Un día, no sé por qué, alcé la vista. A partir de entonces el cielo me persigió a todas partes, sin importar a donde fuera.
Aún hoy no he podido quitármelo de encima. A veces lo detesto, otras es mi único consuelo.
Puede sonreír en mi cara, insolente, y quiero aniquilarlo; hacer que me enternezca hasta sentirme ridículo, sobre todo en el crepúsculo, cuando despliega su gama de colores; o provocarme ganas de morir para sumergirme en él, especialmente en ciertas noches sin nubes.
No me dejará jamás. Sé que seguirá aquí, que se meterá definitivamente en mis ojos el día en que los cierre para siempre.
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miaus