Después de vagar unas semanas he encontrado un vecindario peculiar. En él hay, entre calle y calle, una tapia que atraviesa los patios de las casas. Puedo seguir esa línea recta, asomarme de patio en patio, y satisfacer mi curiosidad con los secretos que guardan. De esta manera todas las casas son mías, mi puerta de entrada son sus jardínes, que a menudo me parecen bosques o selvas.
Mientras exploro en busca de lugares cómodos y variados, aprovecho para comer. Algunas veces robo la comida de los gatos caseros que han salido a dar una vuelta, otras hurgo en la basura en busca de un buen bocado.
Podría pensarse que es tarea de haraganes, pero tiene sus riesgos. Nunca se sabe de dónde puede salir un perro, un gato dispuesto a defender su plato de Whiskas, o un vecino diestro en el arte de disparar zapatos o dar golpes con la escoba.
Es el punto medio perfecto para mí, que no busco un hogar fijo todavía. La única desventaja es que cuando tengo ganas de que me den una caricia, no tengo a nadie cerca que me la prodigue.
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miaus