Tengo varios hijos. Uno de ellos se llama como tú. ¿Cómo olvidar la noche en que los hicimos, cobijados bajo el cielo cuajado de estrellas? Por ti subí, de la humedad y el frío, al calor.
Al amanecer corrí cuesta abajo, deseando con furia tener alas. Donde hollé la tierra, crecieron hongos rojos.
No volé, sólo atine a chocar de frente contigo: ojos de tierra mordida de sol, manos de ave que elevan tu cuerpo de arriero. Las cicatrices de las historias que se te pegan como cadillos cuando vas al monte. El peso de los sueños que afirman tu paso.
Vaya golpe. Aún estoy aturdido. En mi cabeza suenan monos aulladores, gritos de guerra. Pero callarán mañana, cuando averigüe quiénes somos.
domingo, 28 de agosto de 2011
lunes, 22 de agosto de 2011
Mi cabeza hierve, fértil
En vez de cerebro, tengo tierra en mi cabeza. Es oscura, granulosa; caliente, húmeda y fértil.
Siento mi maceta hervir de flores y mariposas.
Voy a ponerme bajo el sol, bajo la lluvia. Quiero sembrarle palabras e historias. Enterrarle uno de esos ojos tuyos.
Ojalá que me crezcan ideas grandes y coloridas. Aves de canto claro y plumaje brillante. Árboles cuyos frutos sepan a sueño, pero también a razón.
Mientras, cuidaré este jardín feliz, latente, que me ha sido dado. Espero, no sin cierta impaciencia, la cosecha.
Siento mi maceta hervir de flores y mariposas.
Voy a ponerme bajo el sol, bajo la lluvia. Quiero sembrarle palabras e historias. Enterrarle uno de esos ojos tuyos.
Ojalá que me crezcan ideas grandes y coloridas. Aves de canto claro y plumaje brillante. Árboles cuyos frutos sepan a sueño, pero también a razón.
Mientras, cuidaré este jardín feliz, latente, que me ha sido dado. Espero, no sin cierta impaciencia, la cosecha.
domingo, 7 de agosto de 2011
Aventura de verano
Cansado del gris de las calles, vagué hasta llegar a un pueblo caliente y húmedo, junto al mar. Ahora sé que odio más a los moscos que a los perros. Al andar en la orilla del mar descubrí que no soporto la arena en mis patas, pero no me importó sentirla con tal de atestiguar la épica muerte del sol, sobre las aguas, al atardecer.
Quise dormir al amparo de una palmera. A medio sueño se desató una tormenta. Me despertó el atronador rugido de un trueno, el más fuerte que haya oído en todas mis vidas. Un torrente de agua fría, arrastrada con furia por un viento que también traía sal y arena, me azotó. La luz se fue en todo el pueblo. Yo, que estoy acostumbrado a mirar de noche, en aquella oscuridad sin luna me quedé ciego. Entonces vino la luz del rayo, tan potente que por un instante pude ver como si fuera día: la melena de las palmeras zarandeadas por el viento, el mar embravecido que parecía querer tragarse toda la ribera, el cielo iluminado de nubes siniestras. Luego de verme solo en la inmensidad, volvió la noche, más cerrada y negra que la garganta de un muerto. Aterrado, huí a ciegas del vendaval.
A la mañana siguiente el mar estaba mansito y me lamió las patas con su lengua salada. Había vacas echadas en la orilla. Desayuné medio pescado, lo encontré lejos del agua. Seguramente lo arrojó hasta ahí la tormenta. No me lo terminé porque una jauría de perros vino a perseguirme y lo solté mientras corría. No pude recorrer el pueblo de techo en techo, porque eran de lámina, ardientes de sol. Si bien pude desplazarme sobre algunas bardas, tuve que caminar en las calles lodosas, rebajándome al nivel de las personas.
En el patio de una casita pobre, vi a una niña desnudita, bañándose sentada sobre una batea de madera. Parecía feliz. Su risa me puso de buen humor, y la seguí cuando salió de su casa al poco rato. Tendría como seis años. Acostumbrada a los animales, me acarició sin efusión excesiva, pero estaba contenta de que la acompañara. No tenía comida para mí, en cambió me dio un secreto: en un lugar cerca del río que pasaba junto a la población, dentro de un tronco hueco, guardaba unas ollitas que hizo de barro. Eran sus juguetes. Como ya no llovía las sacó al sol. Quería que secaran en lo que ella iba a hacer un mandado.
Cuando ya nos íbamos, la niña resbaló y cayó al río. No supe como ayudarla. Se ahogaba. Por fortuna hizo un esfuerzo y pudo salir, pero corrió muerta de susto, llorando, hacia su casa. Las ollitas quedaron sobre el tronco, tristes y huérfanas.
Quise dormir al amparo de una palmera. A medio sueño se desató una tormenta. Me despertó el atronador rugido de un trueno, el más fuerte que haya oído en todas mis vidas. Un torrente de agua fría, arrastrada con furia por un viento que también traía sal y arena, me azotó. La luz se fue en todo el pueblo. Yo, que estoy acostumbrado a mirar de noche, en aquella oscuridad sin luna me quedé ciego. Entonces vino la luz del rayo, tan potente que por un instante pude ver como si fuera día: la melena de las palmeras zarandeadas por el viento, el mar embravecido que parecía querer tragarse toda la ribera, el cielo iluminado de nubes siniestras. Luego de verme solo en la inmensidad, volvió la noche, más cerrada y negra que la garganta de un muerto. Aterrado, huí a ciegas del vendaval.
A la mañana siguiente el mar estaba mansito y me lamió las patas con su lengua salada. Había vacas echadas en la orilla. Desayuné medio pescado, lo encontré lejos del agua. Seguramente lo arrojó hasta ahí la tormenta. No me lo terminé porque una jauría de perros vino a perseguirme y lo solté mientras corría. No pude recorrer el pueblo de techo en techo, porque eran de lámina, ardientes de sol. Si bien pude desplazarme sobre algunas bardas, tuve que caminar en las calles lodosas, rebajándome al nivel de las personas.
En el patio de una casita pobre, vi a una niña desnudita, bañándose sentada sobre una batea de madera. Parecía feliz. Su risa me puso de buen humor, y la seguí cuando salió de su casa al poco rato. Tendría como seis años. Acostumbrada a los animales, me acarició sin efusión excesiva, pero estaba contenta de que la acompañara. No tenía comida para mí, en cambió me dio un secreto: en un lugar cerca del río que pasaba junto a la población, dentro de un tronco hueco, guardaba unas ollitas que hizo de barro. Eran sus juguetes. Como ya no llovía las sacó al sol. Quería que secaran en lo que ella iba a hacer un mandado.
Cuando ya nos íbamos, la niña resbaló y cayó al río. No supe como ayudarla. Se ahogaba. Por fortuna hizo un esfuerzo y pudo salir, pero corrió muerta de susto, llorando, hacia su casa. Las ollitas quedaron sobre el tronco, tristes y huérfanas.
sábado, 6 de agosto de 2011
La "especie superior"
La humanidad es soberbia y torpe. Se sienten divinos, tanto que crearon un Dios a su imagen y semejanza. Son listos, sí; pero no se dan cuenta de que su exceso de autoestima los hace más propensos a la estupidez. No pueden reconocer los límites que le impusieron a su propia inteligencia porque ya casi han terminado de obstruirla.
Además, son feos. Feos como un mono desnudo, parado en dos patas, con melena y vello en pubis y axilas. No sé si se den cuenta de que más bien parecen changoleones, seguro no son más que el resultado de los experimentos genéticos que algunos alienígenas ociosos hicieron con esas dos especies: monos y leones del África.
Me da risa cuando, en su cegera, se sienten bellos. Si son tan hermosos, ¿por qué se avergüenzan de sus cuerpos? Otra cosa sería, por ejemplo, si fuesen alguna especie de pulpo que, además de ocho utilísimas manos, tuviera una piel capaz de cambiar de colores. No usarían ropa y, tal vez, sus orgasmos serían una colorida y alegre fiesta: harían el amor volando en el agua.
Además, son feos. Feos como un mono desnudo, parado en dos patas, con melena y vello en pubis y axilas. No sé si se den cuenta de que más bien parecen changoleones, seguro no son más que el resultado de los experimentos genéticos que algunos alienígenas ociosos hicieron con esas dos especies: monos y leones del África.
Me da risa cuando, en su cegera, se sienten bellos. Si son tan hermosos, ¿por qué se avergüenzan de sus cuerpos? Otra cosa sería, por ejemplo, si fuesen alguna especie de pulpo que, además de ocho utilísimas manos, tuviera una piel capaz de cambiar de colores. No usarían ropa y, tal vez, sus orgasmos serían una colorida y alegre fiesta: harían el amor volando en el agua.
216/308
Soñé que alguien se caía y se abría la cabeza. Del huequito escapaba, no la sangre, sino las ideas.
Algunas eran líquidas, de ésas que adoptan la forma del molde que las contiene. Otras, más abstractas, como pelotitas que rodaban por el suelo. Había unas más, como nubes, que se fueron volando y se diluyeron en el cielo.
[Advertencia: este sueño es robado. No se aceptan reclamaciones]
Algunas eran líquidas, de ésas que adoptan la forma del molde que las contiene. Otras, más abstractas, como pelotitas que rodaban por el suelo. Había unas más, como nubes, que se fueron volando y se diluyeron en el cielo.
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