Los primeros días puede que me agrade; debilidad natural e innata de origen gatuno por las cosas brillantes. Pero ya me quemé y electrocuté una vez por andar jugando con esas luces, que me dejan de gustar pronto por una sencilla razón:
Le restan oscuridad a la noche, que de por sí ya se ve disminuida por la cantidad de faros encendidos en las ciudades. Tristemente ya no se pueden ver claramente las estrellas, y la soledad, ese espacio tan preciado, disminuye.
Una gran tragedia para los gatos como yo, que pocas cosas disfrutan (o detestan) más que estar consigo mismos.
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miaus