de escasos 14 ó 15 meses, muy simpática. Como muchos (incluyendo perros, gatos, y personas) es mestiza, sin una raza predominante definida. Su color depende del tipo de basura en que juega, y es terriblemente tierna, curiosa, e imaginativa.
Ya sé que hay muchas gatitas con esas características, pero ninguna prescinde de ciertos arranques de indolencia y vanidad insufribles, propios de la naturaleza gatuna. En cambio ella es diferente justamente porque no es un gato, porque no piensa primero en ella y luego en mí.
Mi posición es muy cómoda, claro. Ella colma mi tiempo con sus juegos y bromas, pone toda su atención en mí (¡Oh gloriosa vanidad satisfecha!). Me aburriría pronto de ella, como de las gatitas con las que he andado, si no fuera porque su afilada imaginación e interés acosan tanto mi intelecto que me obligan a mantenerme alerta para seguirle el juego. Puede ser cruel al burlarse de mí si no estoy a su altura, aunque no lo hace de manera intencional, si no debido a su sinceridad rayana en la inocencia.
Nuestra relación es clandestina ¿Dónde quedaría mi reputación si alguien me viera? Ella, tan joven e idealista, dice que no le importa que ladren los perros, tiene fuerza para enfrentarlo todo, porque me quiere (Me encanta que lo diga así, tomándolo taaan en serio). Pero yo sé que cuando las cosas se salgan de control esto terminará. Casi siento un nudo la garganta solo de pensarlo...
Lo bueno de mí es que tengo claro lo que quiero y lo que no. La verdad la perrita me importa mucho y...
¿Huele a pizza?
¡Ahorita vuelvo!
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miaus