Me propuse firmemente dejar de temer a las voces que escucho cuando duermo. A no engendrar más pesadillas y dejar huérfanas las que ya tengo.
Pero no pude, porque por esa pequeña ventana en mi cerebro emergen también, a veces, mariposas azules y plateadas. Mariposas que nadan (no vuelan) en mí y me hacen cosquillas.
No pude, porque ahí también puedo cosechar los frutos dulces y luminosos de la selva que hay en mí, que maduran cuando tengo esperanza.
Renunciar a todo ello era dispararme en la cabeza, sepultar los recuerdos de mi infancia, dejar a mis anhelos ciegos.
Así que tendré que soportarme todavía, con todos mis mitos y creaturas, sin importar cuán terribles o maravillosos sean. Porque no puedo extirpar unos sin asesinar a los otros. Y sin ellos no puedo sobrevivir a la noche insondable.
Mis maullidos se escuchan porque son sus voces las que suenan en mi voz. Si puedo ver en la oscuridad, es porque en mis ojos destellan sus miradas.Y yo no quiero quedarme ciego ni sin voz.
Soy el gato que soy porque ellos bullen dentro de mí, y si hay algo que no me puedo permitir perder, es mi felinidad.
domingo, 29 de agosto de 2010
Pero tú no.
Tú eres otro, ajeno a esas pesadillas. A ti debo alejarte del agujero negro que guardo en el pecho, que sólo atrae sueños de muerte, de caos, de perfidia.
Estás ahí, colgado en la pared blanca del cuarto donde guardo bajo llave las cosas buenas que tengo. Eres los limones amarillos que crecen en el árbol del jardín de mi refugio.
Todo lo demás no es cierto. A parte de ti, lo único que me resta de verdad son las patas que tengo para echarme a andar, mis garras para defenderme y luchar, y ese jardín en donde está esa mecedora de de mimbre a donde volveré el día que me canse de errar.
El problema es que todavía no me canso...
Estás ahí, colgado en la pared blanca del cuarto donde guardo bajo llave las cosas buenas que tengo. Eres los limones amarillos que crecen en el árbol del jardín de mi refugio.
Todo lo demás no es cierto. A parte de ti, lo único que me resta de verdad son las patas que tengo para echarme a andar, mis garras para defenderme y luchar, y ese jardín en donde está esa mecedora de de mimbre a donde volveré el día que me canse de errar.
El problema es que todavía no me canso...
Sueño del día en que quise ser otro que no soy
Quería ahorcarte. Rasgarte las venas desde adentro, ver através de tus ojos antes de quebrar sus cristales. Hincar mis colmillos en la punta de cada uno de tus dedos, hasta hacerlos crujir. Lo hubiera dado todo por romperte las cuerdas vocales.
No lo sospechaste, pero tu sombra y yo teníamos un romance. Al dejarla acariciar mi lomo, te rompí las costillas. Cuando restregué mi rostro en sus manos, lamí tu sangre. Y cuando ahogaba mis ojos en su mirada de abismo, entre los dos estábamos partiéndote la espina dorsal.
Entonces pensé en ti, y sentí un cosquilleo en la garganta. Pero no me reí. Este pequeño gatito que soy yo no se atrevió a soltar la carcajada por miedo a delatarse. Porque preferí seguir comiéndome a pedacitos tus orejas dulces, mientras te hacía creer solamente comía, dócil y obediente, las croquetas de pescado que me servías en un sucio plato de metal.
Y lo que me pertuba de este sueño es que al despertar todavía siento en los labios ese sabor a carne dulce, a sangre y a metal.
No lo sospechaste, pero tu sombra y yo teníamos un romance. Al dejarla acariciar mi lomo, te rompí las costillas. Cuando restregué mi rostro en sus manos, lamí tu sangre. Y cuando ahogaba mis ojos en su mirada de abismo, entre los dos estábamos partiéndote la espina dorsal.
Entonces pensé en ti, y sentí un cosquilleo en la garganta. Pero no me reí. Este pequeño gatito que soy yo no se atrevió a soltar la carcajada por miedo a delatarse. Porque preferí seguir comiéndome a pedacitos tus orejas dulces, mientras te hacía creer solamente comía, dócil y obediente, las croquetas de pescado que me servías en un sucio plato de metal.
Y lo que me pertuba de este sueño es que al despertar todavía siento en los labios ese sabor a carne dulce, a sangre y a metal.
sábado, 21 de agosto de 2010
Fui débil
Volví. En un descuido, mis pasos me llevaron hacia ti. Yo no quería... Bueno, tal vez sí, pero lo evitaba. Y un día en que me eché a andar, sin reconocer las calles de antes, sin saber a dónde iba a parar, me encontraste al pie de la escalera de tu casa.
Cuando te vi, tuve el impulso de salir corriendo, pero las patas no me respondieron. Al ver tu reflejo en mis ojos, te acercaste con emoción contenida (lo sé porque podía escuchar tus latidos), confiando en que sería dócil, y me tomaste entre tus brazos.
En ese momento supe que todo era una reverenda estupidez, y no me importó.
Al ir contigo me arriesgo a que me despedacen los perros que escondes en el patio. Aunque los pérfidos ni siquera ladran, para no delatarse, sé que están ahí. Ese par de demonios me huele, están ansiosos por atraparme... y tú nunca los encierras bajo llave.
Me arriesgo también, no a quererte (un gato no quiere a nadie más que a sí mismo, pero aprecia a los demás en la medida en que lo quieren a él), sino a acostumbrarme de nuevo. A ver la luna desde la azotea de tu casa. A comer en tu mesa, con mi plato junto al tuyo; que me dejes robar de tu comida, a sabiendas de que jamás hurtarías una sola croqueta de la mía.
A tus caricias. A hacerte saber con un movimiento de la cola que quiero que me ames con las manos, y sentir tus dedos entre mi pelaje. La manera que tienes de envolverme me asusta, porque me obligas a perder la cabeza a causa de las sensaciones, de forma tal que sin saber cómo, termino humillándome un poco lamiéndote los dedos.
En esos instantes olvido por completo lo mucho o poco gato que soy. Y para ellos, que arden en deseos de arrancarme la cabeza, es la oportunidad para vengarse de mí, que soy perfecto.
Por eso, y por mi fuerte vocación de huir, escapé de ti. Pero estoy herido en mi felino orgullo, porque sé que voy a regresar. Me conozco y sé que una vez que cedo, la debilidad se me hace vicio.
Con todo y los malditos perros, acechando. Con todo y que a veces sospecho que tú también quiseras que ellos lamieran mi sangre de tus dedos, después de dejarlos matarme y recoger mi cadáver del suelo.
Cuando te vi, tuve el impulso de salir corriendo, pero las patas no me respondieron. Al ver tu reflejo en mis ojos, te acercaste con emoción contenida (lo sé porque podía escuchar tus latidos), confiando en que sería dócil, y me tomaste entre tus brazos.
En ese momento supe que todo era una reverenda estupidez, y no me importó.
Al ir contigo me arriesgo a que me despedacen los perros que escondes en el patio. Aunque los pérfidos ni siquera ladran, para no delatarse, sé que están ahí. Ese par de demonios me huele, están ansiosos por atraparme... y tú nunca los encierras bajo llave.
Me arriesgo también, no a quererte (un gato no quiere a nadie más que a sí mismo, pero aprecia a los demás en la medida en que lo quieren a él), sino a acostumbrarme de nuevo. A ver la luna desde la azotea de tu casa. A comer en tu mesa, con mi plato junto al tuyo; que me dejes robar de tu comida, a sabiendas de que jamás hurtarías una sola croqueta de la mía.
A tus caricias. A hacerte saber con un movimiento de la cola que quiero que me ames con las manos, y sentir tus dedos entre mi pelaje. La manera que tienes de envolverme me asusta, porque me obligas a perder la cabeza a causa de las sensaciones, de forma tal que sin saber cómo, termino humillándome un poco lamiéndote los dedos.
En esos instantes olvido por completo lo mucho o poco gato que soy. Y para ellos, que arden en deseos de arrancarme la cabeza, es la oportunidad para vengarse de mí, que soy perfecto.
Por eso, y por mi fuerte vocación de huir, escapé de ti. Pero estoy herido en mi felino orgullo, porque sé que voy a regresar. Me conozco y sé que una vez que cedo, la debilidad se me hace vicio.
Con todo y los malditos perros, acechando. Con todo y que a veces sospecho que tú también quiseras que ellos lamieran mi sangre de tus dedos, después de dejarlos matarme y recoger mi cadáver del suelo.
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