Uno de mis más antiguos desconocidos pretendía que volviéramos a jugar. Cuando ya estaba dispuesto, me distrajo la luz de un foco. Quién sabe cómo llegó a interrumpir nuestras travesuras bajo la cama, conocido refugio para las escondidas. Lo que más me perturbó fue que estuviera desconectado de la corriente eléctrica.
Me asusté y corrí escaleras abajo. Ya en la sala pude ver cómo de ellas escurría sangre. Tuve miedo. Quise llamar a alguien para que me ayudara, pero me contuve. ¿Quién auxiliaría a un gato que habla? Además, no tuve valor para articular mi petición. Ni siquiera sabía por qué demonios estaba tan alterado. Todo me pareció de lo más irracional.
Miré por la ventana. Vi cómo la casa del vecino de enfrente era arrancada del suelo y volaba por los aires, como si fuera jalada por un imán. Supe que debía correr. Le pedí a mi desconocido más querido que me siguiera afuera y cuando abrió la puerta salté. Toda la casa empezaba a elevarse. Le rogué a mi desconocido que brincara, pero pese a mis gritos (no quieren nunca escuchar el grito desesperado de un gato) no se atrevió a seguirme. Tuvo miedo de no poder, de lastimarse, yo qué sé.
Así que sólo pude ver cómo era arrancado de mi vida mientras la casa se desprendía del suelo. No tuve valor para ver cómo desaparecía en el cielo. Bajé la cabeza y lo odié, odié la luminosidad de su azul porque ante ella mis arbitrarios deseos y yo no éramos nada.
martes, 14 de febrero de 2012
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miaus