lunes, 10 de septiembre de 2012

Habla el hijo

Mi madre es la tierra finita; mi padre, el cielo sin fin. Yo soy un poco como los dos, un poco como los héroes griegos: mitad dios, mitad mortal.
Mi carne morirá y se pudrirá, pero mi espíritu y mis imaginarios permanecerán de alguna forma. Hay en mí tanto de sustancia efímera como indestructible.
Puedo morir en cualquier momento, incluso ahora mismo. Pero también en este instante puedo trascenderme al imaginar, al soñar.
Padezco la extraña gloria y esclavitud de sentir, de desear. No puedo liberarme de las cadenas del ser, sin dejar de ser.
Por ahora, camino sobre el pecho abierto de mi madre, sigo pegado a su ombligo de agua y miel. Pero un día iré con mi padre, que me recibirá solo cuando no tenga ojos y no pueda cegarme.
Entonces, como ahora, no tendré miedo, de cualquier forma no queda otra opción que asentir al infinito.

martes, 4 de septiembre de 2012

Informes

Leí sobre una manifestación política y anduve buscando a ese grupo de personas. Fui en bicicleta por toda la ciudad, incluso en rumbos donde es peligroso meterse porque el terreno es muy irregular y circula mucha gente entre trabajadores de la construcción y maquinaria pesada.
Me cansé de buscarlos. Un hombre-iguana, de brillante azul en el cuello y las manos, y amarillo en la cara, me dijo que él había estado en la manifestación, que lo buscara a las 7 para que me dijera lo que pasó.
Pero ya no fui porque a esa hora tenía que estar despierto en otro lado.

Sorpresa naranja

En la fría noche de este barrio, que sufre desde hace años una guerra, llueve. Llueve y el viento aúlla como una maldición un grito que estremece las calles.
Estamos ocultos en una trinchera desde la que podemos ver la choza en la que dormíamos hasta ayer, cuando nos dieron la noticia de que si pernoctábamos de nuevo ahí, nos matarían.
Esperamos que lleguen los que creen que serán nuestros asesinos. ¿Nos arrojarán una granada o van a rafaguear la choza son bajar del coche? Quiero verlos, pero la lluvia emborrona los contornos de las cosas. Hasta la luz del triste quinqué tiembla de frío.
¿O será que quien tiembla soy yo? El cansancio casi me hace sentir cómodo aquí, agazapado en el lodo, pero por más que me acurruco no logro calentar mi cuerpo.
El aullido furioso del viento y la lluvia se acerca, me tapo los oídos para mitigarlo un poco.
Entonces algo me muerde la espalda, volteo y me arde, alcanzo a ver una serpiente amarilla y naranja que se aleja.