jueves, 29 de octubre de 2009

Pájaro rojo

¿Por qué no me dijiste antes de que te matara que tu corazón se transformaría en un pájaro? Al verlo lo deseé tanto como a ti... y tanto como tú me hizo daño.
Fui ingenuo. Sólo vi un pájaro rojo. Rojo escarlata, rubí. Rojo brillante, como el fuego.
Eso, fuego. Era fuego como el sol. Fuego como el infierno. [El infierno debe ser tan endemoniadamente rojo y luminoso como ese pájaro.]
Un impulso ineludible, inconmensurable me cegó al verlo. Quise tocarlo, tenerlo, comerlo. Tras perseguirlo bastante creí hacerlo mío, pero pronto supe que cometí un error: me destrozó la garganta, quemaba como si hubiera tragado carbón al rojo vivo. Grité, lloré, me revolqué de dolor. Tuve que abrirme el pecho con las garras, ya no soportaba esa intensidad. Me estaba desgarrando por dentro.
Ahí estaba, intacto. Tan rojo, tan vivo. Inmortal. En cuanto se vio libre alzó el vuelo, pronto lo perdí de vista.
Si el corazón es dulce y generoso, al morir se convierte en manzana. Se puede comer y asimilar sin mayor problema. Pero si sus pasiones eran muy intensas se vuelve un pájaro, entonces no hay modo de atraparlo: es completamente libre, eterno...

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