Callejero de mí, me alejé, crecí. No dejé de ser yo. No se detuvo la oscura semilla que me sembraste. Pero pude ver el sol, y amar las flores.
Volví a encontrarte en mi camino. Quise verte. Pobre, pobre de ti. Sigues siendo el mismo. Crees todavía que si me llamas acudiré corriendo a lamer tu sombra. Sientes que aún puedes encadenarme, hacerme daño. Jugar conmigo sin que te rasguñe.
Y yo, la verdad, ya no tengo ganas de devolverte las heridas. Hace tiempo cerraron, y no me molestan las cicatrices. Pasa, nada más, que me das pena. Te idolatré antes, y hoy me pareces un perro miserable.
Nada tienes de aristócrata, de grande. No eres más que un pequeño y vano, vulgar mortal.
Me alejo de ti no porque te tema o me duelas. Me das flojera y asco. Pena.