El cariño que siento por ti es como la llama de una vela.
No, no es un incendio. Es más bien es breve, incluso pequeño. Pero bastante intenso y significativo como para producir luz y calor.
Así lo veo: Naranjita, bailando.
Cuando tengo frío, voy ahí a calentarme las manos. Prendo un cigarro, y bebo café.
viernes, 29 de octubre de 2010
domingo, 24 de octubre de 2010
Abría y cerraba la mano
y el cielo se movía.
Las luces se le metían por los ojos, sin crueldad.
Azul cielo giró todo.
Entonces vio el camino,
y las hojas amarillas danzaron en el aire
antes de crujir bajo sus pies.
[No hay miedo ni dolor cuando estoy contigo, aunque no estés aquí]
Las luces se le metían por los ojos, sin crueldad.
Azul cielo giró todo.
Entonces vio el camino,
y las hojas amarillas danzaron en el aire
antes de crujir bajo sus pies.
[No hay miedo ni dolor cuando estoy contigo, aunque no estés aquí]
miércoles, 20 de octubre de 2010
La hoja
Termina el invierno. La hoja latente en el árbol tiene miedo de crecer. Pero crece. Poco a poco el brote se extiende en tierno color verde.
La hoja teme madurar, pero lo hace. Delinea su forma justa; el color exacto, la silueta ideal. Cumple su labor, callada y mansamente, junto con otras muchas hojas que son como ella. Le gusta ser acariciada por el sol, las cosquillas que le causa producen en su interior el alimento que compartirá con todos en el árbol.
Se acerca el otoño. La hoja tiene miedo de morir. Pese a su miedo, envejece. El paso del tiempo hace surgir en su piel colores amarillos y rojos. Un día se despierta y ya no es más verde. Toda ella es de distintos tonos de ocre.
La hoja, cansada, languidece colgada de una rama en el árbol. Es la misma donde ha estado siempre. Ya ni el sol es capaz de alegrarla. Una tarde, mietras duerme, se desprende sin darse cuenta. Mientras cae, el arrullo del viento la hace bailar. Al acercarse al suelo, su lecho de muerte, recuerda las aves de vivos colores que vio pasar junto a ella.
- Ahora yo también puedo volar - piensa.
El viento la arrastra todavía un poco más. Cuando toca el suelo, finalmente, ya no tiene miedo.
La hoja teme madurar, pero lo hace. Delinea su forma justa; el color exacto, la silueta ideal. Cumple su labor, callada y mansamente, junto con otras muchas hojas que son como ella. Le gusta ser acariciada por el sol, las cosquillas que le causa producen en su interior el alimento que compartirá con todos en el árbol.
Se acerca el otoño. La hoja tiene miedo de morir. Pese a su miedo, envejece. El paso del tiempo hace surgir en su piel colores amarillos y rojos. Un día se despierta y ya no es más verde. Toda ella es de distintos tonos de ocre.
La hoja, cansada, languidece colgada de una rama en el árbol. Es la misma donde ha estado siempre. Ya ni el sol es capaz de alegrarla. Una tarde, mietras duerme, se desprende sin darse cuenta. Mientras cae, el arrullo del viento la hace bailar. Al acercarse al suelo, su lecho de muerte, recuerda las aves de vivos colores que vio pasar junto a ella.
- Ahora yo también puedo volar - piensa.
El viento la arrastra todavía un poco más. Cuando toca el suelo, finalmente, ya no tiene miedo.
El sol
Tienes secuestrado al sol tras la pupila de tus ojos. Eso que en ellos brilla no pueden ser más que los pedazos de un astro.
domingo, 17 de octubre de 2010
Lo que me ata a ti
Amo las lágrimas que bebes en silencio. Las amo al punto de arrodillarme y rezar.
viernes, 15 de octubre de 2010
Intento dos
El pájaro carpintero se suicidó cuando entendió que lo suyo no era un oficio redituable, porque ya se producían muebles industriales.
[Podrías hacer que pierda la cabeza]
[Podrías hacer que pierda la cabeza]
martes, 12 de octubre de 2010
El sueño del templo
Templo colgado del cielo, paredes blancas, invisibles entre las nubes.
Un sol sonríe en el centro, sostiene una pecera entre sus manos.
En el agua, de azul intenso, baila un pez.
Agita su cuerpo, movimientos ondulatorios, hipnotizantes;
sus colores cambian,
de amarillo a rojo,
de verde a morado,
de azul a negro.
Sus escamas de colores se han incrustado en mi cerebro.
Las veo mutar cada que cierro los ojos.
Ese templo es lo que todavía me atrevo a creer, a soñar.
Eres tú, mi sol, el que brilla sonriente ahí dentro.
La danza del pez es lo que siento, que cambia todo el tiempo.
Y esto que veo de mis ojos hacia adentro, es todo mi universo.
Un sol sonríe en el centro, sostiene una pecera entre sus manos.
En el agua, de azul intenso, baila un pez.
Agita su cuerpo, movimientos ondulatorios, hipnotizantes;
sus colores cambian,
de amarillo a rojo,
de verde a morado,
de azul a negro.
Sus escamas de colores se han incrustado en mi cerebro.
Las veo mutar cada que cierro los ojos.
Ese templo es lo que todavía me atrevo a creer, a soñar.
Eres tú, mi sol, el que brilla sonriente ahí dentro.
La danza del pez es lo que siento, que cambia todo el tiempo.
Y esto que veo de mis ojos hacia adentro, es todo mi universo.
Yo no soy quién, sólo soy yo.
No soy quién para decirte qué, ni cómo, ni cuándo, ni por qué. Lo que digo, lo digo sólo para mí. Lo que escribo es sólo válido para este gato que soy. No tengo por qué dar explicaciones.
No me interesa desarrollar "ideas profundas". Todas las elucubraciones sobre la "libertad" y la "justicia" me dan flojera. No tengo por qué crear entelequias discursiva: Sé que soy libre cuando deambulo por las calles en la noche, y reconozco en ella a los que son libres como yo. Sé que hay justicia cuando tengo qué comer, cuando nadie interrumpe mis cotidianas y egoístas formas de ser el que soy.
Todo lo que sé sobre la belleza y el dolor lo aprendí viviendo. Lo demás es puro contagio, lecturas con las que tropecé en mi camino. Algunas las hice cuando estaba muy aburrido, otras me las hicieron quienes se creyeron mis dueños, cuando en voz alta cedían a la no por tierna, menos ridícula, tentación de leerme.
No soy nadie, sólo un gato que a veces huye de sí mismo, que a veces se asusta de su voz. El hecho de sufrir intoxicación humana no me autoriza más que a cualquier otro animal para decir nada sobre lo que sea, y encima pretender que tengo razón.
No me interesa desarrollar "ideas profundas". Todas las elucubraciones sobre la "libertad" y la "justicia" me dan flojera. No tengo por qué crear entelequias discursiva: Sé que soy libre cuando deambulo por las calles en la noche, y reconozco en ella a los que son libres como yo. Sé que hay justicia cuando tengo qué comer, cuando nadie interrumpe mis cotidianas y egoístas formas de ser el que soy.
Todo lo que sé sobre la belleza y el dolor lo aprendí viviendo. Lo demás es puro contagio, lecturas con las que tropecé en mi camino. Algunas las hice cuando estaba muy aburrido, otras me las hicieron quienes se creyeron mis dueños, cuando en voz alta cedían a la no por tierna, menos ridícula, tentación de leerme.
No soy nadie, sólo un gato que a veces huye de sí mismo, que a veces se asusta de su voz. El hecho de sufrir intoxicación humana no me autoriza más que a cualquier otro animal para decir nada sobre lo que sea, y encima pretender que tengo razón.
No encuentro
Me busco en otros. Me pierdo.
Puedo encontrarme en otras manos, en otra piel.
Pero siempre estoy detrás de mis ojos.
Pese a mi esquizofrenia visual
(ser ciego o ver en grises,
distinguir sólo un color,
o ver que todos brillan febrilmente
incrustados en mis párpados)
puedo a veces mirarme en los tuyos.
Y aunque me ves tal como soy, no puedes entenderlo,
porque ni yo sé qué se esconde en la oscuridad que llevo dentro.
Puede que un día simplemente huya
y al otro, sin más, regrese.
Intento uno
El muchacho tenía el cabello tan largo, que en la noche, desnudo, sólo se arropaba con él.
[Porque no sé cómo acercarme, y no me importa si aceptas o me haces a un lado; yo sólo quiero jugar]
[Porque no sé cómo acercarme, y no me importa si aceptas o me haces a un lado; yo sólo quiero jugar]
viernes, 8 de octubre de 2010
Hasta ahora
Tú y tu maldita juventud, púdranse. Tú y tus ganas de amar, de querer. Calcínense en el infierno. Tus ojos son la cueva de entrada, me pierdo. Mordida en la planta de los pies. Perro rabioso. Mariposa negra que intoxica la mente.
¿Qué es? Nada. El maldito insomnio. La noche, que siempre será más joven que nosotros. El sabor a muerte en tu lengua, el veneno en tus palabras. Malditos sean tus dedos, que me tocan. Que me provocan tanto como me hieren. Detrás de cada caricia, una llaga. Después de cada beso viene un nudo en la garganta.
La muerte también es joven, yo le gusto, lo sé. Me mira a veces detrás del humo, oculta en los vasos. Me tienta con un sueño profundo, en el que ya no hay más voces que la mía. Promete que con mi voz será suficiente para sofocar el eterno silencio. Me seduce con la promesa de la nada, total y absoluta. No más vacío, no más dolor. No más ausencia.
Pero no. Porque a pesar de todo, las sombras dejan de serlo sin luz que las proyecte. Y a estos, mis ojos, aún les gusta cuando la luz los hiere.
Por eso nada más voy y me asomo. Un poco, sólo un poco. Nada más la nariz. Nada más la punta de los pelos, sin que toque mi piel. Porque aún me gusta andar por las calles.
Porque a pesar de todos los tropiezos y desencantos, de todas las carencias de la calle, me atrevo a soñar. Veo el sol, desde el basurero inmundo en el que me esfuerzo por conseguir un bocado, y me ilusiono. Tengo la osadía ingenua de creer que puede ser mejor. Cedo a la estúpida tentación de creer.
Y es esta patética tendencia la que me mantiene con vida. De ser un poco más valiente, si pudiera dejar de ser un cobarde, ya me habría lanzado de un puente. He pensado tantas veces que sería mejor estrellarme contra un parabrisas, que no me explico cómo es que no lo he hecho.
Hasta ahora.
¿Qué es? Nada. El maldito insomnio. La noche, que siempre será más joven que nosotros. El sabor a muerte en tu lengua, el veneno en tus palabras. Malditos sean tus dedos, que me tocan. Que me provocan tanto como me hieren. Detrás de cada caricia, una llaga. Después de cada beso viene un nudo en la garganta.
La muerte también es joven, yo le gusto, lo sé. Me mira a veces detrás del humo, oculta en los vasos. Me tienta con un sueño profundo, en el que ya no hay más voces que la mía. Promete que con mi voz será suficiente para sofocar el eterno silencio. Me seduce con la promesa de la nada, total y absoluta. No más vacío, no más dolor. No más ausencia.
Pero no. Porque a pesar de todo, las sombras dejan de serlo sin luz que las proyecte. Y a estos, mis ojos, aún les gusta cuando la luz los hiere.
Por eso nada más voy y me asomo. Un poco, sólo un poco. Nada más la nariz. Nada más la punta de los pelos, sin que toque mi piel. Porque aún me gusta andar por las calles.
Porque a pesar de todos los tropiezos y desencantos, de todas las carencias de la calle, me atrevo a soñar. Veo el sol, desde el basurero inmundo en el que me esfuerzo por conseguir un bocado, y me ilusiono. Tengo la osadía ingenua de creer que puede ser mejor. Cedo a la estúpida tentación de creer.
Y es esta patética tendencia la que me mantiene con vida. De ser un poco más valiente, si pudiera dejar de ser un cobarde, ya me habría lanzado de un puente. He pensado tantas veces que sería mejor estrellarme contra un parabrisas, que no me explico cómo es que no lo he hecho.
Hasta ahora.
Secretos de la cueva
La otra noche me perdí para encontrarme. Confié en mi sombra, que me llevó hasta una cueva oscura y desconocida. Me recordó a los escondrijos en los que me ocultaba de cachorro, en donde me construí pedazo a pedazo, pelo por pelo.
Conmigo, dos amigos. Uno viejo y uno nuevo. Ella y él. Nos conocemos mejor ahora que encontramos la forma de ser más sinceros. Pudimos ver nuestra esencia, girando como luces de colores en nuestras manos. Él es amarillo, ella puede ser verde o rosa, y yo ratifiqué que soy morado o azul marino. A veces tengo algo de rojo, pero casi no. Es demasiado intenso y no va conmigo.
Lo simple y lo incomprensible puede tocarse. Las verdades del mundo flotan en una bolsa de plástico que agito con las manos. El Universo es Dios dextro, jugando Cadáver exquisito. Lo sé porque lo vi.
Volví a escuchar el ruido del cristal contra el cristal; el vaso con agua que ponías sobre la mesa para que los espíritus se entretuvieran ahí y no te molestaran. Vi los lunares en tus manos arrugadas, y lloré porque sé perdidas sus caricias. Pero por un momento fui feliz de estar ahí contigo.
Las fotos se aparecen a mis ojos; no necesito cámara, los lentes empotrados en mi cráneo son perfectos. Puedo recuperar recuerdos que creí perdidos, puedo hallar las razones que bajo otra luz se me escapan. Amo la vida y lo natural; todo lo sintético me da náuseas.
He vuelto, y me siento bien. El bienestar se queda, indeleble, aunque después mis pasos por la calle insistan en querer deslavar esa sensación.
Soy el gato que soy, y eso es más que suficiente para ser tranquilamente feliz.
Conmigo, dos amigos. Uno viejo y uno nuevo. Ella y él. Nos conocemos mejor ahora que encontramos la forma de ser más sinceros. Pudimos ver nuestra esencia, girando como luces de colores en nuestras manos. Él es amarillo, ella puede ser verde o rosa, y yo ratifiqué que soy morado o azul marino. A veces tengo algo de rojo, pero casi no. Es demasiado intenso y no va conmigo.
Lo simple y lo incomprensible puede tocarse. Las verdades del mundo flotan en una bolsa de plástico que agito con las manos. El Universo es Dios dextro, jugando Cadáver exquisito. Lo sé porque lo vi.
Volví a escuchar el ruido del cristal contra el cristal; el vaso con agua que ponías sobre la mesa para que los espíritus se entretuvieran ahí y no te molestaran. Vi los lunares en tus manos arrugadas, y lloré porque sé perdidas sus caricias. Pero por un momento fui feliz de estar ahí contigo.
Las fotos se aparecen a mis ojos; no necesito cámara, los lentes empotrados en mi cráneo son perfectos. Puedo recuperar recuerdos que creí perdidos, puedo hallar las razones que bajo otra luz se me escapan. Amo la vida y lo natural; todo lo sintético me da náuseas.
He vuelto, y me siento bien. El bienestar se queda, indeleble, aunque después mis pasos por la calle insistan en querer deslavar esa sensación.
Soy el gato que soy, y eso es más que suficiente para ser tranquilamente feliz.
sábado, 2 de octubre de 2010
Beberme
Quiero y sé que puedo. Lo haré. Voy a disolverme en un cóctel y me beberé a mí mismo. Puedo sentirme atravesando mi garganta; soy un trago largo y aterciopelado, embriagador.
Soy un cosquilleo en mi lengua. Mi sabor es de metal y de noche; de ausencia y frío, con destellos de ansiedad.
En cada trago muero, pero también renazco, ebrio de mí mismo. Un sorbo equivale a un beso muy profundo, tan sincero que hiere.
Beberé de mí hasta la euforia, hasta el dolor. Beberé hasta perderme, olvidarme. Beberé para saber quien soy, para encontrarme al despertar renovado y fresco.
Beberé de mí porque soy lo único suficientemente bueno como para satisfacerme.
Soy un cosquilleo en mi lengua. Mi sabor es de metal y de noche; de ausencia y frío, con destellos de ansiedad.
En cada trago muero, pero también renazco, ebrio de mí mismo. Un sorbo equivale a un beso muy profundo, tan sincero que hiere.
Beberé de mí hasta la euforia, hasta el dolor. Beberé hasta perderme, olvidarme. Beberé para saber quien soy, para encontrarme al despertar renovado y fresco.
Beberé de mí porque soy lo único suficientemente bueno como para satisfacerme.
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