Tu voz aterciopelada aún me acaricia por dentro, aunque hace ya mucho que no la oigo. No puedo evitar buscarla en otras voces, intuirla, extrañarla. La he olvidado un poco. No recuerdo del todo bien su volumen y textura, las vibraciones que deja en el aire, como ondas que yo casi podía ver...
En cambio sé muy bien qué es lo que todavía me provoca. Buscaba estar cerca de ti porque al oírte me entraba como una euforia difícil de disimular, me daban ganas de morderte y rasguñarte un poco, sólo un poco, porque no sabía de qué otra forma decirte que me ponías muy contento.
Esa voz tuya es como un ronrroneo que me acaricia, que me hace cosquillas, y me dan ganas de correr, de brincar, de romper; de enterrarle las uñas para que suene más fuerte, de morderla un poco para que grite. De aferrarme a ella para no soltarla jamás.
Pero no. Aunque algunas veces le imaginé un cuerpo de color y forma cambiantes, nunca la pude tocar.
¿La habré perdido para siempre?
Tal vez no, quizá aún quede un eco de ella atrapado entre los pliegues de mis orejas. Tal vez uno de sus destellos se atoró en mis oídos. Es cierto que ya no la escucho, pero siempre la recuerdo, la imagino.
A veces en sueños se me aparece, la sujeto entre mis manos, y la lamo.
domingo, 23 de mayo de 2010
sábado, 15 de mayo de 2010
Confesión
Siempre, desde cachorro, he soñado cosas raras. Pueden ser desde muy fantásticas hasta muy reales. A veces sólo es desconcertante, y en general me ufano de eso. Lo considero una virtud.
Pero cuando destruye mi precaria estabilidad interna, deja de ser divertido.
Angustia onírica
Me pasa que he soñado contigo un par de veces. Ya no quiero, me da miedo.
Es la primera vez que alteras mi esfera, luego de muchos años. Desde aquélla época en la que eras un joven impetuoso, con muchos sueños, y yo nada más un pequeño cachorro con el que compartías el techo.
Ahora te sueño como el que eres, pero son sueños de angustia. En ellos, de alguna extraña forma, se cuela la muerte.
De pronto miro a ese que tenemos en común.
- ¿Tú no lo ves? - te pregunto, pero es obvio que no, porque ya no está. No le temo a su visión, pero su presencia me inquieta. Tal vez tenga algo que decirme, o que decirte a través de mí.
No recuerdo bien por qué, pero abrazas su sombra y no lo sientes.
Lo demás no lo sé explicar. Tiene qué ver más conmigo que contigo. De él, o de su sombra, viene un reproche. Tal vez debería dejar de pensar en todo esto. Tal vez lo estoy molestando.
Lo único que sé es que no quiero soñar nada parecido otra vez.
lunes, 10 de mayo de 2010
Echarse a andar
Me gusta salir a caminar, pero sólo de noche. No hace calor, no hay demasiada gente. Todo parece un misterio por descubrir, y las cosas que encuentro parecen irreales, pero más sinceras.
Me voy así como soy, sin nada más que mis patas, mis ojos y pelaje. Duermo en los rincones de siempre; uno nunca sabe, a veces he encontrado agujeros más tranquilos y plácidos que las mansiones.
Se requieren ciertos conocimientos: comer de los botes de basura es siempre una buena opción, sólo hay que cuidarse de los perros. Tampoco es recomendable hacerlo en donde hay muchas ratas: suelen ser lugares demasiado sucios, donde sólo quedan despojos. Bien usados, son un recurso de valor turístico: por las sobras de la comida se saben muchas cosas de la gente del lugar.
A veces me he ido lejos. Puedo irme unos dos días, unos cuantos meses, o mejor no regresar. Me puedo presumir como amplio conocedor de algunas ciudades. Varios apreciarían mis dotes de guía turístico.
Así que a veces me voy para huir de la rutina. Busco en los oscuros rincones de ciudades desconocidas lo que soy, y tomo de ellos lo que me pertenece.
miércoles, 5 de mayo de 2010
Cuando hace calor
Estoy todo el día echado en la sombra, bajo cualquier automóvil.
Veo pies. Zapatos. Patas. Veo carros y llantas. Veo las tripas de metal, sucias y grasosas de los autos. Veo piernas. Veo asfalto caliente.
Y no, no me atrevo a moverme, porque hace demasiado calor. Entrecierro los ojos y muevo la cola como para ahuyentar este instante, como para llamar a la noche y alejarme de esto. Para ir detrás de las cosas dignas de llamar mi atención, las que no están en esta cotidianidad absurda. Más absurda por calurosa.
Entonces me duermo. Ya no estoy. Ya no veo. Sólo escucho. No vaya a venir un perro a fastidiar. No vayan a arrancar el motor y aplastarme la cola, las patas o la cabeza.
Pero... qué flojera me da todo esto.
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