Estaba sobre el asiento verde, sin prestar atención al transcurso de las estaciones de metro. Tenía la cabeza baja. Las cejas ligeramente alzadas enmarcaban una mirada perdida. En el fondo oscuro del lago de sus ojos se reflejaban un par de lunas claras, aunque tristes.
De pronto sus labios carnosos se entreabrían. Sin darse cuenta dejaba escapar sus pensamientos entre los dientes, de manera inaudible. Tan dentro de sí estaba, tan lejos de su más cercano entorno, que se podían leer las palabras mudas en sus labios sin que lo notara. Mirar su rostro fijamente no le molestaba, ni siquiera lo advertía.
"Cómo te lo digo..."
"Ya pasó"
"No, no fue así"
De pronto se detenían sus labios, pero sus ojos cambiaban la mirada de dirección, varias veces. Como si le estuviera siguiendo la pista a sus propias ideas, como si mirara el mapa de sus pensamientos. En la búsqueda de una respuesta teje una maraña de dudas.
Por eso me gustan quienes hablan solos. Sin quererlo permiten asomarse a su fondo, donde con frecuencia se ahogan.
martes, 14 de abril de 2009
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miaus