Vi a un hombre azul eléctrico [curioso, porque en otra vida yo tuve ese mismo color de piel]. Poseía cierto magnetismo inexplicable. Su fuerza de atracción era irresistible: sin ningún reparo me acurruqué entre sus piernas.
Él empezó a acariciarme como si nos conociéramos de toda la vida, y eso me produjo sensaciones tan intensas como inéditas. Era como si al tocarme me hiciera repicar por dentro como una enorme campana y cada vez, en lugar de sonido, emitiera mi ser en ondas vibratorias. Lo juro por los pelos de mi cola. Así me fui desencajando de mí; no era doloroso, sino relajante y placentero.
De esta forma fui disuelto y multiplicado al mismo tiempo, apenas sostenido por la frágil atadura de mi cuerpo. Me costó un poco de trabajo volver, despertar. No estoy seguro de haberlo hecho por completo. Desde que tuve ese sueño, que recuerdo como una fotografía en negativo, he tenido una inquietante sensación de ligereza en el cuerpo. Como si no pesara, como si fuera invisible. Casi como si pudiera volar.
Por eso no me he movido de aquí. No brinco, ni corro. Para hacerlo necesito recobrar la gravedad de mí mismo, tener la absoluta certeza de que sigo siendo tan gato como siempre. Saber que mi felinidad es aún redonda, simple, perfecta.
[Un gato no desea otra cosa más que ser gato. Cualquier alteración en esta definición ontológica, lógicamente, lo destruye]
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¿Y qué es de un gato sin su centro de gravedad? ¿Seguiría cayendo parado o no? Me gustaría que me regalaras un instante de esa visión en negativo, para ver qué se siente.
ResponderEliminarMe gustaría regalártela, pero tendrías que ser gato...
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