domingo, 6 de marzo de 2011

No cabe duda

No hay duda; mi peor enemigo soy yo. El único capaz de atormentarme. El que sabe cómo herirme. Yo y solo yo. Aunque ya lo sabía, me lo recuerdo de vez en cuando, no se me vaya a olvidar. Sobre todo, debo mantenerme contento conmigo mismo.
La guerra empieza cuando algo de lo que hago o pasa no me gusta. Hay dos causas: Yo, o los otros. Cuando se trata de mí, generalmente es porque alguna distracción me impidió estar a la altura de mis expectativas. En tal caso soy complaciente, después de unas cuantas lágrimas de auténtico arrepentimiento, me perdono. ¿Qué creían, que ser perfecto es fácil? ¡Claro que no! Debo satisfacerme a mí, que soy el más duro juez.
En otras ocasiones la causa está fuera de mi control. Algo externo me perturba. Puedo pasar días y noches torturándome, repasando incansable una acción o un detalle que no me agrada o que, al contrario, me gusta más de lo que es conveniente. Busco entender por qué. Quiero atrapar ese por qué. Cazarlo y al tenerlo en mis manos decidir si matarlo a mordidas o lamerlo suavemente...
Mientras desde afuera no se ve más que al gato moviendo apaciblemente la cola al atardecer, bajo mi piel lucho ferozmente conmigo. Me muerdo, rasguño y desangro. Me clavo las garras y los dientes.
Al final, como es obvio, sólo puedo vencer yo. Pero es muy diferente rendirme a mí mismo que asumir, glorioso, la victoria.