domingo, 22 de enero de 2012

Aquí estoy otra vez: solo.

No tienen idea de lo bien que se está así. En el fondo los gatos estamos nada más con nosotros mismos. Tal vez parezca complicado, pero es de lo más simple. Como dice Rufus, en Diario de un libertino: Todas las verdades son grandes clichés. [No es que admire a Rufus, él habría dado lo que fuera por ser como yo]
La única compañía deseable y posible para un gato es él mismo. Todo lo demás son juegos que terminan por volverse enfermizos. Al menos a mí así me sucede: acabo impregnándome tanto de los otros, sin poder involucrarme con ellos debido a mi natural y egoísta condición, que mejor huyo antes de que sienta que ya invaden mi pellejo, que se meten hasta debajo de mi piel.
Ayer desperté luego de una larga caminata. Sólo recuerdo que empecé a caminar y después correr, impulsado por un miedo que me impedía detenerme a pensar. No sé cuánto tiempo ha pasado desde entonces, ni en dónde estoy. Sólo sé que ya no escucho esas voces en mi cabeza. Su arrullo me sedujo y al principio me provocaba sueños curiosos, pero después no podía sino despertar cada vez a una diferente pesadilla.
[Juro no volver a dormir en el patio de un hospital psiquiátrico.]
Ahora no. Ahora estoy bien. Desde aquí diviso a una familia que disfruta una comida al aire libre: asan carne. Hay un par de niños ahí que no se resistirían a mi encanto. Pero no tengo ganas de ir. Me encuentro perfecto siendo yo plenamente aquí, tirado sobre mi panza, jugando con mi cola sin sentirme ridículo, ni feliz. [Si no lo soy es porque no me lo permito: esa emoción se me manifiesta en una euforia continua muy agotadora].

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