Resbalé de la orilla de tus ojos.
Mi hermano eres tú.
No importa si no nos parecemos en los rasgos, si tu padre asesinó a mi madre, si violaste a nuestra hermana.
Mi hermano eres tú.
La historia fluye en los ríos de nuestra sangre, y mal que te pese, todos somos familia.
Al caer en ti, supe que si no sientes culpa por arrasar en llamas el futuro de nuestros hijos (porque esos niños muertos de hambre, sed y frío, panzones de tanto bicho, son también tus hijos) es porque no sabes lo que estás haciendo.
Eres, pues, inocente. Odiosamente inocente de la tragedia en que nos atas, pero ya no quiero odiarte.
Quiero aprender a amarte, a pesar de todo. Aunque no me perdones el color de la piel ni comprendas las lenguas en que las miles de madres que no reconoces arrullan a nuestros hermanos más pequeños y pobres.
Quiero aprender a quererte de manera obstinada, casi dañina, que es la única forma en que se puede amar a un enemigo, porque tengo fe en que algún día ese cariño necio perfore tu inocencia maldita
y la disuelva
y llores
y me abraces.
Quiero vivir hasta el día en que seas tú quien resbale en la orilla de los ojos de todos los que por tu causa han muerto. Ver que te acercas sincero, desnudo, sin temor a la culpa o los reproches, a decirnos lo que ahora sé que es cierto:
Mi hermano eres tú.
Entonces construiremos entre todos, no una casa, sino un palacio completo, donde viviremos con la misma armonía con la que bailan la luz y la sombra cuando cae la tarde. Estarán las habitaciones llenas de amantes haciéndose el amor, y los patios repletos de niños corriendo y antes de dormir entonaremos las canciones que nos enseñaron nuestras madres en todas las lenguas.
domingo, 4 de marzo de 2012
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