miércoles, 8 de julio de 2009

Grados de tolerancia

No soy de los que despiertan a todo el vecindario con el escándalo de una pelea. Soy un gato pacífico porque las riñas me dan flojera. Sólo ha sucedido un par de veces que me he enojado realmente, desatando un torbellino de ira de tal magnitud, que termina siendo ridículo, y me avergüenza reconocer que soy capaz de eso. Nada detesto más que el drama, me estresa. Usualmente, cuando una serie de hechos incómodos se acumula de modo que ya no puedo tolerarlos, simplemente me voy.
Sin embargo últimamente había estado propenso a molestarme por pequeñeces. Mi coraje incrementaba al constatar el hecho de que cosas que antes no me importaban de pronto podían irritarme. Algo había quebrantado mi tolerancia basada en la absoluta indiferencia, y eso me resultaba inaceptable.
Tan enojado llegué a estar conmigo mismo por eso, que sentí ganas de rasguñarme y morderme hasta arracarme todo el pelaje. En eso estaba pensando, cuando accidentalmente me cayó encima, literalmente, un balde con agua fría (recuérdese que, como casi todo gato, detesto mojarme más de lo imprescindible). Cuando creí que me volvería loco y me suicidaría tantas veces como vidas me quedaran, vino a mi mente una palabra, que fue como una revelación: Equlibrio.
Pensé en el equilibrio mental, en mi vieja capacidad para no dejar que cualquier cosa me enoje, e incluso ignorar aquello que me lastima.
Respiré profundamente mientras me levantaba del gran charco de agua, pensando "Equilibrio". Descubrí que estaba bien. El agua fría me refrescó bastante, ahora que por circunstancias que no voy a explicar estoy en una zona tropical muy calurosa.
Puedo suponer tranquilamente que toda la racha de mal humor no era más que una reacción ante el calor. No me importa si en realidad no es así, es sólo un pretexto para no asumir la responsabilidad (como hago siempre) de mi anterior irritabilidad. ¿Y qué importa eso, si me ayuda a recuperar el control?

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