jueves, 26 de marzo de 2009

Alice y el puerco

El nombre de la joven con la que vivo desde mi naufragio etílico-frutal es Alicia, pero me gusta llamarla Alice. Es un poco como la niña del cuento de Lewis Carrol, por eso me encanta. Tiende a lo infantil, juega con plastilina, y tiene una maravillosa capacidad de asombro. Su figura es alta y delgada, sus rasgos finos, la piel de su espalda está ligeramente salpicada de pecas. Sin que ella se de cuenta, trato de contarlas en los breves momentos que las veo, después imagino formas, constelaciones.
Alice no vive con su madre, aunque la tiene cerca. Cuando sale de viaje me deja con ella. Eso no está mal, pero anoche sentí miedo. Alice habló con su madre por teléfono, le avisaba que aunque llegaría muy tarde de todas formas me iría a buscar. Marcó desde una caseta telefónica y se dio cuenta de que alguien la estaba escuchando. Le pidió al hombre que se alejara, cruzaron un par de palabras en tono agresivo, la llamada se cortó.
Pasada la media noche Alice llegó a la casa de su madre. Mientras la señora dormía, yo le seguía los pasos. La joven trataba de entrar, pero debía tener cuidado: Afuera había lobos. Las sombras cuadrúpedas se movían a su alrededor, en el silencio de la calle se escuchaban veloces sus uñas contra el pavimento.
Tenía que abrir una puerta de la casa, cuidando que no la alcanzaran los lobos, y que no pudieran entrar. Su madre le echa llave a por lo menos cinco de los seis cerrojos que tiene cada puerta. Mientras abría uno, sentía acercarse los lobos. Se daba la vuelta e intentaba en otra puerta, con otra cerradura. Estuvo intentando un rato hasta que logró abrir la puerta de atrás. Los ojos de los lobos brillaron con furia atrás de la malla que hay antes de entrar; cuando la cruzaron Alice estaba adentro. Aunque ella estaba a salvo, no fue la única que entró a la casa. Huyendo de los lobos la había seguido un cerdito. Su madre despertó al sentir que alguien había entrado a la casa, y Alice, cerdito en brazos, le explicó todo.
Quizá el lechoncito es demasiado pequeño como para que lo odie, pero no me simpatiza. Tierno y rosado en demasía, Alice (mi Alice) disfruta acariciar su pancita rosada, sentir los vellos rubios que el animal tiene en el vientre, y jugar con sus orejas. El cerdito no se mete conmigo, y más le vale que no me moleste, porque no dudaré en sacarle sangre a su piel porcina. A ver qué deciden con él, ojalá Alice se lo deje a su madre.
Por lo pronto voy a buscar unas carnitas, después del susto de anoche creo que lo merezco.

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