domingo, 18 de marzo de 2012

Regina

La vi tirada a un lado de la carretera. Parecía una pequeña bailarina rota, con su hojas como un vestido rasgado y sucio. Levanté a la flor, que quién sabe cómo había sido arrancada de la tierra, con cuidado de no hacerle daño con mis dientes. Y la llevé a casa de un ilustrador despistado.
Claudio tiene afuera de su casa una maceta con piedras. Ahí deposité a Regina. (Mientras la llevaba brincando de azotea en azotea ella me dijo su nombre, luego se desmayó.) Después de que la acomodé en la maceta oriné en ella para darle de beber y me fui. Aunque Claudio se concentra mucho cuando trabaja, ese mismo día mi olor lo llevó a descubrir a Regina en la ventana.
Varios días anduve rondando, pendiente de ella. Que no se fuera a morir. Que Claudio no se deshiciera de ella. Pero vi con gusto que ya no tenía que ir a orinar en la maceta porque él le daba de beber todos los días. Entonces sólo iba cuando él no estaba para saludar a mi bailarina/flor.
Regina parece frágil, pero es fuerte y valiente. Pronto se recuperó con ayuda del sol y se hizo muy amiga de las piedras. Su vestido tiene todavía la costura/cicatriz de aquélla vez en que casi muere a orillas de la carretera, pero ya le crecen hojitas verdes que combinan muy bien con las otras, moradas.
Cada día que pasa ella está más hermosa y yo, más enamorado. ¿Quién diría que lo que no puedo sentir por otros gatos, o personas, lo provocaría una simple florecita tirada en el campo?

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